La huida del infierno

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C A P Í T U L O ~ U N O

Una fuerte explosión las sacó del sueño en que madre e hija estaban sumergidas, el llanto de la pequeña comenzó enseguida, apenas tenía cuatro años y el lugar en el que vivían no era el adecuado para ninguna de ellas. Amaya fue hacia su hija y la tomó entre sus brazos, meciéndola para que su llanto se calmara pero otra explosión hizo presencia y esta vez se escuchó mucho más cerca. Aferró a la pequeña a ella y se fue hacia un rincón de la habitación segundos antes de que una tercera explosión rompiera la pared más alejada de ellas. La mujer soltó un grito y protegió con su cuerpo a la infante, un fuerte pitido hacía presencia en los oídos de ambas y el polvo les impedía respirar al mismo tiempo que les ensuciaba el rostro. Amaya se puso de pie a pesar de que sus piernas temblaban, el fresco viento de la noche impactó su cuerpo, podía ver el cielo despejado desde ahí y también la oportunidad de escapar.

El pitido que dejó la explosión aún molestaba sus oídos pero no dejó que fuese un impedimento, retrocedió unos pasos y dejó a su hija en el suelo sucio por un momento mientras ella reunía todas las pertenencias de la pequeña en un mochila. No sabía qué había sucedido, no sabía si All for one estaba con vida, ni siquiera sabía si todo aquello era realmente verdad, pero debía intentarlo... por el bien de su pequeña pelinegra. Acomodó la mochila en su espalda, tomó una manta y a su hija nuevamente, tapando su pequeña espalda con aquella tela. Las explosiones se habían llevado prácticamente todo el edificio, no veía a nadie pero pronto comenzó a escuchar movimiento entre los escombros, se apresuró y gracias a su propia sombra logró salir de ahí, comenzando a correr lo más rápido posible y lo que llevar a una niña en brazos le permitía.

Llevaba corriendo sin descanso por alrededor de media hora, no miro hacia atrás ni una sola vez e incluso ignoró el llanto de su hija hasta que la pequeña se quedó dormida. A lo lejos veía las luces del centro de Tokyo y sonrió para sí misma, estaba lo suficientemente lejos de él y lo bastante cerca de la única opción de ayuda que tenía en mente. Se permite recuperar su respiración por cinco minutos al sentarse en la banca de un parque, no está demasiado lejos de su destino, lleva caminando toda la noche y aunque su percepción del tiempo ya no era la misma que hace años, sabía que faltaba muy poco para que amaneciera. Limpia un poco el rostro de la pequeña y el suyo, se pone de pie y sigue su camino, ya no siente sus piernas pero el deseo de libertad le impide dejarse vencer.

Relame sus labios y suelta un suspiro, al fin estaba frente a la casa de su amiga. Años habían pasado desde la última vez que la vió pero de algún modo Amaya encontró el modo de comunicarse secretamente con ella. El sol se asomaba por el horizonte en el momento en que presionó el timbre, rezaba porque se encontraran en casa y luego de unos minutos, la vio asomarse por la puerta.

-Amaya...-Murmuró al verla toda sucia y con una pequeña en sus brazos en las misma condiciones.

-Ryoko... si estás en casa...-Murmuró con apenas una sonrisa jadeante y dejándose caer de rodillas, su amiga se acercó para abrir la reja y detrás de ella un pequeño pelinegro con un rostro somnoliento se asomó por la puerta, curioso ante las visitas.

-¿Qué ha sucedido? Mira cómo estas, Dios...-Tomó a la pequeña entre sus brazos para alivianar la carga de Amaya y ayudarla a ponerse de pie.

-He escapado, no sé qué ha sucedido pero... tomé la oportunidad que se presentó.-Susurró con una voz jadeante, estaba feliz pero agotada.

-Shota... sé un buen niño y apártate de la puerta.- El niño obedeció, tenía cuatro años y sus pequeñas piernas corrieron hacia la sala de estar.

-Es realmente adorable.-Comentó Amaya observando a un pequeño Aizawa al ya estar sentada en el sofá de su amiga, quien aún tenía en sus brazos a la pequeña. La niña lentamente fue despertando, pasando sus manos diminutas por sus ojos. Su madre la observó por unos segundos y sus ojos se empañaron en lágrimas, todo su cuerpo dolía, sus piernas palpitaban del cansancio pero lo que sentía en su pecho era aún mayor.- Por dios... no puedo creer que hayamos salido de ese infierno...

Se quebró por completo delante de la única persona en la que podía confiar, Ryoko se acercó a ella y la abrazó tras dejar a la niña en los brazos de su madre. El pequeño Shota observaba un tanto perplejo la situación,aún sentía el sueño en él pero al parecer la curiosidad era mayor. La pequeña niña volteó su rostro y miró al niño, Shota sintió como si aquella mirada pudiera ver a través de él, era la primera vez que veía a alguien de ojos rojos.

-Lamento si somos un problemas, no sabía a dónde más ir, eres la única en quien confío... eres lo único que tengo en realidad.-Amaya mordió su labio inferior con fuerza, las lágrimas seguían deslizándose por sus mejillas y de un segundo a otro sintió el cálido tacto de su hija, su mano era pequeña pero el gesto la hizo sonreír.

-No te preocupes, encontraremos la solución a esto... Por cierto, no me has dicho el nombre de esta pequeña.-Ryoko le sonrió a la niña y acarició su cabello negro enmarañado. El silencio reinó por unos segundos.

-Su nombre es Kurayami.-Murmuró Amaya, bajando su mirada por un momento.

-¿Eh? ¿Kurayami? ¿Penumbra? Es un... extraño nombre para una niña tan adorable.

-Su padre lo escogió... A su lado, mis palabras y deseos no tenían mayor peso.

-Descuida, esos días ya han terminado, están a salvo ahora... Ambas necesitan de una ducha, prepararé algo para comer y luego me contarás todo, eh Amaya.

Kurayami jugueteaba con la manga de su madre, mantenía fija la mirada en la prenda hasta que volvió a mirar al niño que se mantenía en silencio en la habitación. Ambos sostuvieron sus miradas, ambos eran igual de serios e inexpresivos, la madre de Aizawa continuaba diciendo que estaban seguras y protegidas pero ella no era vidente, no adivinaba el futuro y ninguno de los presentes sabía lo que los años traerían consigo. 

A broken soul (Shota Aizawa)Where stories live. Discover now