Capítulo Uno

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-¡Salud!- Todos los invitaron chocaron sus copas para brindar por un nuevo año. El anfitrión recorría nuevamente la estancia con la mirada, su invitado principal no había llegado, debía suponerlo, su entrañable amigo debía sentirse igual o peor que su hija. Aunque ella no le dijera nada como se encontraba anímicamente y siempre tuviera una sonrisa en el rostro, él más que nadie la conocía desde la profundidad de su alma. Le había confiado lo que sucedió entre ellos dos y como como buen esposo, no le pudo ocultar nada a la que le había jurado ante el altar amarla en las buenas y las malas, ella, como la mejor amiga de Candy insistió en que la reunión anual de año nuevo familiar se convirtiese en una fiesta para que Terence Granchester no pudiera negarse a asistir a tan magno evento.

Como dictaba la tradición, se debía comer doce uvas en cada campanada que tocaba aquél viejo reloj de pared, pedir un deseo por cada segundo hasta que terminara de repiquetear aquel infame marcador del tiempo la hacía retroceder muchos años atrás, demasiados para ser precisos. Ella tenía catorce años y él quince. No empezaron su amistad con el pie derecho, más, sin embargo, se convirtieron en confidentes luego de que ambos rompieron la barrera de la desconfianza que imperaba entre ellos a pesar de que inconsciente o no se buscaban y si se encontraban, él la incordiaba y ella se defendía hasta, que, sin darse cuenta, conocieron el sentimiento del amor, muy diferente al que habían experimentado con alguien más. Un amor que ni el tiempo ni la distancia había podido separar, al contrario, se había vuelto fuerte, pero, una cosa era el tiempo y la distancia y otra, la vida y la realidad.

¿Cuántas separaciones habían tenido? ¿Una? ¿Dos? ¿Tres? Dicen que la tercera siempre suele ser la vencida o definitiva. La primera se llamó Elisa, la segunda, Susana, la tercera, Candice White. No había vuelto a saber de él desde dos años atrás, dos años para ser exacto, un encuentro íntimo para celebrar el final del año y empezar a lo que él consideraba el inicio de una vida juntos. Terry llegó puntual al hospital, ella ignoraba que él vendría a Chicago. Por cartas y llamadas solían platicar sus actividades y hacerse confesiones de amor. Él le había dicho que tendría función, ella, su guardia matutina con horas extras en la tarde. Por la sorpresa de verlo recargado en uno de los pilares donde solía esperarla cada vez que llegaba de viaje, se le había caído el bolso, su sonrisa se expandió y corrió hacia sus brazos. El la atrapó por la cintura, giró con ella como si con eso pudieran fusionarse, sus labios se buscaron, lentamente la bajó sin dejar de besarla mientras que su mano izquierda aprisionaba su cintura, la derecha retiraba el rodete, le gustaba verla con el cabello suelto y a Candy le gustaba todo de él.

Comió la mayor cantidad de uvas que le fue posible y en cada uno pidió el mismo deseo: Reencontrarse, y si no era tarde, lo demás correría por su cuenta. Le dio un sorbo a su copa de champán. Los abrazos no se hicieron esperar. Comenzó a sonreír por lo bajo, era la única que no tenía marido, por ende, hijos, ni siquiera algo cercano a un novio. Hasta Neal y Elisa se veían felices y realizados. Cómo se había alejado de sus seres queridos se acercó para desearles un excelente año, la copa que llevaba en mano la terminó de un sorbo y lo dejó en la charola de un mesero que iba pasando. "¡Feliz año nuevo familia!" deseó de un modo animado en voz alta, al parecer, las copas que bebió estaban haciendo su efecto... Eso era lo que quería, un pretexto para poder retirarse a su habitación, al olvido, no se sentía bien anímicamente, quería llorar en su soledad. Dormir sin soñar el resto de su vida si le era posible. Uno a uno abrazó, incluso a los Leagan, la relación con ellos era de cordialidad, por educación los saludaba, pero hasta ahí, prefería guardar su distancia. La señora Elroy había fallecido cinco años atrás, la señorita Pony casi dos, y en su lecho de muerte le había pedido que buscara a Terrence y fuera feliz. Candy lo prometió, lo haría, no sabía cuándo, pero lo haría, la promesa no tenía fecha de vencimiento. Albert en múltiples ocasiones le había sugerido lo mismo, buscó el modo de hacerla reaccionar, más, sin embargo, no lo logró. Este era el último recurso y por los resultados, Granchester no daba señales de vida cuando había confirmado su asistencia.

Te Amo, Te Amo, Te AmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora