1º El caballero y el sepulturero.

147 12 1
                                    


─Lo que pasa es que yo me casé con la muerte...─ dijo lentamente, dejando escapar humo de tabaco por la boca y doblándose las solapas del abrigo negro─ me casé con ella hace muchos, ¡pero muchos años!... Hace tantos, que a ella ya se le olvidaron nuestros votos.

El hombre que cavaba la tumba a ser usada al día siguiente por la mañana, lo miró con sorna y continuó su trabajo. Sudoroso, por la curtida mejilla resbaló una gota de caldo manchado de tierra mojada, negra y olorosa como casi todo el camposanto; lleno humedad, pero también de flores; de pensamientos,  no me olvides y gardenias que los dolientes solían plantar cerca de las tumbas.

─ ¿Quieres un trago? ─ el caballero del abrigo oscuro le extendió al hombre una licorera que despedía el aroma del güisqui escocés de más de cincuenta años. Aunque con recelo, el sepulturero no pudo resistirse a la tentación de probar el licor y aceptó la invitación en tanto que el caballero terminaba su cigarrillo, lo arrojaba al suelo y lo aplastaba con el pie contra la tierra removida y lodosa─...sí, yo me casé con la muerte, por eso (suspiró hondo), por eso se ha olvidado de mí en este "valle de lágrimas".

Y se encogió de hombros con un gesto de resignada amargura. El trabajador, mirándolo con más miedo que interés, creyó que hablaba con un loco, un maniático escapado de un sanatorio...Un rico loco vestido como todo un lord que hablaba con acento extranjero.

─Dime, amigo, ¿qué harías si tu esposa se olvidara de ti, si te dejara abandonado en una tierra de nadie?

Los ojos inyectados del tosco hombre analizaron al refinado lord, antes de responder:

─Yo nunca me casé...

─Ah, pues, ¡tienes mucha suerte! Si no conociste el amor, no sabes lo que es la desgracia...

El hombre no respondió, midió la profundidad de la fosa y dijo: ─¡Terminé!

Con más prisa que precaución, el hombre juntó sus herramientas recargadas contra las paredes de la tumba fría: la pala oxidada de agreste mango, el tosco pico y un fardo mugriento para guardarlas. Se las echó al hombro con prisa, como si quisiera huir de una vez por todas de ese lunático que le recordaba a Jack el destripador (por el brillo de maldad en sus ojos extraños, brillantes en fuego). Una vez con sus pertenencias, miró alrededor suyo y buscó la manera de salir. Sin que él se diera cuenta, el caballero lo agarró por el cuello de la camisa asquerosa a tierra y sudor y lo haló con una facilidad inverosímil (haciendo crujir el cuero del guante oscuro contra la prenda), como si él hombretón de casi uno noventa fuera un muñeco de trapo. Así lo colocó en el suelo y de dentro del abrigo que olía a roble e incienso, entre la levita y el chaleco con cadena de oro, sacó una pequeña bolsa de monedas que entregó al hombre, que estaba petrificado ante la inhumana fuerza del patrón en turno.

Aun así recibió las monedas y con el cuidado que sólo da la codicia, abrió la bolsa y contó allí mismo, pero sus ojos relampaguearon de incredulidad cuando vio ante sí, no libras esterlinas, sino doblones de auténtico oro: siete monedas de metal macizo, ¡más de lo que pudiera ganar en cinco años de escuetos trabajos!

─¿Qué pasa?─ preguntó el lord─ ¿no estas satisfecho?

─Mi... Milord pero esto, ¡es mucho dinero!

─¿Acaso no lo quieres?

─¡No, no! ¡Claro que sí! Es sólo que...

─Pago bien a tu pobreza por que la ocasión lo amerita... ¡simplemente soy un lord generoso festejando un evento memorable! ¡¿Qué mejor manera de hacerlo que regalar al vulgo un poco de lo que sobra! O, mejor dicho, de lo que a mí no me sirve.

El enterrador se había quedado inmóvil y curioso ante la lunática declaración del lord. Aferrándose a las monedas y al fardo con las palmas embrutecidas, se estremeció con el frío punzante del camposanto, con la fuerza del viento desatado en esos instantes que hacía chillar las cruces de metal y los barrotes en la cancelería de los mausoleos, las ramas desnudas de hojas, los silvestres pastos crecidos, secos por el aliento helado y asesino del corazón del otoño.

─... ¿y sabes que más? ─ preguntó el caballero mirándolo de soslayo ─ ¡voy a festejar esto como un acontecimiento único!

Se llevó la licorera a los labios y bebió de ella como si contuviera agua dulce. Luego comenzó a reír a carcajada limpia y extendió los brazos a la claridad del plenilunio que le iluminó el rostro.

─ ¡Se murió! ¡Por fin se murió el maldito loco! ¡Te has ido Abraham Van Helsing! – y reía y reía cada vez más trastornado, se inclinó sobre su abdomen para aguantar las carcajadas, se acercó a la tumba bufando de alegría malsana, como si el cadáver de su amo fallecido ya estuviera allí─ ¡te has ido bellaco cretino! ¡¿Y que vas a ser ahora, hijo de perra?! ¡¿Qué vas a hacer querido Abraham, cuando mañana ocupes esta tumba y te llenen de tierra hasta el cogote y te coman los gusanos y te pudras en tu traje de seda y lino, eructando en vapores de pestilencia?! En esta fosa que he mandado escarbar sólo para ti, ¡y date por bien servido que fue en este camposanto! Por mí, ¡por mi te hubiera arrojado al río para que te confundieras con la porquería de la ciudad!... ¡Estúpido, loco, maniático!... ¡Ese bastardo del averno me esclavizó! (se dirigió al hombre que no podía moverse), ¡me quitó todo, todo! ¡Le quitó todo al conde Drácula! ¡A mí, rey y señor de la no vida!

Entonces, el sepulturero salió de su estupor cuando vio ante sí los puntiagudos y blancos colmillos resplandecientes y las pupilas bermejas encendidas por el odio. De la cavernosa sonrisa, sólo alcanzó a ver algo, antes de echarse a correr como un poseso entre de las tumbas esparcidas del cementerio; los nichos de mármol y piedra; las baldosas de adoquín turco; las estatuas de querubines, cristos y dolorosas.

El hombre frenético abandonó las herramientas en algún momento para correr mejor, mientras iba aplastando, con las macizas suelas de las botas, las flores: los pensamientos, las inmortales, las no me olvides y a los gusanos necrófagos. Y se embarraba en el lodo patinoso por las desconcertantes lluvias de Inglaterra. Se persignaba y hacia invocaciones a casi todos los santos del calendario, ¡nunca en su vida, ni cuando iba al catecismo, el hombre había rezado más y mejor que esos momentos aterradores y endemoniados! De ulular de búhos y aullidos de perros lejanos y desconocidos.

El vampiro lo miraba correr desde su sitio, la empinada y descuidada colina del cementerio que él había elegido para dar la última morada a su subyugador Némesis. El viento ya despeinada sus engominados y negros cabellos aventándolos contra el rostro de más de cuatro siglos de antigüedad. Con una sonrisa divertida, se llevó un habano a los labios y lo encendió, aspiró una bocanada, dos...tres y miró a la cara blanca de la luna, enorme y despejada. Cerró los ojos y exhaló un suspiro, luego se volvió de nuevo a observar el agujero en el suelo del cual aún se desprendían lombrices y asomaban raíces.

Hincándose en la orilla, dijo:

─Y a final de cuentas te marchas a un lugar mejor que este maldito mundo. Te marchas habiendo hecho de todo en tu asquerosa vida...te moriste con una sonrisa de alivio en los labios, ¡te moriste en tu maldita cama de doseles, rodeado de tus seres queridos! Y a mí me dejas detrás, me dejas y me cedes como esclavo, como lo estaré para los hijos de tus hijos, de tus hijos... Pero ya encontraré la manera, ¡sí yo lo sé! Ya hallaré la forma para darte revancha, aunque te vayas al fin del infierno...Querido enemigo...

Con despreció, de pie lanzó un escupitajo a la tumba, tomó de la cabeza de un cristo su chistera negra y se la colocó en la cabeza. Antes de dar la media vuelta, se volvió a ver la luna enorme, "¡Qué hermosa noche! ¡Es una buena noche para morir!" Porque a unos kilómetros de allí, velaban en elegante rosario al cuerpo de sir Abraham Van Helsing en su mansión a las afueras de Londres.

De nuevo se envolvió en el abrigo y se fue limpiándose el lodo de los pies en las lapidas de piedra, en esas tumbas que, en su silencio perpetuo y mortuorio, por la eternidad mirarían al oriente, despuntar el alba.

Todos los santos. Tres episodios fúnebresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora