Capítulo 2.

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-Mañana empiezas las clases, Cody- le dijo su mamá mirándolo por el retrovisor.

-Vas a ir a un colegio privado, donde hay un montón de niños adinerados- se burló su hermano Patrick.

Patrick era muy alto, por lo menos dos cabezas más que él y Cody no era pequeño. Tenía muchos músculos porque iba al gimnasio y practicaba Karate, por lo tanto tenía muy buena condición física. Tenía el pelo totalmente negro y su piel era muy blanca. Los ojos los tenía muy grandes y negros también. Patrick se parecía mucho a su padre y solía molestarlo mucho por ser el hermano mayor, él tenía 20 y Cody 17.

-Y ¿cuándo te vas de la casa?- respondió Cody –ya estás muy grande para que vivas en casa de tus papás ¿no crees?-. Después de que dijo esto, Cody se empezó a reír.

Patrick empezó a intentar pegarle con su puño mientras manejaba con una sola mano.

-CALMENSE!- gritó su madre desesperada agarrando su cinturón con ambas manos –Es esta casa- dijo con una sonrisa en su rostro mientras señalaba con el dedo.

Cody volvió su cara a donde su madre señalaba. La casa era inmensa. Al parecer era de dos pisos. Ni Cody, ni Patrick habían visto su nueva casa antes, sólo sus padres. Todas las casas del vecindario eran igual de pretenciosas. Cody arrugó la cara, se preguntó sí en esas casas vivían adolescentes y sí eran engreídos. Su antigua casa era lo más normal, de una planta, con las cosas necesarias. Al parecer en esta su mamá iba a hacer fiesta e iba a comprar todos los muebles y demás cosas que, por falta de espacio, en la antigua casa no podía comprar.

-Bajémonos- dijo su madre sacando a ambos de sus pensamientos.

-¡Por Dios!- dijo su hermano -¡es inmensa!- agregó desabrochándose el cinturón sin quitar su mirada de la ventana.

-Me quedó aquí- dijo Cody –esperaré a que venga el camión de mudanzas-.

-Pero tengo las llaves y podemos entrar- dijo su madre.

-Déjalo, es un niño resentido- intervino su hermano, mientras cerraba la puerta fuertemente. Su madre cerró la puerta delicadamente y lo miró por la ventana. Sus ojos estaban un poco llorosos, como sí le lastimara que su reacción fuera esa, que no se alegrara por haber llegado al nuevo lugar, como sí ella hubiera deseado una casa así toda su vida y que esperaba que todos estuvieran felices por eso. Su mamá se fue de la ventana y caminó hacia la nueva casa para abrir la puerta. Park lo volvió a ver a Cody con una mirada amenazante desde la y entró junto con su madre.

Cody se sintió un poco mal. Así que decidió por lo menos fingir que le gustaba o que se sentía bien ahí después de mirar la casa por dentro. Cody se quitó los audífonos y los guardó en su bolso y salió del carro.  Miró que estaba muy nublado y sintió algo de frío. Deseó que el clima no fuera siempre así de nublado en Filipz ya que amaba el sol. Corrió hacia dentro de la casa y no tuvo porqué fingir que amaba el lugar. La casa era perfecta. No se podía describir. Sin muebles, sin nada, era hermosa. Había grandes ventanas que iluminaban todo el lugar. Las paredes estaban pintadas con colores alegres y por más que su mamá la decorara con muebles iba a seguir siendo espaciosa.

-Mamá?- dijo mientras subía por las escaleras.

-¡Acá estamos!- gritó desde arriba.

Su mamá entraba y salía de las habitaciones como fijándose sí todo estaba en orden.

-Tu habitación es la última- le dijo señalando el final del pasillo. –sé que te va a gustar-.

Cody siguió caminando mientras observaba detenidamente por dentro de las puertas de las demás habitaciones. En una vio a su hermano que le dijo en voz baja –finge que todo está bien, idiota-.

Cody le hizo una sonrisa falsa. Y siguió caminando. Cuando entró a la última puerta pudo ver que su cuarto era sumamente espacioso  sonrío de verdad. En la casa de antes tenía que compartir su cuarto con su hermano y tener una habitación para él solo le fascinaba. Lo que más le gustó era que había una ventana. Cody podía pasar mirando por la ventana todo el día, imaginándose historias o simplemente apreciando el paisaje. Observó que también había un gran armario con gabinetes muy espaciosos. También había un estante pegando en la pared para sus libros.

-¿Te gusta?- dijo su madre de pie en la puerta.

-¡me encanta!- dijo caminando hacia ella para abrazarla.

No lo dijo fingiendo. En verdad le gustaba. Le gustaba porque podía pasar su tiempo solo. Cody amaba estar solo. La soledad le gustaba. Era una de las cosas raras que le gustaban a él.

-Ahora hay que esperar que venga tu padre, lo voy a llamar para saber por dónde vienen, para que acomodes tu habitación como tú quieras- le dijo eso y le besó la frente dejando un poco de lápiz labial en ella. Ella se separó de él y salió de la habitación.

Cody se dirigió hacia la ventana y aunque la casa de la par tapaba mucho la vista, podía ver el hermoso jardín que tenían. Había flores de todos los tamaños, formas y colores existentes. Luego miró por encima del techo de la casa y sonrió. Podía ver las nubes. Simplemente amaba encontrarles forma y observar su lento movimiento. Eso lo relajaba. Era extraño, pero amaba hacerlo y también sabía que de noche, podía ver las estrellas.

Lo sacó de sus pensamientos ver que la luz de una de las ventanas de la casa de la par se apagó

-“Ojalá esa ventana sea la habitación de una chica y que bueno sería que esa chica nunca cerrara las cortinas al vestirse”- pensó Cody.

AGUSTINA

Después de ponerse los jeans y amarrarse en una cola de caballo el cabello Agustina bajó rápidamente las escaleras para ir a ver las nuevas flores. Pasó por la cocina para comer un poco de pan con tocino y huevos revueltos y salió de la casa aun masticando. Plantar flores era algo que la relajaba mucho, sentía que sembrando las flores en la tierra estaba cosechando una nueva vida.

Al cerrar la puerta vio que estaba haciendo mucho frío y se sintió un poco avergonzada al ver que aún tenía puesta la camisa de su abuelo y estaba descalza. Miró a su alrededor y vio las flores. No pudo evitar sonreír. Eran tres hermosas orquídeas de color azul un poco intenso. Las toco suavemente con su pulgar. Se dirigió hacia la parte trasera de su casa en un estrecho pasillo tratando de no maltratar ninguna flor. Agarró una pala, unos guantes  y una bolsa con abono y se dirigió nuevamente a la parte delantera de la casa. Buscó un espacio bonito donde sembrarlas y decidió sembrarlas cerca de la acera. Al llegar a la acera vio que había un carro, un Porsche azul, parqueado enfrente de la casa de la par. Le extrañó verlo ya que esa casa estaba venta desde hace más de un año. Miró hacía la puerta y vio que estaba abierta y que el letrero que decía que la casa estaba en venta ya no estaba.

-“Vecinos nuevos”- pensó.

Agustina empezó a cavar tres huecos en la tierra. Cuando ya los había hecho y pensó que estaban bien se fue a traer a las plantas que estaban por la puerta.

“-¿Por qué son tan hermosas?- pensó. Era lo único que le podía traer felicidad. No sabía desde cuándo tenía esa obsesión por las flores. Muchos vecinos la habían contratado para que les fuera a sembrar flores a su jardín y ella recibía dinero a cambio el cual gastaba en drogas o alguna otra estupidez.

Las empezó a sembrar cuando vio que un camión de mudanzas se estacionaba en la casa de al lado. Intentó sembrar las flores rápido, aunque a ella le gustaba tomarse su tiempo en ello. Pero estaba sin vestir bien y no quería socializar con sus nuevos vecinos. 

-“Ojalá sea gente interesante”- pensó –“mejor aún sí fueran narcotraficantes y puedan venderme droga más fácil”- luego se empezó a reír debido a su pensamiento.

-¡SACA CON CUIDADO LAS COSAS DEL AUTO!- se escuchó. Era una voz de mujer. Agustina no quiso voltear a ver de dónde provenía la voz.

Pero no pudo evitar voltear a ver cuando vio que un chico castaño se dirigía al carro. Era un poco alto y parecía como de unos 15 años. No pudo verle bien la cara y no le importó saber cómo era así que siguió haciendo lo suyo.

Querido Cody.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora