Capítulo 6: Te Odio, Pero Con Una Sonrisa

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—Lo has hecho aún peor de lo que imaginaba. Si eso era mínimamente posible— comentó Marian.

Estábamos haciendo nuestro entrenamiento y yo por lo visto, yo lo estaba haciendo de pena.

—Marian, yo... — Sam, quien se había ofrecido para enseñarme a hacer el recorrido, había sido interrumpida por Marian, que le había chistado de inmediato, haciendo que trazas de saliva salieran volando de su boca.

—Lo hará ella— dijo, y sin más se dio media vuelta y comenzó a alejarse.

Cuando estaba a un par de metros, alzó la mano con la que cogía su carpeta y dijo:

—Y no se irá hasta que lo haya completado como es debido—.

Si hubiera sido una caricatura, mi mandíbula probablemente se habría desencajado para caer al suelo.

—Pero... — intenté decir.

—Sin peros. Y André será quien te supervisione. Se asegurará de que cumplas con lo que he dicho. ¿No es así, André?— preguntó girando su cabeza hacia la izquierda para mirar a André, quien estaba hablando con Mike.

—¿Eh?— dijo él, totalmente desprevenido. —Sí, sí— dijo antes de que se fuera Marian.

—¿Qué ha dicho exactamente?— susurró cuándo estuvo lo bastantemente lejos.

—Que hoy no comes, campeón— dijo Mike dando un golpe amistoso en su espalda.

—¿Espera... qué?—.

Se quedó sin respuesta porque todos se fueron hacia el comedor mientras yo me quedaba de pie mirando a André que aún no había asimilado del todo la situación.

Sam me dedicó una mirada de lo siento y Mike echó una risa y un guiño extraño a André, quien respondió sacando su dedo corazón.

—Tienes que ver cómo lo hago— dije a André.

—¿Eh? ¿El qué?— preguntó, tropezando con las palabras.

—El... Oh Dios. ¿En qué demonios estabas pensando?— pregunté cuando comprendí su reacción.

—Yo... eh... — tartamudeó rascando su nuca, mientras miraba cualquier punto que no fuera yo.

—Nada, joder— contestó finalmente, molesto.

—Arj. Vamos— gruñó cuando vio que lo miraba fijamente.

Yo sonrei para mis adentros, divertida por su reacción y lo seguí.

—A ver, cómo te explicó esto... pues tienes que cruzar estas barras, agarrada a ellas sin soltarte, claro— comenzó.

—Vaya, gracias por el consejo. Tenía pensado soltarme y caer varios metros. Una duda. ¿Pongo la cara o el culo?— pregunté con sarcasmo.

—¿Eh?— fue su respuesta.

No pareció pillar el sarcasmo por la expresión de su rostro.

Parecía... incómodo.

Y así comencé mi entrenamiento, cayendo muchas veces, tropezando otras tantas y haciendo cosas a destiempo.

Cuando había realizado al menos veinte veces el recorrido, me detuve a mitad de la vigésimo primera vez, con lo que obtuve una mirada de desaprobación por parte de André.

—Oh, vamos. Sólo lo has hecho siete veces— dijo aburrido.

—Pero... de... qué... uff... espera— tuve que coger aire, porque estaba a punto de desmayarme—.

Diario de un presente apocalípticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora