Capítulo 6: Preludio de un desastre

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     *1 En el comienzo de la travesía la rodeaban rostros sin apellidos y en su mayoría desconocidos; pero que al pasar los días ya reconocía en sus pausadas caminatas que daba cada vez que el cielo se moteaba de colores anaranjados y les saludaba. Desde que había zarpado de Nueva York necesitaba respirar la brisa marina, fijar su mirada en el vuelo incesante de las últimas gaviotas que buscaban guarecerse y así calmar su ansiedad por llegar a destino. Ver a sus dos hijos que le esperaban era todo lo que más deseaba.

     Joshua se destacaba por su gran sensibilidad y esa pasión por la música que demostró desde temprana edad. Confiaba en que su talento lo llevaría a ser un reconocido compositor y también cumplir ese deseo de sus difuntos padres: ser un excelente maestro. Con su infinita paciencia, disciplina y perseverancia ni siquiera lo dudaba.

     Joan se había ido lejos de sus cuidados persiguiendo ese sueño de convertirse en toda una poetisa y escritora. De pequeña su peculiar carácter ya daba señales de ser voluntariosa, ávida de aprendizajes e incapaz de quedarse por mucho tiempo en un lugar; confiaba en que Benjamín Rothschild sería el joven que complementaría y dulcificaría ese carácter con su infinito amor. La última conversación, en esa visita inesperada de hace unos meses atrás, le sorprendió y más aún conocer sus serias intenciones con su hija.

     Ambos habían crecido, eso era evidente. La nostalgia invadió sus ojos saturándolos de viva emoción, su memoria viajó al día en que la vida los puso en su camino como un verdadero milagro. Un milagro de amor.

—Hola. ¿Dónde vas? preguntó la pequeña de grandes ojos azules, blanca como la nieve y con su cabello rubio cobrizo atado en dos largas trencitas.

—A ti no te importa. ¡Vete! dijo Joshua mientras jugaba con unas piedras.

—Yo estoy sola, quiero ser tu amiga. ¿Puedo?interrogó la pequeña con su dulce inocencia.

—¿Qué? ¡Cómo se te ocurre! No se puede y ya vete gritó de mal modo.

—¿Y por qué no se puede? insistió la niña, siguiéndolo.

—Porque no.

—¿Y por qué no?

—Simple: porque somos distintos —respondió con una mueca en sus labios, aburrido de su persecución y sus preguntas.

—Yo no veo nada diferente.

—¿Ah, no? No ves nada diferente. ¿Segura?

—No, porque tienes dos ojos igual que yo. Una nariz igual que yo. Dos orejas igual que yo. Cabello igual que yo, eres más alto porque eres mayor...Hizo una pausa mirándose a sí misma y comparándose con él —. ¡Ah, ya sé! Tú eres hombre y yo mujer... ¿A eso te refieres?

El moreno la miró impresionado, pensó que tal vez le estaba tomando el pelo.

—¿¡Que acaso no me ves!? Eres una niña muy rara espetó y aceleró el paso.

—Entonces, no sé a qué te refieres.

     Ella también dio grandes zancadas para alcanzarlo e imitándole en su andar le siguió por un gran trecho.

—Niña...¡Deja de seguirme! —exigió molesto.

—No, hasta que me digas qué querías decir.

Tiempo de respuestasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora