Capitulo 3

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Me dieron un pase libre para saltarme las clases de la tarde, la camioneta vendría a buscarme a las dos de la tarde, no me habían dado opciones. ¿Por qué las esperaba? Entre los cazadores hay rangos, tu apellido es importante, al igual que quienes sean tus padres, es una creencia absurda, pero dicen que mientras más antigua sea la herencia, equivale a más poder y pureza de dones. El apellido Moscobich tiene 700 años desde su fundación en Rusia, razón de peso para que hoy en la mañana fuera proclamado día de luto.

Solo cuatro familias tienen la misma antigüedad y siguen vivas y activas; algunas fueron aniquiladas, otras desaparecieron, la mayoría pensamos que huyeron de sus responsabilidades.

Me miro en el espejo. No pensé que tendría que usar mis galas tan pronto, menos para un funeral, mi madre ha hecho bien en insistir lo trajera, aunque no lo estreno para recibir ningún premio ni en un baile. Debería llamarla, para contarle lo sucedido, pero eso podría preocuparla, mi padre sería el primero en sugerir que tomaran el primer vuelo a Lismore con escala en Dublín.

La pintura blanca de la habitación es sosa y pulcra, que de alguna manera me impulsa a recoger mis cosas, en lugar de dejarlo para después.

Me daré una semana. Si en una semana no tengo respuestas lógicas a lo que sucede, llamaré a mis padres y les contaré todo.

En el baño hay un espejo, peino mi cabello hacia atrás, se sostiene unos instantes y luego cae igual de revuelto en efecto resorte a mi frente; es un caso perdido. Niego con la cabeza.

Armado con el viejo reloj, mi exuberante confianza y mi carisma, estoy listo para enfrentar a la crema de nuestra distinguida sociedad.


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A la 1:50 espero frente a la calzada a orillas de la carretera. A la 1:55 se me une, Sophie, cuando me ve sonríe, sus ojos se están hinchados.

¿Debería darle el pésame? Ya se lo di ayer, no tengo idea de cómo hacerla sentir mejor sin arruinarlo. Ni modo me toca arriesgar.

Aclaro mi garganta, antes de hablar.

—Soph...

Las ruedas de la camioneta negra me salvan de mi disyuntiva, acercándose a toda velocidad desde el castillo. Derrapa quemado los cauchos cuando se detiene junto a nosotros. Le abro la puerta a Sophie y ella entra.

—Gracias por venir —dice cuando ocupo el lugar faltante—, tenía miedo de ir sola.

Ella hace una pausa que aprovecho para cerrar la puerta y el chófer arranca a conducir. La miro, porque al parecer lo que necesita es ser escuchada.

—No —Hace una mueca de sonrisa—, no tenía miedo. Solo deseaba compañía, y... Y el idiota de Aedrik dijo que no vendría; y pensé: voy a enfrentar las preguntas sola. Ya es suficiente con perder a mi mejor amiga, como para aguantar las acusaciones del señor Moscobich.

N O ©  {Jugada desesperada #1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora