Prologo

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Saint estaba frente a la ventana, observando a su amigo alejarse de la casa. Earth se volvió para mirar hacia arriba directamente a él, agitando su pequeña mano, sonriéndole ampliamente antes de meterse en el coche con su nueva familia. Cuando Saint comenzó a agitar las manos de regreso, el coche ya estaba acelerando, hacia el camino de acceso, pasando velozmente los portones. Repentinamente sintió el deseo de echar a correr y alcanzar el vehículo. Necesitaba decirle adiós a Earth, una vez más, una última vez. Porque todas las promesas que le hacían, nunca las cumplían, todos le prometían regresar a visitarlo y nunca lo hacían. Así que, como probablemente iba a ser su último a dios, necesitaba que Earth supiera que para él era como el hermano menor que nunca tuvo.

Saint salió del dormitorio que había compartido con Earth, dando un patinazo a lo largo del corredor, bajó corriendo por las escaleras de madera, abriendo la puerta para continuar bajando hacia los portones de entrada. El coche ya no estaba a la vista, pero Saint continuó corriendo y corriendo. Sus pulmones se sentían como si fuesen a explotar, y los músculos de sus piernas dolían como el demonio, pero continuó corriendo y corriendo, lo único que consiguió pararlo en seco, fueron los grandes portones. Sus palmas sudorosas agarraron las verjas de hierro mientras se dejaba caer al suelo. Saint sintió deslizar unas gotas húmedas por sus mejillas, percatándose de que lloraba. ¿Cómo no iba a llorar si sentía su corazón desgarrado?

Saint no supo cuánto tiempo estuvo sentado sobre el duro suelo. Sus lágrimas se habían secado y su cuerpo estaba frío debido al viento borrascoso. Sintió una mano caliente en su hombro Había notado la presencia de alguien junto a él durante un rato, miró hacia arriba y descubrió al padre Marcus en cuclillas junto a él, sus ojos llenos de simpatía y comprensión.

—Regresará, Saint —dijo el padre New calmadamente.

—No, ellos le acogieron, Padre —carraspeó Saint, con voz un poco ronca—. Y, ¿los sacerdotes deben mentir?

—No te estoy mintiendo —dijo el Padre New, sonriendo amablemente—. Siempre hay esperanzas de que regresen a visitarnos.

—Nunca regresan, Padre. No lo han hecho Yatch, Sammy, ni Kao y tampoco lo hará Earth. Nadie regresa.

—Oh, Saint —dijo tristemente el padre New antes de envolverlo en sus brazos—. Un día, alguien vendrá a por ti.

—No diga gilipolleces, Padre —dijo Saint.

—¿Que te dije acerca de usar palabrotas? —dijo el padre New arqueando una de sus cejas.

—Que no las utilices a menos que sea realmente necesario y no hasta que tenga por lo menos doce años —repitió Saint secamente. Esa era una de las cosas que le gustaba acerca del Padre New, no era ultraconservador como algunos otros sacerdotes que había conocido.

—¿Y tienes doce, Saint?

—Los tendré en un año —dijo Saint tercamente.

—Entonces espera un año más. No te matará —Bromeó el padre New.

—Todavía estaré aquí un año más, me criaré a aquí —dijo Saint a sabiendas.

—Oh, Saint.

—No tiene que estar triste por mí. Sé que nadie me quiere. Siempre escogen a alguien más con quien ir a casa. No soy joven como Sammy o lindo como Earth o...

—Eres especial, Saint. Y un día alguien verá eso. Confía en mí —dijo firmemente el padre New—. Un día tendrás una familia.

Saint se encogió de hombros. Sabía que no dejaría el orfanato hasta que pudiera cuidar de sí mismo a los ojos de la ley. Había algo mal con él, que ocasionaba que no se fijaran en él. Tal vez fuera la tristeza que siempre había sentido, muy adentro. Saint comenzó a disimular desde ese mismo día. Su sonrisa pequeña y tímida se ampliaba, mostrándola más seguida. Hablaba más e hizo nuevos amigos. Fingió ser feliz, cuando no se sentía así por dentro. Sólo el Padre New sabía que disimulaba y se sentía triste cada vez que observaba a Saint intentar tan duro ser alguien que no era.

Pero fingir que era feliz, aún no convertía a Saint en un candidato de primera calidad para la adopción por una familia cariñosa. Cuando otra pareja de casados sin hijos hizo una visita al orfanato, escogieron a Cherren en lugar de a él, con sus rizos pelirojos y sonrisa brillante y alegre.

—Simplemente se tú mismo, Saint —le había dicho el padre New, palmeándole balsámicamente el dorso, y se marchó dando media vuelta sin oír la respuesta de Saint.

—¿Qué ocurre si ser uno mismo no es bastante bueno? —pronunció Saint con un medio susurro sin dejar rastro.

****

Perth caminó hacia el ataúd abierto para dar sus últimos respetos. Llevaba puesto su mejor traje, el único que su madre pudo comprarle, a ella le encanta vérselo puesto decía que le resaltaba el color de sus bellos ojos. Mientras miraba la cara serena que le saludaba desde dentro del Ataúd, se preguntó si su madre todavía lo podría ver ahora, con sus ojos cerrados. Sintió un sollozo intentando escapar de su pecho y aspiró profundamente antes de que saliera. Su padre le había dicho que los verdaderos hombres no lloraban.

—Tu madre está muerta, Perth —le había dicho su padre, sin ninguna emoción en su voz.

—¿Qué... que? —había lloriqueado Perth, en medio de la confusión y la desaprobación.

—¿No me escuchaste? Ella está muerta. Duró más tiempo de lo que espere, de cualquier manera. Era demasiado débil para este mundo. Al menos me dio a ti antes de que muriese.

Perth se había quedado paralizado mientras las noticias de la muerte de su madre le abrumaban. Miró a su padre, quien se veía más molesto por cualquier otra cosa que por la muerte de su esposa. Y de pronto, quiso darle un gran puñetazo a la cara con expresión burlesca y desdeñosa de su padre. Pero no lo hizo. Era muy listo por no hacerlo. En lugar de eso apretó sus puños y preguntó—: ¿Cómo?

—Se cortó las venas de sus muñecas —contestó brutalmente su padre, sin importarle que se lo decía a su joven hijo—. Era débil, que quieres que diga. Tienes que ser más fuerte que eso para sobrevivir en este mundo.

Perth no sabía exactamente por qué se casaron sus padres, si lo hicieron por amor o no, o si el amor se había acabado cuando Perth vino al mundo. Su madre lo había querido de todo corazón, había intentado protegerlo de la

vida cruel que su padre dirigía. Su padre odiaba eso, la había odiado. Y Perth siempre había estado entre ellos.

Las dos personas a las que debía amar más que nada en el mundo. Bueno, al menos la mitad de eso se cumplió. La otra mitad dejó de cumplirse cuando vio a su padre dándole golpes a su madre dejándola amoratada y melancólica por haberlo desobedecido. Perth más tarde supo que no era la primera vez que había ocurrido.

Todo el abuso, físico, oral, y mental, que su padre le había lanzado a su madre, finalmente había alcanzado su límite, dando como resultado su muerte.

Perth estaba fuertemente enojado con su padre en ese momento, pero lo que verdaderamente le oprimió, fue la desesperación por ver que la última persona que le amó había muerto. Al percatarse de ello, Perth comenzó a llorar. Su padre le gritó antes de caminar a grandes pasos hacia él, dándole una dura cachetada, sacudiéndolo como una muñeca de trapo.

—¡Los verdaderos hombres no lloran, eres mi hijo, Perth! ¡Recuerda eso! Ningún Tanapon alguna vez lloró. Y mejor no empieces con esa mierda. Me comprendes, ¿hijo? ¡Deja de joder con el llanto! ¿O es porque eres débil, chico? ¿Eres débil, como lo era la perra de tu madre si esa hija de puta de tu mamá? —La saliva de su padre aterrizó en su cara mientras le gritaba.

Las lágrimas de Perth se detuvieron en ese mismo momento. Miró de frente a su padre y asintió con la cabeza. Un día su padre pagaría por todas las cosas que le había hecho a su madre. Un día el hombre pagaría por causarle su muerte. Perth se calló, mordiéndose la lengua para contener las rudas palabras que querían liberarse de su boca. En lugar de eso se limpió sus lágrimas y dijo—: ¿Puedo irme ahora, padre?

Perth de diez años de edad nunca lloró otra vez. No lloró cuando miró al cuerpo de su madre descansar sobre unas sábanas blancas cremosas de raso en un ataúd. No lloró cuando observo como bajaban el ataúd de su madre a seis pies bajo tierra. No lloró. Ni ese día, ni cualquier otro después de eso.

A fin de cuentas, un verdadero hombre nunca lloraba.



El Padrino y su AmanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora