No es serio.. o si?

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Lo nuestro no era serio, nunca lo había sido ni podía serlo. Había ciertas condiciones que cumplíamos a pies juntillas.
Ambos teníamos mucho que perder, mi reputación estaba en juego, y lo mismo sucedía con su puesto en la empresa. ¿Cómo habíamos llegado a esa situación?
Una nueva política de contratación abrió la puerta a personal fresco y a un cambio de aires que todos necesitábamos desesperadamente.
Entre todas las caras nuevas, yo no tardé en desarrollar cierto interés por ella. Correteaba torpemente de un lado a otro con montones de archivos. Solía terminar en el suelo más a menudo que yo, pero nunca perdía la sonrisa. A veces podía predecir que la encontraría arrodillada recogiendo las hojas al final del pasillo, ya que su risa llenaba los corredores, reverberando en las paredes.
No era una risa cantarina, era mas bien potente y exagerada. Por supuesto, a mis compañeros no les pasó inadvertido mi, como ellos lo bautizaron, flechazo, e inventaban mil virgierías para forzarme a interactuar con ella.
La primera vez resultó de lo más incómoda para mí, pero ella no pareció notarlo. La brillaban los ojos cual estrellas fugaces, pero sobre todo, eran como un libro abierto y completamente accesible.
Para mi desgracia esto no hizo más que desanimarme, creyendo que yo no suponía nada especial para ella; no me veía nada mas que como a otro compañero cualquiera. No volví a intentar otro acercamiento hasta que nos chocamos de forma fortuita en las escaleras.
Yo bajaba corriendo sin mirar por donde iba, ya que los ascensores se encontraban bajo reparación y el coche de la empresa me esperaba en la entrada; llegaba tarde a una reunión.
Ella subía, no la vi y básicamente la arrollé. Aquella vez, por suerte, no portaba un cargamento de documentos, sino un libro. Aunque no contaba con tiempo suficiente para compensarla, si me dio la excusa perfecta para invitarla a cenar esa misma noche.
Aceptó junto a un leve sonrojo antes de acuclillarse para recoger el libro. Y aquella noche, ocurrió lo que, ahora se, era inevitable.
Conectamos. No había manera de explicarlo, pero todo fluía de una forma tan natural como el respirar.
Poco a poco, el número de encuentros fue aumentando paulatina y gradualmente, en número e intensidad.
En la empresa nada podía levantar sospechas, jamás nos comportamos diferente, ni si quiera nos permitíamos el lujo de asestarnos miradas furtivas. La seguridad con la que vivíamos aquella aventura extraña hizo mas duro el momento en que se me fue de las manos.
Ocurrió una mañana temprano. Yo tenía el día libre y me despertó el olor de una comida casera recién echa, y aquel olor a calidez era el olor de lo cotidiano, de lo familiar, de un hogar, y me encogió el corazón.
Me puse ropa deportiva cómoda y me acerqué a la cocina. Ella estaba de espaldas a la puerta, agachada, mirando cómo iba lo que fuera que estuviera cocinando. Llevaba una de mis camisetas puestas. Me quedé un rato observándola; no me atrevía a producir el mínimo ruido. La escena me tenía atontado y un torrente de cariño me recorrió cada fibra de mi ser.
Algo se rompió dentro de mí. Todo lo que hasta entonces me había refrenado se volatilizó como los vapores de una ciénaga. Me acerqué y la abracé por la espalda, provocando que se asustara y se estremeciera bajo mi tacto.
Y así, de la nada, comencé a llorar.
A llorar tal vez por lo injusto de mi situación, a pesar de que yo había podido disfrutarlo hasta entonces, no cualquiera podía decir lo mismo pero, ¿Cuánto duraría? ¿Qué ocurriría si nos descuidásemos?
Estaba muy harto de esconderme, me sentís como el monstruo del armario.
Quería poder hacer lo que hacían las parejas normales. No creía que fuera mucho pedir. Salir a comer los domingos, pasear dados de la mano, visitar museos, ir al cine, presentársela a mi entorno con naturalidad... la libertad de decidir, en fin, cómo vivir una vida.
- ¿Qué ocurre?- La escuché preguntar nerviosa- No sueles llorar.
- Es que.. yo.. creo que te quiero.

Parecía que la hubieran congelado. Se zafó de mi abrazo y apoyada en la encimera, tras examinarme en silencio sentenció.
- Dime que es una broma. Por favor dime que no va a cambiar nada, esto no..

Se pasó las manos por el pelo repetidas veces, en un reflejo ansioso. Traté de sonreír lo más sinceramente posible pese a que por dentro, me había derrumbado por completo.
- Claro, era.. era una broma, como has.. ya sabes, echo el desayuno y eso.
- Me habías asustado. Tal y como están las cosas no es un buen momento. Ve a sentarte, esto ya está.

Cuando había alcanzado la manilla de la puerta llamó de nievo mi atención, sonrió antes de hablar.
- Yo también.

Mental breakdown Donde viven las historias. Descúbrelo ahora