Capítulo 11

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Mis tripas comienzan a rugir del hambre que tengo. Se me ocurre una idea un poco loca, pero es que siento que voy a desfallecer.

Ella siendo una dramática cuando tiene hambre.

Aprovecho que estoy por el pasillo y bajo por las escaleras. Me dirijo hacia un sitio muy específico. La cocina.

Sí, como me pillen me la cargo de nuevo, pero el hambre es el que me controla, no yo.

También es que tampoco tengo sueño. Me ha desvelado el beso de Gèrard y sé que si me vuelvo a mi habitación voy a comenzar a darle muchas vueltas a la cabeza y no voy a poder evitar comparar a Gèrard con Hugo. Gèrard le da muchas vueltas a Hugo como persona pero no sé si quiero saber mi respuesta si me pregunto a mi misma cuál me ha gustado más.

Caminar por el Internado sola, de noche, me produce paz mental. Habrá gente que ni se atrevería a salir a merodear sola por aquí, ya que es verdad que es el típico sitio donde las almas en pena vagan a medianoche. Pero por suerte no he sido nunca una persona que tenga miedo a esas cosas. También te digo, que el hombre puede hacer cosas irracionales a veces.

Llego al comedor. Si no recuerdo mal en el fondo hay una entrada a las cocinas. Cuando me estoy acercando caigo en la cuenta de que puede que esté cerrada con llave la puerta del comedor y sea imposible entrar, además, no tengo ningún artilugio afilado para forzar ala cerradura. Para mi sorpresa, cuando tiro de la puerta está abierta. Sonrío y paso con cuidado de no hacer ruido. Miro a mi alrededor intentando que nadie me pille merodeando por donde no debería estar a estas horas. Creo que colarse en las cocinas para coger comida es bastante "ilegal" aquí, estoy sorprendida conmigo misma. Que temeraria soy últimamente.

Abro las puertas de la cocina. Es un lugar soprendentemente grande. Todo está oscuro y me niego a encender la luz. Por lo poco que puedo ver gracias a la luz que entra de la luna llena de hoy, el lugar está repleto de almacenes para guardar la comida; obviamente están los fogones, hornos etc. y una isleta. Ahí es dónde me dirijo al ver un plato lleno de fruta. No me arriesgo a coger otra cosa, ya que tendría que rebuscar. Me dirijo hacia allí y de pronto oigo un ruido que hace que me quede paralizada.

Mierda, seguramente haya alguien. Intento esconderme como puedo. Los ruidos no cesan y tengo claro que esté quién esté, ha venido con el mismo propósito que yo. Estoy agachada e intento irme sigilosamente sin que la persona que esté aquí no se de cuenta, pero ya había tenido demasiada buena suerte seguida; cuándo me intento levantar me doy con el codo, creando un golpe seco en el mueble que tengo detrás.

—Joder —susurro mientras intento masajear la zona en la que me golpeado.

—¿Hola? —Dice una voz.

Mal, mal, mal.

Permanezco agachada e intento contener mi respiración.

—¿Hola? —Repite la voz masculina.

Un momento.

Me levanto y quedo a la vista del emisor de la voz.

—¿Eva?

—¿Hugo?

Nos quedamos unos momentos mirándonos sin decir nada. Enserio, no hay noches en las que podría haber bajado y por una vez que lo hago tengo que encontrarme con esa persona. De absolutamente todas las personas de este maldito internado, he tenido que toparme con Hugo.

—De verdad, la vida tiene que odiarme demasiado. Todo el maldito rato nos estamos encontrando.

—Voy a acabar pensando que me estás acosando —Dice Hugo con tono burlón. Pongo los ojos en blanco.

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