Capítulo IV

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Kyuhyun dio a los Michaelsons la misma mirada que les daba cada vez que los veía, buscando algún atisbo de la risa del hombre de gran corazón que había amado tanto, en los estériles androides sin emociones que lo habían criado. 

No por primera vez, se preguntó si Aiden había sido cambiado al nacer con el verdadero niño de los Michaelsons. 

Kyuhyun se limpió las manos sucias en un trapo. —¿Qué están haciendo aquí? —Además de joder lo que queda de mi vida.

—Hemos venido a felicitarte por tu nuevo trabajo —dijo Francis con una voz que podría romper el vidrio—. Es irónico que estés al cuidado del hijo de otro hombre después que mataste al nuestro. 

A Kyuhyun se le heló la sangre. No sabía cómo habían averiguado sobre Sungmin, pero era obvio por sus expresiones engreídas que ya habían hablado con él.

—No te preocupes —dijo Marv con los ojos del mismo color que Christian pero sin todo su calor—. Nosotros ya le dijimos todo acerca de ti. 

Francis puso una esquelética mano en el codo de su marido. —No me molestaría en volver allí esta noche, si fuera tú. 

Gordy se colocó detrás de Kyuhyun. —¿Quieres que llame a la policía?

Kyuhyun sacudió la cabeza. Había aprendido hace mucho tiempo que nadie le podía ayudar con estos dos interesados. Miró a las pesadillas de su existencia. —¿Por qué me hacen esto? 

—¿Sabes por qué? —Francis dio un paso hacia él, con una luz salvaje en sus ojos—. Si puedo hacerte sentir siquiera una fracción de mi dolor, todo lo que estamos haciendo ahora valdrá la pena. 

¿Dolor? ¿Ella quería dolor? Kyuhyun se habría reído si no hubiera sido tan jodidamente triste. Ahora sentía dolor. Hace dos años, cuando él había sostenido la mano de Aiden, mientras que el monitor cardiaco pasó de un pitido constante a un silbido agudo, ese no había sido dolor.

Fue la agonía. 

Kyuhyun se humedeció los labios. —Acusarme con documentos legales es una cosa. Acosarme en el trabajo es otra cosa. 

—Le ganaste al sistema de justicia una vez. —Marv intervino junto a su esposa, sus gruesas mejillas le recordaron a las de un bulldog inglés—. Hemos decidido cubrir nuestras apuestas. 

Kyuhyun estaba a punto de decirle donde podía seguir esas apuestas cuando la puerta de la tienda se abrió y Sungmin corrió dentro. Por lo menos lo intentó. Parecía estar teniendo un momento difícil haciendo malabarismos con la puerta y la mochila portabebés que tenía en la mano como si estuviera aterrorizado de que se le cayera.

Gordy se precipitó a través de la tienda para ayudarlo con la puerta. Kyuhyun habría ido ayudar a Sungmin, pero había aprendido hacía mucho tiempo que nunca debía apartar los ojos de los Michaelsons. 

—Gracias —le dijo Sungmin a Gordy. Él y Lia, por lo menos, imaginó que Lia tenía que estar bajo esa pila de mantas, se dirigieron a su lado—. ¿Hay algún problema?.

—No. —Kyuhyun mantuvo la mirada fija en Marv y Francis—. ¿Lia está bien?

—Sí. O lo estaba hasta que estos dos irrumpieron en mi casa y ella se despertó de su siesta. —Sungmin empujó el portabebés en las manos de Kyuhyun—. ¿Por qué no la compruebas por mí? 

—Sungmin… 

—Adelante, Kyuhyun. —Este era el Lee Sungmin que conocía mejor; Sungmin el bastardo, el magnate de los negocios. El que había infundido miedo en los corazones de criaturas mucho mejores que los Michaelsons.

~Niñero~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora