II
Mientes
La unidad de psicosis refractaria (UPR) era una unidad pionera en el tratamiento de las psicosis más severas que se diagnosticaban en la provincia de Álava. Llegaban a ella enfermos de toda la provincia que, tras haber intentado apaciguar los síntomas más graves de su mal con la medicación correspondiente, no lograban encauzar la enfermedad. A través de la UPR se les hacia un seguimiento más pormenorizado; se les ajustaba la medicación, se combinaba el tratamiento farmacológico con una intensa psicoterapia, se les facilitaba talleres ocupacionales y se les orientaba en la consecución de objetivos vitales adaptados a unas expectativas reales. Todo ello bajo un estricto control y un asfixiante entorno de contención que hacía que muchos usuarios claudicaran al poco de empezar a trabajar con ellos.
Era la unidad más pequeña de aquel frío hospital psiquiátrico. El único de todo Álava. Sus vivos colores en las paredes chocaban a primera vista con las enormes puertas de acero que se abrían y se cerraban lentamente previa introducción de un código al que solo el personal del hospital tenía acceso. El grosor de dichas puertas, paso obligado para acceder de una unidad a otra, parecía más propio de una cárcel de máxima seguridad que de un centro de salud mental por muy complejas que fueran las patologías que en él se trataran.
La UPR requería una corta estancia, ya que se buscaba realizar un intenso trabajo con los pacientes y darles de alta en el menor tiempo posible. Pero lo que en su día resultó ser una metodología de trabajo revolucionaria en salud mental, con el tiempo se había convertido en una suerte de “Puerta giratoria” donde los mismos pacientes eran ingresados y dados de alta una y otra vez de manera continua. El seguimiento ambulatorio que habían instaurado dos años atrás, así como el centro de día a donde acudían los pocos pacientes que conseguían cierta estabilidad mantenida en el tiempo, sólo había logrado cronificar aún más el tratamiento, resultando cada vez más difícil al equipo médico derivar usuarios a otras unidades de salud mental de la provincia o incluso a otras estancias del mismo hospital.
Raquel esperaba paciente en aquella especie de sala de espera que acogía a los familiares y amigos de los internos de la UPR. En realidad era una sala de reuniones del equipo médico, ya que la distribución y funcionamiento de la unidad permitía el libre acceso de los familiares por casi todo el espacio siempre y cuando tuvieran luz verde por parte de administración para realizar la visita. Pero Raquel no necesitaba pedir ningún permiso con antelación; era sobradamente conocida por la inmensa mayoría de las enfermeras, auxiliares, trabajadoras sociales, psiquiatras, terapeutas ocupacionales y psicólogos de la unidad. Tras cinco años de ingresos, altas y recaidas, lo de aquella mañana no era más que un nuevo trámite, el cual muy a su pesar empezaba a vivir casi como rutinario.
Tras unos pocos minutos de espera, Maika Gereñu entró en la sala y cerró la puerta. Era la jefa de enfermeras y por suerte, la referente de Ariadna Mendieta durante su estancia y seguimiento en la UPR.
- Se está dando una ducha caliente- Le dijo Maika a Raquel nada más verla- Tranquila, ella misma se ha presentado en el hospital a las siete de la mañana. Calada hasta los huesos pero sana y salva.

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Nubes de gominola
Misterio / SuspensoLa locura puede ser la forma más sana de entender una realidad enferma.