La Amante De La Muerte

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Una joven mujer estaba parada en la orilla de un risco, en un camino de la montaña. Miraba hacia abajo con los ojos llorosos, tenía los puños cerrados y el corazón deshecho por la cruel vida que había sido obligada a llevar. Pensaba aliviar todo su sufrimiento con la muerte, pero aún no se decidía.

— ¿Qué haces? –una voz interrumpió sus pensamientos. Un hombre joven de cabello blanco la veía con curiosidad.

— Nada –contestó ella sin moverse más que para voltear el rostro queriendo evitar que le viera llorar.

— ¿Se te cayó algo y por eso lloras? –inquirió nuevamente el hombre.

Ella lo vio de nuevo sin saber qué hacer. Una parte de ella le decía que saltara de una vez y la otra aún tenía miedo.
El hombre era atractivo, supo que era hombre porque carecía de pechos pero sus rasgos eran andróginos y su lacia cabellera que llevaba hasta los hombros confundía. Pese a llevar ropa muy simple (una camisa de lana y pantalones del mismo material) y que andaba descalzo, estaba muy limpio para ser una persona normal. Sintió desconfianza.

— ¿Qué quiere? –dijo alejándose un paso.

— Solo satisfacer mi curiosidad. Dime, ¿querías saltar?

La chica enmudeció ante la pregunta. Ya ni sabía qué pensar o decir, su mente y su cuerpo eran caos. Solo miraba los oscuros ojos del extraño tratando de saber quién era y qué quería.

— Ya veo. ¿Con qué propósito? ¿Realmente quieres morir? –continuó preguntando el extraño acercándose despacio con el rostro extrañado.

Ella de nuevo se acercó al risco, se sintió acorralada por el hombre y su solución era saltar ya, pero seguía teniendo miedo y las lágrimas no dejaban de salir de sus ojos.

— Adelante, salta –dijo en tono burlón, insensible–. Pero no morirás, solamente sufrirás mucho dolor.

— ¿Por qué dices eso? –la chica ponía ya toda su atención en el hombre, su miedo ya había aumentado y no estaba segura de nada.

— Porque así será. No morirás. No por la caída al menos –volteó a los lados como buscando algo, sonrió–. No hay ningún repartidor cerca, vivirías otro día.

— ¿Qué? - dijo ella sin entender, ya tratándolo de loco.

— ¿Repartidores de muerte? ¿Los conoces? ¿No? –hizo una mueca de molestia–. Bueno, no te culpo. Nadie habla de ellos o de mí... Solo dime, ¿por qué quieres morir? Eres la primera humana que quiere hacer eso, me fascina pero no lo entiendo. Me provocas intriga, curiosidad, ¡vamos, dime!

"¿Repetidores? ¿Venir por mí? ¿Humana?... Curiosidad..."

Se preguntaba más confundida. Eso ya la había distraído de su objetivo, pero aquellos ojos oscuros mostraban tanta seguridad y serenidad que dudó que estuviera loco. Además él parecía dispuesto a escucharla, era el hombre con el que más había hablado, otros ni siquiera decían algo y ya estaban arriba de ella. Suspiró.

— Porque mi vida apesta –y como presa reventando ella soltó el llanto, justo cuando pensaba que no podía llorar más.

— ¿Por qué? –preguntó él en un tono conciliador, casi tierno, y poniendo su mano en el hombro de ella.

Ella al principio se asustó y retrocedió un paso cortando su llanto al instante, espectante a la amenaza. Ya tenía demasiadas malas experiencias con los hombres. Sin embargo él no hizo más que retirar su brazo disculpándose con su mirada, esa mirada que a tanto atraía, la joven sólo estaba ya pensando en esos ojos.

— No te haré daño, prosigue, me interesa escucharte.

— Desde pequeña me han tratado mal –empezó hablar con fuerza. Se sintió ajena pero segura, así que continuó–. Era una sirvienta, no más que una esclava. Aprendí a trabajar antes que hablar y apenas crecí un poco... Ella me obligó a atender a los hombres, mi propia madre entregando a una niña, una criatura inocente como podía ser de pequeña. No sabes lo... Lo... Aaaaaah –gritó por la impotencia de ni siquiera ser capaz de encontrar las palabras para describir su dolor–... Y además el rechazo.

Crónicas del AshaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora