III

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De la pura emoción que sentía, saltaba en la punta de sus pies y luego se balanceaba de un lado a otro de su posición, tal como lo haría un niño pequeño cuando estaba ansioso por algo que le habían prometido, pues de hecho si estaba ansioso, ya que tenía alrededor de media hora parado frente a la chimenea de su casa esperando que Severus pasara a través de las llamas verdes del Flu y llegara para reunirse con él en el sombrío número 12 de Grimmauld Place para su reunión programada.

Una pequeña cita que habían acordado tener en la correspondencia diaria que compartieron las siguientes dos semanas de la noche cuando se habían conocido, y que, para su gracia, el abuelo de Sev había reprobado y por poco no permitido, seguramente dejándolos comunicarse por la dulce influencia que eran las palabras que el pelinegro podía dar a todos a su favor.

En un inicio el acuerdo era que el se trasladara a Prince Manor donde podrían ser vigilados de cerca por el patriarca, sin embargo, en último momento por un viaje de emergencia a Francia, Severus pasaría el día a su lado e incluso existía la posibilidad de que pasara la noche también, bajo la palabra de Walburga de cuidarlo como la joya que era, aunque para él solo significaran horas y horas de promesas que su madre había jurado no arruinar, quedando en no interrumpir su encuentro a favor de que el mismo no se metiera en problemas y enorgulleciera a la familia siendo un caballero adecuado.

Al final, su madre no era tonta y una vez que había notado que su encaprichamiento se acercaba más a un amor de verano, incluso que prometía un matrimonio a futuro, había comenzado a apoyarlo en todo lo que podía para asegurar que la familia Black coincidiera su línea con la familia Prince, lo que cualquier sangrepura con sentido buscaría hacer en una oportunidad tan única como la que le estaba dando él, al caer la gracia de su heredero, cosa que le importaba poco a él si solo le permitían pasar tiempo al lado de tan encantador chico.

Entonces, cosas que antes de solo pensar le causaban repudio, ahora eran algo que cuidaba detalladamente, desde cepillar su cabello apenas el sol había salido y no dejarlo estar en sus ondas naturales, hasta usar una bonita túnica ligera de un color escarlata, que su madre a pesar de recordarle la despreciable casa Gryffindor le había conseguido hace unos días, por ello, listo para saciar todas sus expectativas donde imaginaba que terminaría de conocer a Severus y amarlo más de lo que ya sentía, se permitía de a ratos imaginar quien era el ojinegro, más allá de la poca información que tenia de el en base de los detalles superficiales como cual era su comida preferida, el arte que le llamaba la atención o la danza que practicaba, algo más que las cosas en las que todos los herederos sangrepuras eran educados durante sus infancias.

Así, perdido en sus pensamientos fue sorprendido por las llamas verdes dejando a entrar alguien a su hogar perfectamente arreglado para recibir a tan distinguidas visitas, entre ello el haber desechado las cabezas de los elfos que su madre coleccionaba. Lo primero que vio fue un par de piernas largas que sabía eran del pálido chico y luego pudo ver por completo que estaba enfundado en una túnica de un azul celeste que lo haría ver demasiado contrario al color que el mismo portaba, y tras de Severus, apareció la misma mujer afable que sabia era su abuela, a pesar de no haberse presentado correctamente con ella.

Sonriendo cortésmente a la mujer se paró recto ante ellos, mirando de reojo a su padre, el que extrañamente le había hecho compañía cuando decidió que era buena idea esperar frente a la chimenea mucho tiempo antes de la hora que acordaron para la llegada de Severus. Sin embargo, ninguno de ellos se había dirigido la palabra en esa media hora, optando el por vivir su ensoñación y su padre verlo perdido en ella o hasta ahora que interactuaban un poco si se podía llamar de esa forma, ya que al mismo tiempo que Orion se acerco a besar la mano de la dama, el fue a hacer lo mismo con Severus, cruzando sus miradas y obteniendo una sonrisa coquita del otro, que solo lo encanto más de lo que ya estaba y lo hizo volverse un poco atrevido dejando que sus labios permanecieran más tiempo de lo necesario sobre la suave piel del dorso de la mano del otro, al menos hasta que alguien se aclaró la garganta y el tuvo que saludar a la bruja que los miraba divertida en todo momento.

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