Dos

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— ¿Y cómo están tus padres?

   Alzo las sábanas hasta que están flotando sobre mi cabeza, bailando en el aire y llenando de sombras nuestro alrededor.

— Mamá, dormida. Papá, espero que muerto. No sé de él desde hace siete años.

   Las meras formalidades de Yael deberían actualizarse. Sé que no es su intención recordarme a mi padre, pero lo ha hecho, a propósito o no, y yo he tenido que responder con sinceridad. Él se sonroja, avergonzado, y las sábanas caen junto a su pálida figura.

— Lo siento, yo...

— No es nada malo —le digo—. Cada mañana me miro al espejo y lo recuerdo, también. No eres peor que mi existencia al preguntarlo.

   Él asiente, pero sigue estando nervioso. Yo voy hacia cada una de las esquinas de la cama y la arreglo en cosa de instantes. Esto me recuerda a mamá, a cada día en que lo hago por ella. A aquellos días en los que ella lo hacía por mí.

— Oh, vamos —sonrío—. No te incomodes, está bien. Cambiemos de tema, ¿sí?

   Yael asiente, y sube con cuidado a la cama para colocar las almohadas.

— ¿Puedo preguntarte sobre Tony?

   Yael apenas se mueve, inspirado en alisar las arrugas de un rechoncho cojín violeta. Debe estar acostumbrado, y eso es casi como preguntarle por su hermano.

— Claro. ¿Qué quieres saber?

— Cómo es tenerlo —empiezo, le doy la espalda para recoger las sábanas usadas del suelo e intento esconder mi rostro en ellas.

   Puedo oír su risa. E imagino su rostro divertido en espera de preguntarme:

— ¿Por qué el repentino interés? Pensé que no te gustaban los robots.

   Suspiro.

— Y no me gustan. Sólo que mamá insiste en tener uno.

— Así que te ha preguntado antes de comprarlo.

— Yo diría que antes de mostrarlo. Ya sabes como es, seguro ya está viniendo en un barco si no pasando por la aduana.

   ael vuelve reír, y sé que es por mi rostro fastidiado. Pero no puedo evitarlo: la idea me fastidia.

— Es bueno. Cuando no están haciendo los deberes están junto a ti, si quieres, y te escuchan con más atención que cualquier otro ser humano.

   Yo sé que él sabe que eso es lo que quiero, y que lo dice con el propósito de endulzarme cualquier golpe.

— Cómo tener a alguien siempre allí, haciendo lo que no quieres y estando contigo para lo que sí.

— ¿Y cuándo están descargados? Porque se descargan, ¿no es cierto? Sería imposible que no descansaran.

— Y lo es, supongo, pero no lo he comprobado por mí mismo hasta ahora. Siempre se está cargando los sábados en la tarde, cuando todos dormimos o vamos a algún lugar. Luego puede pasar semanas sin pegar pestaña... si es que lo hacen, claro.

   Asiento, y aunque me gusta la idea de saber más sobre el mantenimiento de un robot, si soy sincero, sólo me importa saber cómo es la vida junto a ellos.

— ¿Nunca te sentiste incómodo en presencia de Tony? —pregunto, abandonando momentáneamente la habitación para deslizar las sábanas hacia el cuarto de lavado. Hay una pequeña rendija en la pared, y sólo tengo que abrirla y lanzar el contenido adentro.

   Es un hoyo oscuro, profundo. La imagen de una mano que sale de ella y se enrolla en mi cuello me hace cerrar la puerta de prisa, mientras me digo a mí mismo que eso jamás podría pasar... a menos que sea un humano, uno que haya logrado mantenerse en ese angosto pasaje.

   También un robot podría hacerlo. Y era eso lo que me alejaba. Imaginar esa mano brillante, ese helado y duro agarre en mi cuello... No, no era momento de pensar en esas cosas.

   Además, Tony está apagado.

   Ya en el cuarto, Yael me espera con una sonrisa.

— ¿Te incomodan los robots?

   Hago mi mejor esfuerzo por no mostrar sorpresa, lo que es fácil, supuse que eso mismo me preguntaría.

— Sí. No les temo ni nada, pero... pienso. Pienso en las posibilidades; ya sabes, esas que podrían serlo con probabilidades de tres en un millón. Pero que, en efecto, podrían serlo.

   Él asiente, mordiendo inconscientemente su labio mientras parece reflexionar, buscar, pensar y analizar mis palabras. Luego ríe, desvaneciendo cualquier atisbo de una conversación seria.

— ¿Crees que van a dominar el mundo?

   Predecible. Sí, claro que lo creo. Yo también veo películas de acción, ciencia ficción y hasta fantasía. Pero no voy a decirlo en voz alta.

— Creo que pueden fallar. No ellos, pero nosotros...

   Alzo los hombros y voy hacia la cama, me siento en el borde y alcanzo mi bota izquierda para atar de nuevo los cordones. No quiero tener que verlo a la cara.

— ¿Por qué? Yo sé que hay gente a la que se le zafan los tornillos, pero no por eso van a explotar.

   No puedo reír ahora. Estoy muy concentrado en el sentimiento de vergüenza que se cuece dentro de mi pecho, a lo largo de mis brazos, en el resto de mi cuerpo.

   Ni siquiera sé por qué le digo todo esto. Ni siquiera sé por qué me importa eso.

— No quiero burlarme —me dice, y se sienta en el otro extremo de la cama—, es que no sé cómo responderte. Yo nunca sentí miedo, sólo curiosidad.

— Yo no siento miedo. Es que no me gustaría que algo malo pasará y prefiero evitar a lamentar.

— Miedo. Me has dado el concepto de miedo, sin las muestras físicas como echarse a llorar. Pero, vamos, no es nada malo. Y tampoco puede pasar nada malo -se detiene, y busca mi mirada sin poderla encontrar, entonces suspir—. Tenemos a Tony desde hace más de dos años, y hasta ahora todo es como el primer día.

— ¿Por eso dices que no enciende? ¿Estaba así el primer día?

   En este momento estoy asustado, admirando en su rostro un crudo gesto de confusión. Entonces mira hacia la puerta, hacia mí y al suelo. Su voz es un susurro cuando dice:

— Pero Tony no está apagado. Sólo limpiaba el cuarto de mis padres. ¿Estás seguro de que me oíste bien?

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