III
Si hay una ciudad donde la noche puede convertirse en la cómplice perfecta para cualquier tipo de fechoría que requiera discreción, esa sin duda es Vitoria. Nadie la mima a partir de la hora bruja, donde cada jornada da paso a la siguiente sin el más mínimo estres ni la algarabía de las horas diurnas.
Pasan solo unos minutos de la medianoche y nadie asoma por las calles más céntricas de la ciudad. Solo dos hombres atraviesan la calle San Prudencio a paso muy ligero. Les separa una significativa distancia, pero el segundo de ellos acelera aún mas el paso hasta casi echar a correr. No tarda en atrapar al primero. Cuando lo hace, reduce de nuevo la marcha y le introduce algo en el bolsillo.
- Esto no puede volver a suceder- Le dice el receptor de aquel sospechoso paquete. – Me dijiste que no habría riesgos.
- Y no los hay. – Le responde aquel extraño acompañante a susurros- Ese hijo de puta, no sé cómo, pasó todos los filtros.
- ¡Entonces no me digas que no se repetirá! No pienso comerme un marrón así ¡Te lo advierto!
- En los honorarios de hoy hemos incluido un plus por las molestias causadas. Por favor, confía en nosotros.
- Ahora vamos a tener que parar una temporada. Que pase toda esta mierda. Te llamo cuando todo esté tranquilo.
- Hay un par de casos que nos corren prisa…
- ¡Pues que esperen!-
Aquel misterioso hombre detiene la marcha de forma súbita.
- Solo te voy a decir una cosa; si caigo yo o alguno de mis cómplices, tú caes con nosotros. Cantaré todo lo que sé. No tengo ni puta idea de quienes sois ni que es lo que quereis exactamente… pero por mis cojones que como me pillen, tú compartes chabolo conmigo desde el primer día. Así que no te convienen tanto las prisas.
Sin mediar palabra, continua su marcha mientras su acompañante se queda quieto en el lugar viendo como aquel “conocido” se aleja en el horizonte con paso firme, tenso y un más que notable enfado.
La ciudad duerme profundamente. Nadie ha visto nada.
* * *
Al contrario que la UPR, la unidad 3 distaba mucho de ser una moderna unidad psiquiátrica, teniendo bastante más en común con los clásicos loqueros de mediados del siglo XX. Ocupaba toda la segunda planta del hospital, y básicamente no era más que un alargado y gélido pasillo con multitud de puertas a ambos lados del mismo. Tras atravesar los correspondientes controles de seguridad (Formados por dos mostradores de acceso y otras tantas puertas de plomo), Raquel se dispuso a buscar el despacho del Doctor Luengo en aquel desconocido sector donde desde el primer instante no se sintió nada cómoda.
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Nubes de gominola
Gizem / GerilimLa locura puede ser la forma más sana de entender una realidad enferma.