Capítulo 5

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Salimos de la cama cerca del mediodía. Comencé a hablarle y me di cuenta que no le gustaba que le hablaran apenas se despertaba. Se lavó la cara, se peinó y se puso su ropa. Recién se levantaba y para mí estaba hermosa. Me bañé mientras ella se quedó en el balcón del living mirando a los autos pasar. Era una mañana de domingo muy bella. La vida parecía que por fin comenzaba a sonreírme.
Cuando estaba por abrirle la puerta para que se vaya a su casa, le pregunté si nos volveríamos a ver. Asintió sin decir ni una palabra. Le di un beso en la mejilla, sabía que no la volvería a ver. Abrí la puerta, y quise cerrarla lo más rápido posible. Pero su mano lo impidió.
- ¿Qué pasa Agus?

No dijo ni una palabra. Solo señaló hacía el fondo del pasillo. La puerta de mi vecina estaba semi abierta y tenía el picaporte roto. Nos dirigimos con cuidado, hice que se mantuviera detrás mío. Me agarró la mano, y a cada paso que dábamos en dirección al departamento, la presionaba más y más fuerte. Llegamos. Le pedí que se quedara en la puerta. Sin embargo, no me hizo caso. Empezamos a inspeccionar la habitación que se encontraba a pocos pasos de la puerta. Nada raro. Ropa en el piso, la cama sin hacer, una copia de un cuadro de Picasso colgado en la pared. Creo que era Las señoritas de Aviñón. Salimos de la habitación y nos dirigimos al baño. Tampoco allí había nada extraño. La bañera, el inodoro, pelos en el lavabo. Nada fuera de lo común. El corazón me latía cada vez con más fuerza. Recordaba el grito que había escuchado Agustina y cómo yo no le había dado importancia. Temía lo peor. Seguimos nuestra investigación hacía la última sala que nos faltaba, el living comedor. Dirigimos la mirada hacia el sillón, era viejo, no había nada. Sobre la mesa, estaba un plato de comida sucio como si no lo hubieran levantado. Y en la cocina no había nada extraño. No había nadie. Nos miramos y no entendíamos nada. ¿Qué había pasado con mi vecina? Le pregunté a Agus si además del grito había escuchado algo más. Me dijo que no. Decidimos volver a mi departamento y llamar a la policía. Llegaron a los 5 minutos, le explicamos lo que habíamos escuchado. No sirvió de mucha ayuda. Dieron la orden de buscar a "Josefina Velez". Así se llamaba mi vecina.

Esa noche de domingo fue realmente difícil para mí. Mi cabeza no dejaba de darle vueltas a lo que había pasado con mi vecina. Y cuando me convencía que no era mi culpa, comenzaba a pensar en Agustina. En lo bien que la habíamos pasado pero a su vez, en cómo todo había quedado en la incertidumbre. Ella quería a alguien decidido y yo no sabía qué quería. Y así era como empezaba a pensar en Meli. Me preguntaba cómo volvería a aparecer. Eran demasiadas cosas en las cuales pensar para un simple muchacho de 27 años.
El lunes con su rutina se asomó por la ventana. Camino al trabajo iba cantando mientras pedaleaba en la vieja bicicleta que había restaurado unos días antes. Al volver a casa, me encontré con la puerta de mi vecina, arreglada y cerrada. Ya no estaban las cintas de la policía que decían "no pasar". Llamé a la puerta. Una, dos, tres veces. No hubo respuesta. Decidí que me sentaría en mi sillón a esperar oír unos pasos en el pasillo. El tiempo se hacía cada vez más lento, me di cuenta que lo estaba desperdiciando así que me puse a escribir un cuento. Empecé a imaginarme un cuento que tenía como protagonista a Agustina. Ella sería una psicóloga que se dedicaría a ayudar a niños con autismo. Iba a ser un gran cuento. Le iba a gustar. Sin embargo, después de cuatro páginas, lo releí y no me gustó en lo absoluto. Lo borré. Así que estaba con la computadora en mi regazo, la hoja en blanco, no podía ni escribir, y el asunto de mi vecina era más extraño de lo que creía. Me empezó a dar sueño y cuando estaba por dormirme sentado escuché unos pasos. Salí de inmediato.
- ¡Josefina! -Me miró, pero siguió caminando.- ¡Espera no te vayas! - se detuvo.
- ¿Qué pasa?
- ¿Qué pasó ayer? Tenías la puerta rota. Pensé que te había pasado algo.
- No es de tu incumbencia.
- Ya sé que no, pero...
- En serio, no te metas en mis asuntos. - interrumpió.
- ¿Sabes qué? Quería hacer una buena acción por vos, pero ya me di cuenta. Sos una pendeja de mierda.
- Ajá.

Volví a ingresar a mi departamento lleno de bronca. Me prometí nunca más preocuparme por la vida de esa estúpida. Si antes ella me odiaba, ahora el odio sería mutuo. Se lo había ganado. Yo preocupado llamando a la policía. Pensando en pegar afiches por todo el barrio a ver si alguien sabía algo de ella. Y se daba el lujo de tratarme de esa manera como si fuera un don nadie, como si no hubiera importado en lo absoluto mi preocupación. Llamé a Agustina. Y le conté lo que había pasado. Me decía que me tranquilizara, que le viera el lado positivo a la situación, que me alegrara porque no le había pasado nada grave. Pero no podía. Estaba muy enojado. Le dije que me gustaría despejar la cabeza un poco. Le pregunté si quería venir a cenar a casa. Me dijo que no podía. Apenas negó mi invitación, apagué el celular y me fui a la cama a intentar dormir. Pero no podía. Estaba demasiado cabreado con toda la situación, con Josefina, con Agustina, conmigo mismo, con la vida. ¿Qué se supone que haga? ¿Cómo me tengo que comportar para que me vaya un poco mejor en esto que le llaman vivir? Cuando soy bueno con alguien, el problema es que fui demasiado bueno y me preocupé por de más. Cuando soy malo, cuando me comporto como un hijo de puta, el problema es ese. Que soy un sorete de inodoro que no se quiere ir por la alcantarilla. Y cuando me alejo de los extremos para posicionarme en el medio, soy un indeciso, un tibio.
En serio, no entiendo cómo es que hay que afrontar la vida. En qué uno tiene que hacer pie. Sinceramente, no le encuentro explicación a todas las desgracias de mi vida. Y sí, digo desgracias porque no sé lo que es sentir esa felicidad, esa puta felicidad que tanto dicen que existe. Algunos te dicen que se encuentra en el dinero, en la ropa, en los autos, en el fútbol, otros defienden que en el amor, en los amigos, en los encuentros, en la familia. Pero yo no puedo sentirme así, es como si no hubiera sido hecho para vivir esta vida. Al menos, no de esa manera. Y cuando más me alejo de los sentimentalismos, es cuando peor la paso. Algunos darían lo que fuera por no sentir nada, sin embargo eso es más doloroso aún que sentir. Imagínense que te guste alguien, que te haga bien, que disfrutes cada segundo con esa persona pero que no puedas quererla porque no lo sentís. Y sabes que tenés que sentirlo, porque cumple con todos esos requisitos inconscientes y absurdos con los cuales siempre dijiste que habría de tener la persona de la cual te enamorarías. Pero ahora que alguien los tiene, no lo podes sentir. No la podes amar. Y por más que te engañes pensando que quizás con el tiempo la podrías amar, en el fondo sabes que es un gran error. Jamás la vas a poder amar de esa manera. Y esa para mí es la verdadera desgracia del ser humano, no poder amar a elección.
Aunque tal vez, el que está equivocado soy yo. Quizás la felicidad no se trate de una u otra cosa, sino de todas y ninguna a la vez. No lo sé.

El olvido cabe en un sobreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora