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Samantha se vistió rápida y silenciosamente con su ropa de batalla. Una camisa oscura, sus pantalones de cuero y una chaqueta. Dejó la espada debajo de su cama. El punto era no llamar la atención, y una espada no era precisamente discreta. Los cuchillos de caza y las dagas serían más útiles en este caso.

Vistió su capa negra que llegaba por debajo de sus rodillas apenas, y se subió la capucha, acomodando su larga trenza dorada para evitar que se viera. No sé molestó en cubrirse el rostro. Después del todo, la única persona que la vería, moriría y nadie sabría cómo o quién lo habría matado. No sé colocó las botas, temiendo hacer algún ruido.

Se acercó a la puerta entreabierta de su habitación y asomó los ojos, cubriendo la vela con su mano para que si alguien llegaba a estar allí afuera, no notara su presencia. Escaneó el pasillo de todos lados con la vista y apagó su vela, y la dejó justo en la mesa de noche. Bajó silenciosamente y se fue a las cocinas. Salió por las puertas del personal, donde estaba segura de que Lothar no había puesto ni un pie en su vida, y que jamás lo pondría, se calzó sus botas de batalla, cortesía de Lothar, y caminó como un cualquiera por las calles hasta la casa de Cormak Colohut. Su querida misión.

En el camino, pasó frente al restaurante de sus citas con Nael, y se aseguró de recordar bien las alcantarillas y las rutas que contenían debajo. Luego siguió su camino.

Escaló hábilmente por paredes, techos, y cornisas. Llegó hasta un pico que sobresalía de una de las esquinas de la adinerada casa, se sujetó y se posó sobre el balcón como si fuera un halcón. Sin embargo, no se escuchó ningún ruido. Sus pasos sonaban tanto como sonaba una sombra, y ella se mezclaba con las sombras justamente. Bajó y caminó dentro de la habitación. Observó.

¿Qué clase de idiota dejaba la puerta de su balcón en el tercer piso, abierta, como invitando a una asesina a entrar y matarlo a él y su familia?

Su ojos verdes se posaron en la cama, pálidos como siempre. Estaba Cormak, que encajaba con la descripción que Louis le había dado. Cabello oscuro, piel pálida, facciones afiladas. Ciertamente aún no comprobaba si sus ojos eran del color del océano, pero estaba en la casa correcta, así que no podía estar mal. Junto a él, descansaba una mujer, de cabellos castaños y piel blanca. Debía ser su esposa.

Samantha se acercó a la puerta y comprobó que estuviera cerrada perfectamente. Se acercó calmadamente hasta la cama, como si no estuviera a punto de hacer una escena del crímen, ni de cometer un asesinato a un importante hombre de Millage. Sacó su daga oculta bajo su camisa oscura, de la vaina en su pantalón.

La deslizó lentamente por el cuello de Cormak, observando como la sangre fluía por su cuello y se derramaba en la cama y cerca de su esposa. Sus ojos se abrieron, como no podía emitir sonido alguno con la garganta, seguramente intentaría hacer algo.

Intentó estirar la mano a su esposa, que aún descansaba junto a él, ajena de que su esposo moría, ahogándose con su propia sangre, y con la garganta rebanada de una oreja a otra. Samantha sujetó sus manos con fuerza y presionó su mano libre contra su boca. Así se ahogaría más rápido además de desangrarse, y haría menos ruido.

Luego de ver qué estaba ya muerto y su esposa aún profundamente dormida, revisó bien que no hubiera dejado huellas. Envainó su daga llena de sangre, evitando así dejar un camino de gotas de sangre que los llevará a ella, y se alejó, dejando el cuerpo de Cormak con la garganta rebanada en la cama, ahora con las sábanas y lo demás manchado de sangre.

Salió tan rápida y tan silenciosa como entró, y caminó hasta una de las alcantarillas.

Entró sin ser vista y caminó como Nael le había enseñado. Cuándo llegó a la intersección, solo esperó, como le había sido indicado.

Después de varios minutos, Nael llegó.

    — Vamos.— le dijo y ambos comenzaron a caminar juntos por los alcantarillados para llegar a la mansión Falk.

(...)

Leger observó a Samantha entrar en una casa, que parecía un poco más una mansión sencilla, por el balcón. Desapareció en la oscuridad de la habitación.

Se sintió tentado a salir de su escondite y revisar si seguía bien, o viva. Un escalofrío lo recorrió.

Luego de un rato, suficientemente corto, la muchacha salió, bajó ágilmente por dónde había subido y cayó sobre sus pies en el suelo sin hacer ruido.

Él no puedo evitar sentirse sorprendido de su habilidad, era más silenciosa que nada en el mundo. Si no hubiera estado viendo, ni siquiera habría notado que había aterrizado aunque estuviera junto a ella.

Comenzó a caminar sin quitar la capucha de su rostro.

Leger miró a todas partes, mientras la seguía algunas calles más atrás deteniéndose en alguna cosa si notaba que estaba demasiado cerca, cómo para ser visto.

Luego ella giró en una de las esquinas, y se perdió. Entonces él corrió para alcanzarla. Si no mal recordaba, esa calle estaba cerrada. Miró a los techos. No había señales de ella. Cuándo llegó, efectivamente, la calle estaba cerrada. Se preguntó a dónde había ido.

Observó la alcantarilla.

Arrugó la nariz.

Según su experiencia, ninguna mujer jamás de atrevería a entrar en una alcantarilla. Dudaba que ella hubiera entrado ahí.

Dió media vuelta y regresó al restaurante, de dónde había salido al verla pasar. Entró, manteniendo en su mente la ruta exacta que la muchacha había recorrido a la casa de ricos, y el que había hecho hasta desaparecer de esa extraña manera en la calle.

Caminó hasta su habitación y volvió a mirar sus anotaciones de la poca información que había conseguido, a pesar de que le parecían poco confiables las fuentes. Pues las había reunido en una taberna que había encontrado por ahí luego de su jornada.

Lothar Falk.

Tendría que encontrar la forma de contactarlo.

Según le habían dicho, era un hombre rico, muy rico, que hacía trabajos por dinero. Solo tenía que encontrar la forma de hablar con él, o de encontrarlo primero, y hacer que creyera en él. Tenía que decirle lo que planeaban hacer con Millage y sus habitantes. Y quizá, si le creía, haría que mataran a sus acompañantes.

Cerró los ojos.

¿Acaso Samantha había hecho algo en esa casa?

No pudo evitar pensar en la hermana de la chica.

Seguramente ella seguía en la ciudad, pensando en donde podría estar su hermana. Hablando en la habitación como si pudiera escucharla, o responderle. Quizá estaba perdiendo la cabeza sin su hermana.

Pero parecía ser que Samantha ya tenía una vida hecha en Millage. Se preguntó si ella pensaba en su hermana, como su hermana pensaba en ella.

Pero prefirió dormir.

Tendría que encontrar a Lothar antes de que sus compañeros comenzaran a recopilar más información y luego intentaran enviarla.

Millage © [ATLM #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora