El Dragón Del Tiempo

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Los seres más perfectos y poderosos, incluso más que los mismos dioses, eran los dragones. Claro que no los que habitan las tierras, los mares, o surcan los cielos. No. Eran aquellos que tenían dominio en el todo, las primeras creaciones de Darú Asha y Ukashaladamandiara, las causas de la existencia de todo.
El Dragón de materia o Dragón Oscuro, el Dragón de la Energía o Dragón de Luz, y el que los mantenía en equilibrio, el Dragón del Tiempo o Dragón rojo. Los tres habitaban en un conjunto de soles en el centro del universo, un sol rojo justo en el centro y los otros dos, el amarillo y el gris, girando a su alrededor. Al ser soles tan potentes era imposible a cualquier criatura acercarse para ellos, y no solo eso, el cúmulo de su poder los hacía chocar y destruirse entre sí. Por eso el Dragón del Tiempo reiniciaba su ciclo cada período de su vida, así el universo se mantenía en constante expansión.

El Dragón Oscuro era el que mantenía todo en existencia: la tierra, el agua, el aire, la piel los, huesos y el corazón. El Dragón de Luz era el que mantenía todo en movimiento, respirando, naciendo, el calor, el frío y el latir de los corazones.
El más importante era el Dragón Rojo, quien mantenía en constancia y fluctuación a ambos. Cada uno de sus latidos era un segundo, cada respiro los minutos, sus parpadeos dictaban las horas. Cada aleteo suyo dictaba un ciclo de rotación de los planetas de sus hermanos, eso dictaba la medida del tiempo universal. Claro que cada raza media el tiempo de manera diferente de acuerdo a sus sistemas solares, pero todos eran lo mismo, un ciclo dictado a la perfección por él. Cada nueve cientos de miles de millones de sus ciclos, él y sus hermanos morirían, lo que acabaría con el universo. Entonces él reiniciaba siempre un ciclo antes y el universo se mantenía y expandía, era una obvia orden de Darú Asha.
El Señor de la Muerte sabía eso. Supo de la existencia de los dragones desde el momento en que tomó por primera vez la energía de un ser vivo y desde que empezó su venganza quizo llegar a ellos. No había podido hasta que tomó la mariposa de Dalk y entonces lo hizo.

Dalk jamás podría haber llegado a ellos, por la gran concentración de poder ningún dios a excepción de Darú Asha podría...
Excepto Sirgus, ya que desde un principio Darú lo hizo ajeno a todo mundo con el fin de tomar las vidas, su máximo error.

Sirgus llegó al sol rojo en tan solo un parpadeo, lo difícil había sido encontrar el lugar. Fue Zuldar quien le dio la ubicación pues los dragones también sueñan, y algunos de ellos sueñan con los tres Dragones de la Existencia.

Al llegar Sirgus se vio rodeado de luz y fuego, el fuego más intenso que jamás pudo imaginar. De no ser por su consistencia etérea, ni él sobreviviría ahí además de que tanta luz y energía menguaban su poder. Se sintió en peligro por segunda vez, pero su determinación era mayor al miedo que sentía. Anduvo un tiempo por el fuego sin rumbo y sin saber si avanzaba o no, todo era lo mismo, fuego y luz.
Algún tiempo había pasado, demasiado tal vez, y por su perseverancia y total pérdida de la noción del tiempo, fue jalado hacia abajo. Hasta que se detuvo y se vio de frente con el Dragón Rojo supo que él era la causa de la brutal fuerza con la que había sido atraído.

— ¿Qué haces aquí? Este no es lugar para ti, vuelve por donde viniste.

Sirgus se sintió amenazado, pues la potente voz del dragón resonó dentro de su cabeza; y consternado porque pensaba que éste podría expulsarlo en cualquier instante. Venía preparado para eso, sin embargo, le pedía que se fuera.

— No vengo a causar problemas, solo a hablar –dijo con cautela pues conocía el poder del dragón.

— ¿Qué tiene una criatura inmunda como tú que decirme a mí, amo del tiempo?

Eso hizo estallar la ira de Sirgus, odiaba ser menospreciado de esa manera.

— Oh, disculpa. Creí que aquí habitaba el Dragón Rojo, el de los eternos y perfectos ciclos, no la "Lagartija de Todo Eterno". Pierdo mi tiempo, eres igual a Darú Asha.

El Dragón rugió con mayor furia.

— ¿Cómo osas insultarme, despreciable parásito? Eso eres, un parásito que roba la energía de mis hermanos, maldita criatura. Lárgate de aquí, no solo eres ajeno a este lugar, también lo eres a este plano.

— ¿Así que los seres tan sabios y poderosos como tú se rebajan al nivel de un parásito?– Sirgus continuó, pese a que por un momento se planteó retirarse presentía que aun podía cumplir su propósito ahí-. Yo no pedí ser ajeno a todo esto... Así como estoy seguro que tú no pediste ser eterno. ¿No es así, Amo de los Ciclos?

El Dragón del Tiempo iba a responder pero fue tentado por las últimas palabras de Sirgus.

— Tus ofensas no son más que las palabras de un niño berrinchudo, Sirgus. Más importancia que eso no les puedo dar. Habla y lárgate.

Al menos estaba teniendo la oportunidad de hablar, por el momento no le agradaba el Dragón pero sabía que pensaban igual respecto al todo.

— Y tú no eres más sabio que un rey viejo encerrado en su castillo. No vine a insultarte pero tampoco me dejaré insultar –hizo una pausa esperando la reacción del Dragón. Al ver que se mantenía apacible continuó–. He venido a ofrecerte un trato, uno que te conviene a ti y a mí. Uno que te dará el más grande de tus logros y a la vez lo que deseas, morir.

— Blasfemas, engendro. ¡Yo no puedo morir!– rugió el Dragón.

— Fui creado, no engendrado. Sin embargo, no lo niegas. Sabes que tu muerte y la de tus hermanos traería el fin del universo y no puedes morir porque no hay manera de que renazcas, se interrumpiría el ciclo y por eso te reinicias, ¿cierto? Eso solo cumple el ciclo en ti mismo, el universo sigue igual y creciendo... Eso no te tiene en paz, lo sé, piensas como yo. No necesito entrar en tu mente para saber que adoras el fin y comienzo de las cosas, el como haz mantenido todo en el constante ciclo del tiempo así como yo mantengo el de la vida... Como amo de la muerte veo el deseo de morir en los ojos del resto, tú incluido. Hermano, te ofrezco la muerte y renacimiento, te ofrezco el ciclo perfecto del tiempo y la muerte, pongo a tu alcance el fin del universo. Vamos estás en mi mente, profundiza y ve de lo que hablo, no te miento, no hay truco. Tú obtienes el ciclo perfecto, yo obtengo el mío, la muerte eterna.

El Dragón siempre estuvo en la mente de Sirgus. Conforme él hablaba cada vez más inspirado y emotivo, él veía sus planes en su mente, no mentía. Desde que llegó dijo la verdad, no pretendía ser eterno, a diferencia de Darú Asha que estaba obsesionado con la eternidad, Sirgus deseaba mantener el ciclo de la vida y la muerte. Le ofrecía unirse, enlazar su esencia. Así el Dragón al morir se destruiría todo y renacería de Sirgus recreando de cero el universo al instante, sin que pasaran los siglos que tardó Darú Asha en crearlo todo y Sirgus, él con el poder del tiempo, mantendría eterno el ciclo de la vida y la muerte, el equilibrio perfecto del todo. Con cada palabra suya el Dragón había visto y sentido la energía de Sirgus, su pasión. Los dos permanecieron en silencio excitados con sus pensamientos.

— Ahora entiendo de que hablas, hermano –rompió el silencio el Dragón–. Comprendo tus palabras y motivación, la orden del padre fue mantener la eternidad, la constancia del todo. Por él te insulté, te juzgué sin conocer la realidad de tu existencia. Te reconozco como hermano y Dios de la Muerte. Acepto tu oferta, vuelve para cuando el ciclo vaya a reiniciar y haremos el enlace como lo tienes pensado.

— Gracias –fue lo único que dijo Sirgus, enmudecido por la aparición de un nuevo sentimiento, el ser reconocido por un igual.

— Te veo entonces, Señor de la Oscuridad.

Y cualquier palabra más sobró, pues ya había intercambiado fuertes pensamientos. Terminaron esa reunión conociéndose mejor que dos personas que viven juntos por años.

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