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Prólogo

Lucy

Lucy Parker.

Uno sesenta y cuatro, pelo azabache, piel clara, ojos azules, de comprensión esbelta, labios gruesos y nariz respingona.

Dieciséis años, nacina y criada en LA, California. Padre mecánico y madre enfermera en un centro de mediana edad. Ambos hacen lo que pueden.

Un novio encantador. Rubio, moreno y de ojos color miel. Inteligente y amable. Ama mucho. Quizá demasiado.

Parece una persona normal, ¿verdad?

Bueno, pues no. En mi descripción hay de todo menos la palabra normal.

Un muy buen 2 de octubre de hace un año aproximadamente, cumplí mis quince años. Un cambio bastante bonito teniendo en cuenta que mi madre es latina. Los quince son como los dieciocho de los latinoamericanos. Simboliza a la floreciente mujer.

Nunca he querido contar muchos detalles sobre ese día. Solamente lo sabe la gente que estuvo allí y mi novio.

Dudo que aunque se lo cuente a alguien me creyera. Es tan surreal que me encantaría que lo fuese de verdad.

Es que ¿cómo se procesa el hecho de que casi ahogo a todo el mundo en mi propia fiesta de cumpleaños? ¿Y cómo se procesa ya de paso que lo pudiese hacer sin tocar a ninguno de los presentes?

Lo importante de ese día es que lo cambió todo.

Llegó a cambiarlo tanto que incluso ya no sabía ni quien era yo.

En aquel momento no solía generar muchos amigos. Era inteligente y tenía una beca en una prestigiosa escuela privada al este de LA. Mis padres y yo no teníamos muchos recursos, pero yo me había empeñado en tener la mejor educación posible sin costarles un ojo de la cara.

Lo normal de cuando eres nuevo en un instituto es que te miren el primer día ¿no? Bueno pues a mi me siguen mirando desde el primer día.

Al principio por ser la única becada y con mejores notas de toda el área académica. Y después por el temita de poder mover cosas con la mente.

Creepy.

Desde ese cumpleaños mis padres intentaron llevarme a psicólogos, médicos y de más. Intenté decirles que no se gastaran tanto dinero en mí pero no me hicieron mucho caso. Hasta que un día dejaron de intentarlo.

Los primeros días me las pasaba metida en mi habitación haciendo deberes, o llorando en una esquina con las rodillas abrazadas. Los siguientes días, Jace empezó a hacerme bastante compañía.

Estuvo conmigo incluso cuando mis padres ni siquiera querían estar.

Él me salvó. Me salvó de mi misma.

***

—¿Has visto este artículo de Reginal Hagreeves? Los chicos esos hoy han arrestado a unos ladrones que querían atracar un banco.

Que no me lo recuerde, por favor. Llevaba toda la semana hablándome de un tal Reginald y de sus hijos prodigiosos o yo que sé. Sé que yo fui quien le enseñó el primer artículo que encontré pero no pensaba que iba a tomárselo tan en serio.

Intentaba buscar información sobre los nacidos el 2 de octubre pero no me apareció nada. En cambio, lo que si que me apareció fue el misterioso caso de siete prodigiosos bebés nacidos un 1 de octubre. Me pareció lo suficientemente complejo y extraño como para no relacionarlo, así que indagué más en el tema.

—Pero si tu fuiste el que dijo que no estaba de acuerdo en contacta-

—Lo sé, Lucy. Pero llevas unos días un poco estresantes y creo que por consultar no pasaría nada ¿no? —cuestionó Jace.

Cada vez pensaba más en la posibilidad de contactar con una persona que supiese al menos algo más que yo sobre este tema. El único problema es que no sabía cómo reaccionar a lo que me contase.

***

Después de unos cuantos meses intentando contactar con ese tal Reginad Hagreeves me di cuenta de que ese hombre no tenía ninguna intención de hablar conmigo.

Hasta aquel día.

Eran alrededor de las cuatro de la tarde, la mayoría de las personas estaban en las playas y Jace y yo habíamos decidido entretenernos un rato en el parque del centro.

Había un pequeño pero precioso prado a las afueras del inmenso parque. Era un lugar bastante tranquilo, con unos cuantos bancos y mesas para poder hacer picnics.

Las hojas de la novela que estaba leyendo se movían febriles por la pequeña brisa de primavera.

Mi teléfono empezó y desvíe la mirada del libro para ver quién era. Al ver que era un numero desconocido volteé los ojos.

—Oye no piensas contestar —dijo Jace a mi espalda.

—Seguramente sean los pesados de la escuela. ¿Cuando se van a cansar y me van a dejar en paz?

Jace suspiró. Él siempre tenía ese aire de luz que todos necesitamos en el día a día. Era de ese tipo de personas por los cuales te entran ganas de sonreír solo porque siquiera existen.

Por eso cuando lo veía en esa faceta tan agotado me dejaba sin aire en los pulmones.

—Mucha gente, a pesar de tenerlo todo, es muy infeliz y lo único que quiere, ya sea por egoísmo o por ser humano, es no sentirse así o simplemente hacer que parezca que no es así.

Lo miré con detenimiento. Me encantaba escucharle hablar. Tenía una voz tan serena.

—Por eso hay gente que solo sabe combatir sus problemas haciendo a otros infelices. Para hacerse creer que no son tan desgraciados.

—Pero ¿qué culpa tienen los demás? —reflexioné en voz baja—. ¿No se supone ellos más que nunca tendrían que hacer algo para sentirse mejor? ¿Cómo se van a ser mejor haciendo daño a otros?

—Hay mucha gente, con diferentes maneras de pensar.

Muchas veces me había preguntado por qué me había enamorado de Jace. Al principio tenía miedo de que solo fuera porque era el único que no me juzgaba sin antes conocerme, pero conforme iba pasando el tiempo me iba dando cuenta de que me sentía a salvo con él. Y eso era extraño teniendo en cuenta que yo era el peligro andante.

Al cabo de unos minutos largos mi movil volvió a sonar. Resoplé molesta.

—Creo que deberías contestar.

—Nunca sé cómo se las apañan para conseguir mi número —murmuré.

Agarré el teléfono de malas maneras y conteste a la llamada.

—A ver, ya está bien la bromita ¿no? —grité, refunfuñando— ¿Tan aburridos sois que tenéis otra cosa que hacer que molesta-

—¿Señorita Parker?

Me atraganté con mi propia saliva al oír esa voz tan varonil. Desde luego no eran los niñatos de mi clase.

Tarde unos segundos más en contestar para intentar buscarme la voz de nuevo.

—S- ¿sí?

—Mmm... buenas tardes, le llamo de parte del Señor Hagreeves. —Asentí a pesar de que sabía que no podía verme—. Hemos visto que ha estado intentando contactar con él desde hace varios días ya.

—S- sí.

—Bueno si no es mucha molestia, al señor Hagreeves le gustaría concertar una cita con usted.

Número 8Donde viven las historias. Descúbrelo ahora