Capitulo 11

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—¿Dónde está? —Perth preguntó a Singto, quien estaba apoyado en uno de los pilares que adornaban su patio.

—Bueno, hola a ti también, jefe. —Singto le sonrió.

—Joder, Singto, es que...

—Perth, lo que necesitas es comprobar tu herida, en primer lugar — interrumpió Mark, agarrando uno de los brazos de Perth cuando él empezó a tambalearse.

—Maldita sea, jefe, estás sangrando —Singto cruzó al otro lado de Perth, sujetando su brazo.

—Estoy bien, Singto. no tienes que...

—Puede hacer lo que infiernos quiera, cuando estás sangrando dejando un maldito charco en el suelo. Joder, Perth. ¿Qué hiciste?

Perth levantó la vista para ver a Saint mirándole con el ceño fruncido.

—Aw, viniste a saludarme a la puerta, qué lindo... Y yo sin haber hecho una maldita cosa.

Saint ignoró totalmente a Perth, señalando a los dos hombres para que lo llevaran al interior antes de cerrar la puerta. Perth observó a Saint cuando comenzó a dar instrucciones a su personal. Habría tenido algo que decir acerca de eso, si no fuera por el hecho de que se sentía un poco cansado. Sonrió a Saint y trató de llegar a él, sólo para descubrir que no podía mover su brazo. Frunció el ceño y entornó los ojos cuando la imagen de Saint comenzó a desdibujarse. No pasó mucho tiempo antes de que le diera la bienvenida a la oscuridad que le llamaba.

Perth oyó el sonido de unos leves ronquidos y sonrió, reconociendo quien estaba haciendo los ruidos. Abrió los ojos, volviendo la cabeza hacia un lado, y vio a Saint dormido en uno de los grandes sillones de cuero que había colocado en el dormitorio. Siguió mirando a Saint, viendo como el sol remarcaba las facciones de su amante. Saint todavía vestía la ropa que llevaba en su cita para cenar. Saint se había quitado la chaqueta, y Perth pudo ver que la camisa blanca que llevaba debajo estaba salpicada de sangre seca. Su estómago se revolvió ante la idea de que la sangre podría haber sido de Saint.

—Es bueno verte despierto.

Perth miró a la puerta y vio a Mark sonriendo.

—¿Había alguna duda?

—Un día, tu suerte podría agotarse, Perth —dijo Mark, frunciendo el ceño mientras caminaba cerca de la cama.

—Pero ese día no es hoy —dijo Perth, medio en broma.

—La muerte no es para bromear —dijo Mark mientras se sentaba en el borde de la cama.

Perth suspiró.

—Lo sé, Mark. Pero sabes que, en nuestro trabajo, hacerse daño es muy probable. Nuestra tasa de mortalidad es alta —señaló secamente.

—Eso no significa que tengas que morir joven. Además, tuviste tiempo de retirarte —Mark miró fijamente a Saint, que estaba todavía ajeno a la conversación, roncando en su silla.

—¡Huy!¡Es cierto! Amigo mío.

—Sólo pensé que necesitabas recordarlo. Debiste irte lejos, no poner en riesgo tu vida. Quitarte del medio y no volver atrás.

—¿Y dejarte atrás y al resto de nuestros hombres? ¿Harías lo mismo, si fueras yo?

—Es diferente.

—¿Cómo es eso? — Perth preguntó tenazmente.

—Tú eres el jefe, Perth. Nos pagas para protegerte.

—Y no para morir por mí.

—Ahí está la cláusula no expresada, ahí mismo. Cuando uno trabaja para una organización criminal, la muerte tiende a ocurrir.

El Padrino y su AmanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora