Capítulo 8

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La Völuspá.

Loki la conocía bien. De hecho, solo él conservaba la única versión verdadera de la profecía que narraba el Ragnarök. Él mismo se había encargado, durante miles de siglos, de destruir todas las copias que corrían por los Nueve Mundos a base de extorsiones, mentiras, magia oscura e incluso asesinatos a sangre fría. Cualquier cosa para borrar todo rastro de la Völuspá de la existencia de los Mundos.

Lo había hecho incluso antes de saber que no era en verdad hijo biológico de Odin, cuando en su naturaleza esquiva y desconfiada se empezaba a despertar la auténtica malicia que definiría su vida. Algo dentro de él lo empujaba a ello: quizá fuera la ancestral fuerza de las ramas de Yggdrasil, que todo lo mantenían unido y todo lo movían, que lo volvía de nuevo malicioso, como lo había sido en todas las otras versiones anteriores a cada Ragnarök acontecido.

Las cosas solo se podían cambiar hasta cierto punto, según la Völuspá. El destino de todos y cada uno de ellos estaba escrito y siempre llegarían a él, por uno u otro camino.

La profecía hablaba de dos hechos previos al Ragnarök, sin los cuales este no podía acontecer.

Uno de ellos ya había ocurrido: el nacimiento de tres de sus cuatro hijos. Hela, Fenrir y Jörmundgander, las criaturas más terribles y malvadas de los Mundos, y los intentos de los asgardianos por confinarlos.

El otro aún no había pasado.

Loki apoyó su espalda en la butaca y acarició con una mano el gastado pergamino de la Völuspá.

—La muerte de Balder —dijo en voz alta, pensativo—. O más bien el asesinato de Balder, del que yo seré culpable.

Luego, el Invierno de todos los inviernos, en el que morirían todos los mortales y Midgard se convertiría en un erial vacío de vida, cubierto de hielo, nieve y tierra escarchada.

Sin embargo, esa era la teoría. La realidad es que el Ragnarök podía provocarse de varias formas y la Völuspá solo recogía una de ellas. La otra, la que intentaban conseguir Ymir y Skagg, era la liberación de Surtur y una vez lo lograran, conseguirían también la Llama Eterna. Esa arma, que contenía todo el poder del demonio de fuego que ahora permanecía encerrado en Muspelheim, era lo que Hydra ansiaba.

A Loki no le sorprendía: la Llama Eterna podía resucitar a los muertos y convertirlos en seres invencibles que sólo obedecían a quién los había traído de vuelta a la vida.

—Los humanos son siempre tan cortos de mira... —murmuró Loki, cerrando la Völuspá y haciéndola desaparecer con un ligero gesto de sus manos. El pergamino encuadernado se esfumó, volviendo a su lugar secreto, y Loki se levantó para buscar otro libro, casi tan interesante como el que acababa de guardar en las escondidas profundidades de su biblioteca.

De todos los escritos sobre magia negra, prohibida y maldita que atesoraba en sus estanterías, aquel libro era el más poderoso. Nunca había utilizado ninguno de sus hechizos, ya que jamás había necesitado hacer aquel tipo de brujería. Puede que eso cambiase en un futuro próximo.

El Myrkur se deslizó de entre el resto de libros que descansaban en las estanterías y flotó ante sus manos con delicadeza, hasta que se deslizó entre sus dedos y Loki pudo tocar el áspero cuero que cubría aquel libro oscuro. Mientras buscaba entre sus páginas el hechizo que tenía en mente, Loki pensó en lo que había sido su larga y funesta vida hasta aquel mismo instante.

Nunca había realmente feliz. Su frustración había crecido con él, conforme pasaban los años y lo criaban como a un falso príncipe de Asgard. Nada era suficiente para Loki: ni las fiestas de palacio, ni los honores reales, ni su familia asgardiana. Nadie lo apreciaba en realidad, porque siempre era comparado con Thor, y su personalidad fría, distante y sarcástica no era bien recibida en Asgard. Esperaban de él un guerrero entregado a la defensa y el honor de Asgard, pero Loki no se conformaba con blandir espadas y beber hidromiel como todos los demás.

Loki en Asgard: RagnarökDonde viven las historias. Descúbrelo ahora