Realidad

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La vida en el internado era una mezcla de monotonía, tensiones ocultas y momentos de efervescencia juvenil. Aquel edificio gris y solemne, que desde fuera parecía imponente, albergaba en su interior a jóvenes con deseos, sueños y anhelos tan distintos como el destino que les aguardaba. El ambiente, cargado de una rigidez impuesta por la ocupación de su país, pesaba sobre los hombros de los chicos, cada uno enfrentando sus propios demonios.

Donghyuck estaba en su habitual estado de euforia y desprecio por el futuro que se había impuesto. Estaba tumbado en un sofá desvencijado, cambiando un cigarro medio encendido de una mano a otra mientras hablaba sin parar. La tarde había caído, y las clases ya habían terminado, dejando a los chicos con un breve momento de libertad antes de la cena.

—¿Sabes lo que deberíamos hacer? —decía Donghyuck con una sonrisa maliciosa—. Deberíamos escaparnos y probar algo que no sea este aburrido infierno. ¡Hay una taberna en la ciudad que tiene el mejor licor! Apuesto a que ninguno de ustedes tiene las agallas.

Jeno, sentado a un lado con los brazos cruzados, entrecerró los ojos ante el comentario. A pesar de su apariencia calmada, la idea de escapar no lo tentaba. Lo que realmente lo obsesionaba era algo más profundo.

Algo que ni Donghyuck, ni Mark, ni el mismo podía entender del todo.

—No me interesan tus tonterías, Hyuck —dijo Jeno con voz seria mientras revisaba los estantes buscando algún libro que llamara su atención—. Hay cosas más importantes que embriagarse hasta olvidar todo. Como derrocar a los malditos que controlan nuestras tierras. Mientras tú sigues buscando excusas estúpidas para escapar, otros luchan por la libertad.

Chenle, que estaba apoyado en el alféizar de la ventana con un cuaderno de notas, levantó la vista, sus ojos brillantes reflejaban una mezcla de curiosidad y cautela. Él no podía evitar escuchar, pero estaba demasiado concentrado en sus propios pensamientos.

—Jeno... siempre hablando de revolución —dijo Chenle con una sonrisa juguetona mientras garabateaba en su misma libreta de siempre dibujos sobre avionetas—. Yo solo quiero volar algún día, escapar de todo esto. No me importan ni los soldados, ni los rebeldes. Mi padre me enseñó que todo esto es temporal. Volar es lo único real. Desde arriba, todo se ve tan insignificante, incluso tu enorme ego, Donghyuck.

Mark, que se encontraba en una esquina del cuarto con un libro en las manos, levantó la vista al oír las palabras de Chenle. La sombra de la presión paternal siempre estaba presente sobre él. A sus ojos, su vida ya estaba trazada, y la idea de escapar, aunque seductora, era un lujo que no podía permitirse.

—Volar, escapar, beber... —Mark suspiró, cerrando el libro con delicadeza, tallando el puente de su nariz—. Todo eso está bien, pero no cambia el hecho de que tarde o temprano la realidad nos alcanzará.

¿Qué sería de mí si pudiera elegir mi propio camino?

Donghyuck soltó una risa ruidosa, echando la cabeza hacia atrás, su tono burlón resonando en la sala.

—Ah, Mark, siempre tan recto, tan obediente, ¿no? —comenzó con un tono despreocupado, pero sus palabras goteaban veneno—. El hijo perfecto del rector. Vamos, admítelo, ni siquiera tienes tiempo para pensar en lo que realmente quieres. Al final, solo serás lo que tu padre quiere que seas......un periodista aburrido, escribiendo esas noticias que nadie leerá.

Mark lo miró con una sonrisa torcida. Había verdad en las palabras de Donghyuck, por más crudas que fueran.

Las palabras eran un golpe certero, un comentario envuelto en bromas, pero el veneno detrás de ellas era palpable. La mirada de Donghyuck era tensa, casi lastimera, como si en el fondo sintiera una ira que solo se permitía expresar de esa manera.

—Quizás, Hyuck, Quizás. —respondió, sin perder la compostura.

El aire en la habitación se tensó, y aunque Donghyuck soltaba sus palabras con ligereza, había algo más profundo allí, algo en su tono que revelaba su propio resentimiento. Un resentimiento dirigido tanto hacia Mark como hacia sí mismo. Mark, con toda su corrección y obediencia, representaba exactamente lo que
Donghyuck despreciaba: una vida predestinada, sin posibilidad de escapar, algo que él mismo no podía soportar. Mark, por su parte, se quedó callado, con la mandíbula tensa, evitando alargar la conversación, como si cada palabra de Donghyuck le recordara la prisión invisible en la que vivían.

Porque a diferencia de Donghyuck, que lidiaba con su frustración a través de la rebeldía, Mark había elegido la sumisión. Y esa diferencia era lo que irritaba a Donghyuck más que cualquier otra cosa.

Chenle cambió de postura, levantándose del alféizar y caminando hacia el centro de la sala, sus ojos aún llenos de sueños.

—Yo creo que deberíamos hacer algo grande antes de que termine este año —dijo, con una energía nueva—. Algo que deje huella, ¿no creen? Porque, sinceramente, no pienso pasar el resto de mi vida sin hacer algo extraordinario.

Jisung, hasta ahora en silencio y sentado en una silla apartada, observaba a sus compañeros desde las sombras. Su mente estaba aún llena del encuentro con Renjun, ese príncipe de otro mundo que había transformado su realidad. Las conversaciones sobre ambiciones y libertad lo hacían sentir pequeño y perdido. Él no compartía los mismos sueños grandilocuentes de los demás. Ni revolución, ni huida, ni fama... Todo lo que quería era escapar del sufrimiento cotidiano, y encontrar un lugar donde pudiera ser feliz.

Quiera ser el adulto ermitaño que sabía que sería, tranquilo y en paz.

Claro que sabía que su voz no encajaba con la energía dominante del grupo. Su tartamudeo, su timidez, y el acoso constante que sufría le habían enseñado a permanecer al margen.

Sin embargo, Donghyuck, siempre el provocador de algún conflicto, lo señaló de repente.

—¿Y tú, Jisung? —preguntó con una sonrisa irónica—. ¿Qué harás? ¿Te quedarás escondido en una esquina mientras el mundo sigue girando a tu alrededor?

Jisung levantó la mirada, sintiendo la presión de todos los ojos puestos en él. No estaba acostumbrado a ser el centro de atención, y las palabras luchaban por salir de su boca atorándose repulsivamente ahí.

—Y-Yo... —balbuceó, pero antes de que pudiera continuar, Mark intervino.

—Déjalo en paz, Hyuck. No todos tienen que estar gritando sus sueños al mundo —dijo Mark con un tono protector.

Donghyuck se encogió de hombros, soltando una risa despectiva—Solo digo que algún día tendrá que levantarse por sí mismo.

Chenle, tratando de aligerar el ambiente, sonrió a Jisung, mostrándole algo de camaradería.

—No te preocupes, Jisung. Yo tampoco sé qué quiero hacer a veces. Pero lo importante es seguir adelante, ¿no?

Jisung le devolvió una tímida sonrisa, agradecido por el gesto. A pesar de todo, siempre había una chispa de bondad en Chenle.

En medio de esta atmósfera de sueños no cumplidos y ambiciones por realizar, Jaemin estaba presente pero en silencio. Observaba a todos desde un rincón, pero su mente no estaba en la conversación sino la viva imagen de la familia que alguna vez tuvo, el color verde del patio de su casa, las flores que su madre cuidaba antes de caer enferma; lo mucho que anhelaba sentirse con vida.

Las discusiones y tensiones en la sala común eran solo una distracción. Cada uno de los chicos vivía atrapado en su propia jaula, ya fuera de expectativas, de dolor, de sueños imposibles, o de una realidad inescapable. Pero todos compartían algo en común: estaban en el borde de un precipicio, esperando el momento en que sus vidas cambiarían para siempre.

Y Jisung, aunque callado, sabía que su vida ya había comenzado a transformarse desde el momento en que conoció a Renjun.

El bosque de los sueños: renjun centricDonde viven las historias. Descúbrelo ahora