Una simple decision, ¿si o no?

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Camino lentamente sobre el borde de la azotea sintiendo unas ganas enormes de saltar. Sin quererlo, recuerdos de toda mi vida pasan por mi mente, uno tras otro, haciendo cada vez que la caída de menos miedo.
Una vez mas, vuelvo a observar la carta que he escrito, para que si alguien quisiera entender el por qué de mi decisión tan solo tuviera que leerla.

Querid@ cualquiera,
Soy Simon Wayne, un tío cualquiera entre los billones que hay en el mundo. Si estás leyendo esto, supongo que ya habré saltado y te estarás preguntando por qué. Bueno, no voy a enrollarme mucho y voy a contártelo sin rodeos.
Mis problemas comenzaron desde mis cortos cinco años.
Mis padres se separaron y tal parece, ninguno quería hacerse cargo de mí. Así que hasta que cumplí los 18 viví con mi tía y abuelos, quienes tampoco me trataron de una forma muy agradable. Gracias a ellos tengo claustrofobia y los lugares con mucha gente me dan pánico.
Mi rutina durante esa época era ir al colegio, volver a casa y pasar el resto del día encerrado en mi habitación. Mi tía a veces me traía comida pero un día dejó de hacerlo. Si no fuera porque robaba de la nevera en la madrugada no se que habría sido de mí. Te preguntarás como alguien puede tratar así a su propia familia. Bueno, en términos antiguos, digamos que soy un bastardo, por decirlo de alguna manera. Mi madre le puso los cuernos a mi padre con otro tío, una de las razones por las que se divorciaron.
En la universidad me enamoré de quien creía que era el amor de mi vida, el rayo de luz en mi vida oscura, la persona que me haría salir adelante; qué equivocado estaba.
Esa persona me utilizó de la forma mas cruel, y por desgracia fui un ingenuo. Duró toda mi carrera universitaria, convirtiéndola, sin yo darme cuenta, en un infierno decorado por falsas esperanzas y mentiras.
Una vez me gradué en veterinaria comencé a trabajar y cometí el error de volver a enamorarme. Aunque mejor dicho no fue un error. Fue un milagro.
A los 26 años tenía una veterinaria cerca de mi casa en la que trabajaba con quien sería mi futura mujer. Ella y yo estaríamos casados de no ser por un maldito conductor ebrio.
Me quitaron lo que mas amé. Pasaron tres meses y fui decayendo en la miseria. Me hacía muchísima falta. Necesitaba sus abrazos, sus besos de buenos días y esa taza de café en las mañanas mientras hablábamos de nuestros planea del día. La necesitaba a ella, y al pequeño que vendría después de cuatro meses.
Mi vida está llena de desgracias y por eso quiero terminarla. Aquí. Ahora.
A mis 29 años me diagnosticaron depresión. Los tratamientos, medicamentos, psicólogos... nada me ayuda. Siento que cada minuto que pasa me hundo mas.
No se de quienes fueron mis amigos desde hace ya tres años, tampoco conozco el paradero de mis familiares.
Estoy completamente solo.
Quiero terminar todo aquí, quiero por fin descansar en paz sin preocuparme de nada. Quiero ver a mi mujer y a mi hijo.
Espero que te haya resuelto la duda. Ahora, si me lo permites, voy a empezar de cero.

Estaba a punto de saltar cuando siento que alguien me agarra del brazo y me lleva al centro de la azotea.
-  ¡¿Qué crees que estás haciendo?!
No respondo.
Escucho como suspira.
- Escúchame; no sé qué te habrá pasado para que decidas terminar con tu vida, pero te aseguro que no es el camino correcto.
- ¿Cómo lo sabes? Mejor dicho, ¿quién eres tú para decirme qué camino es el correcto y cuál no? Ni si quiera sé tu nombre.
- Quiero conocerte, quiero ayudare a superar los problemas que tengas. Entiendo que no confíes en mí al principio, pero de verdad quiero ayudarte. No pienso fallarte.
- ...
Me quedo en silencio. No sé que decir. Quizás no sirva de nada y dentro de un par  de semanas vuelva aquí. Miro al cielo y de pronto siento una brisca relajante. Cierro los ojos. Y la veo a ella. Mi mujer, sonriendo, de la mano de un niño pequeño. Puede que esta vez sea diferente. Quizás ella quiere que me esfuerce y que sea feliz. Solo por eso, me giro.
- Soy Alice Walter

Y ese día, sin si quiera saberlo, me enamoré.

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