1

166 4 2
                                    


Era una familia tranquila, el padre llegaba todas las tardes del trabajo casi cuando el sol estaba a punto de meterse, en cambio, la madre llegaba antes, trabajaba en un jardín de niños no muy lejos de su casa, al salir podía recoger con accesibilidad a sus dos hijos, Claus y Dylan, dos lindos hermanos que a pesar de su diferencia de edad, se llevan muy bien desde pequeños. La alegre y común familia vivía en Clarity Port, un pequeño vecindario cerca de unas montañas y a minutos de la ciudad de Kinney, una de las ciudades más turísticas del mundo, llena de gente y de tiendas, grandes espacios para convivir y pasar un buen rato. Pero Clarity Port no era especialmente atractivo para los turistas, en Clarity Port nunca sucedía nada interesante, la gente convivía pacíficamente, eran pocas casas y ahí ya todos se conocían y se llevaban bien. En especial Robert, el padre de los niños, que siempre organizaba comidas los sábados por la tarde con su vecino, quien también era su mejor amigo.
Esa mañana Claus estaba en la escuela como cualquier otro día entre semana, solo, en el banco mas alejado del pupitre del profesor, sin amigos, aguantando las burlas de todos sus compañeros por ser el matadito del salón, a veces llegaba a su casa con moretones de los que nunca hablaba con nadie, ni siquiera con Dylan, que era la persona a la que más confianza le tenía... Dylan era como su único amigo.
Acaba de entrar al salón después del receso cuando se dio cuenta de que su banco y una de sus libretas estaban rayadas con las palabras "eres un idiota" en ellas, en cuanto vio aquello se sintió mal, ya se había cansado de que todos lo hicieran menos, pero él no hacía nada para evitarlo, tenía mucho miedo. Cuando sus compañeros se dieron cuenta de la maldad que habían hecho a Claus estos estallaron en risas y burlas, «eres un llorón», «idiota», «tonto» «el mago quiere llorar», tal vez Claus no era un mago, pero siempre había amado la magia, incluso tenía una varita mágica en su casa, de la cual se desharía aquella tarde al llegar a su casa.
Claus salió corriendo del aula, llorando y tallándose los ojos, la maestra aún no entraba, así que nadie lo vio salir, excepto sus compañeros que se burlaban más alegría de él.
Los niños de su salón rompían cualquier sueño existente de Claus, en especial ese «mágico», de ser un mago. Incluso cuando Claus era aún más pequeño decía que de grande sería un mago y ayudaría a las personas. Un hermoso acto pensado por él a la edad de 5 años, ahora Claus era 4 años mayor...
Su maestra se dio cuenta de que Claus estaba llorando en el baño, se oían sus lloriqueos desesperados hasta afuera. Ella entró y lo consoló, después de que se tranquilizó después de varios apapachos llamó a los padres del pequeño para reportarles lo sucedido.
Media hora más tarde Rebecca la madre de Claus, se encontraba ahí, abrazado de su niño mientras oía a la maestra contarle todo lo que había pasado.
-... y el niño estaba llorando, me dijo que sus compañeros lo habían molestado esta mañana, aunque, no es por agraviar nada, pero en las clases siempre le dicen muchas cosas. Me acerqué con él para hablar, pero Claus nunca me quiere decir nada... -dijo la maestra, quien estaba sentada frente a un escritorio mientras hablaba con la madre de Claus.
Rebecca volteó a ver al niño quien aún seguía gimoteando y con sus cachetes blancos bien pintados de un color rojo tomate.
-¿Es la primera vez que te molestan así, hijo? -le preguntó la madre acariciándole su cabello marrón oscuro.
Claus lo pensó pero después le mintió a su padre y a la profesora:
-No, mamá -dijo el niño-, no me han hecho nada más, sólo esta vez... -la voz de Claus se escuchaba temerosa, y gracias a esto ninguna de las dos le creyó, pero hasta ahí dejaron el asunto.
Rebecca se llevó a Claus a su casa, cuando llegaron ella habló con el niño acerca de lo que pasó ese día en clase, el niño mintió, negaba lo que su madre le preguntaba.
-Está bien... -le dijo su madre dando un suspiro y rendida por no conseguir nada- puedes irte a tu cuarto... Yo voy por Dylan a la secundaria...
La madre salió de la casa una vez más y se fue. Claus se subió a su habitación (la cual compartía con Dylan) a un paso lento y con la cabeza agachada. Entró a la habitación y lo primero que hizo fue abrir su cajón y tomar su varita mágica, la dejó reposar en sus dos manos y se sentó en la cama... La miró fijamente unos segundos mientras una que otra lágrima salía de alguno de sus ojos...
«No puedo, nunca voy a ser un mago...», pensaba Claus tristemente mientras una de sus lágrimas caía encima de la varita de madera, «mis compañeros tienen razón, la magia no existe»
Entonces... ¡CRACK! partió la varita en dos con los ojos cerrados partiéndose en llanto... Soltó las mitades y estas cayeron en el piso haciendo un leve ruido al chocar contra la madera.
Claus se encontraba con la cara pegada en su almohada, dejaba que las lágrimas salieran de sus ojos debido a la gran tristeza que sentía, y estas se corrían por toda la almohada.
Claus adoraba su idea de querer ser un mago con toda su alma, era una de las cosas que más anhelaba, desde cuando vio su primera película de magia, era su sueño, y gracias a que era un niño confiaba plenamente en que era algo que podía existir, pues, los niños creen que cualquier cosa es posible. Claus no tenía ganas de saber nada más acerca de aquel tema, su corazón de niño se había marchitado y todos esos pequeños pétalos cayeron al suelo del olvido.
"Nada de esto es real", pensaba el pequeño con furia...
Poco a poco al estar recostado en su almohada Claus fue ganando sueño hasta que se quedó completamente dormido, soñando profundamente que era un niño mago, y que hacía su sueño realidad...

Sueño de NiñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora