Uno

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    Tendremos un robot. Un robot, como cualquier otro, para ser una familia como cualquier otra.

   Cuando mi madre me pide mi opinión al respecto, tengo que negársela. No porque no aprecie su pequeño gesto, su leve interés por mí, sino porque en realidad no tengo opinión al respecto. Le soy indiferente a la adquisición de un insulso trozo de metal que camina.

— Si lo haces para cuidarme y eso, ¿no es lo mismo contratar un mayordomo?

   Mamá está frente a mí, del otro lado de la mesa, pero ella no lo sabe. Su vista clavada en la pantalla de su celular y su mente entre lo que harían en estas vacaciones sus amigas. No puede oírme. Lo sé, ni siquiera tengo que preguntarlo.

— Mamá.

   Tampoco responde ahora. Intento golpear la mesa, intento rozar su pierna con la punta de mi zapato. Pero intentar no es lograrlo y lograrlo no es una posibilidad, así que me detengo a observarla, a admirar cuánto ya he admirado antes.

   Es asunto de esperar a que, en algún momento, ella también me mire. Es decir, ella espera una respuesta... Por lo menos eso quiero creer ahora. Si la quiere, si en verdad le interesa, la buscará.

   No la busca. Es en vano.

— ¡Mamá!

   Parece no haberme oído, pero después de un instante da muestras de que sí. Alza la vista y sacude levemente su cabeza, como quién acaba de despertarse con una pregunta.

— ¿Sí?

— Si no te importa que responda, no tienes que preguntarlo. No sabes como lo odio.

   Asiente sin sentirse culpable. Me observa sin mirarme. Está allí, pero apenas de una forma física insoportable.

   Es sólo un día más junto a mi madre.

   Todos y cada uno de los días son así junto a ella. Sin papá, mi madre no es más que cualquier otra máquina. Cocina, limpia, trabaja ya que está en sus comandos por defecto, pero fuera de eso no sabe qué hacer, cómo hacerlo o si está bien o no.

   Es eficiente bajo órdenes, pero se mantiene apagada cuando no. Ni siquiera va a levantarse ahora de la mesa. Y si lo hace, si se lo pido, irá a la cama a dormir el resto del día. El resto del fin de semana, y del mes si es posible.

   Por eso odio las vacaciones, el verano, los días libres. Porque tengo que soportar a mi robótica mamá. Y ella es insoportable sin mi inhumano papá. Así que todo es terrible. Siendo el extraño hijo de una desigual familia, lo es, de una exagerada manera.

   Tomo su plato y el mío, sin dejar de verla actuar como una estatua frente a ese aparato en su mano. La imagenes frente a ella iluminan su rostro como pequeñas y llamativas explosiones holográficas. Son, de hecho, muy, muy llamativas, y se roban toda su atencion.

   Primero papá, ahora eso. Y algo me decía que su celular no iba a dejarla por una chica más joven porque, bueno, eso no le importaba. Era un obstáculo estable entre ella y yo.

    Siempre habrá algo. Siempre. Y moriré sin haber sido alguna vez su piedra, su objetivo o siquiera algo a lo que apreciarle.

   Y pienso en el robot. Están claras las razones, pero no quiero aceptarlo. Eso lleva a que la verdad se haga un nudo en mi pecho; un nudo me dificulta mantenerme centrado, que me dificulta respirar, que me dificulta ser yo mismo. Porque yo no la odio, y ahora no puedo ni siquiera llamarla "mamá" sin sentirme vacío.

   En estos momentos, quiero golpearme. Quiero hacerme daño para deshacerme de este sentimiento de insuficiencia que ella me provoca. Este sentimiento de lástima.

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