Tres

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— Yael, me estás preocupando. En serio. No juegues así.

   Lo miro a la cara, sin querer mostrar que, en efecto, estoy harto de su actitud esta mañana. Dice cosas, las olvida, y ya podré asegurar que está despierto.

   Entonces lo hace para molestarme. Y lo logra. Ha cumplido muy bien su objetivo.

— No he hecho nada —se cruza de brazos, perplejo—. Es sólo que no recuerdo haberte dicho que Tony estaba apagado.

— Debo volver a casa —miento, haciendo un movimiento para ver el reloj en mi muñeca.

   Brilla. La pequeña pantalla de mi reloj emite una luz muy brillante. Parpadea. Lo hace, se detiene. No hay manera de saber qué le pasa.

   Ahora esto. Genial. Mi reloj nuevo se daña de la nada. Creo que todos se han empeñado en estar raros hoy. Eso es lo que creo.

— ¿Qué tiene?

   Yael no ha dejado de mirarlo. Está tanto o más concentrado como yo en el parpadear inconsistente. Blanco, negro, azul, nada.

— No lo sé.

   Intento apagarlo, cambiarlo y presionar botones que hasta ahora nunca he usado antes.

   Por la fascinación de Yael, puedo asegurar que no se se trata de una característica premium o algo por el estilo. Es decir, su padre trabaja en la fábrica central de la ciudad, de donde, tengo entendido, han salido todos y cada uno de los apartos más nuevos en el mercado. Ahora bien, este podría ser uno de marca pirata... después de todo, me lo regaló mamá.

   Recuerdo bien mi sorpresa al haberlo recibido de su parte. Fue tan repentino que tardé en reaccionar, buscando la manera de sonreír o desilusionarme para terminar fracasando rotundamente y decir:

— Gracias, mamá.

   Todo mientras ella cenaba, sonreía y me dedicaba la que sería nuestra última cena con interacciones del tipo familiar. El resto serían cenas ejecutivas, silenciosas, vacías, como dos extraños que se ven obligados a compartir mesas debido a la escasez de espacio en el restaurante.

   Ahora siento que he invadido su zona. Ahora sé que pudo no haber sido deseado. Y es seguro que fui ignorado.

   Quiero llorar. Pero no puedo hacerlo ahora, no frente a Yael, no frente a nadie. Quiero volver a cada y llorar en algún lugar cerrado, gritar, golpear... sólo no quiero aparentar que todo está bien ahora.

   Sostengo mi aliento, puedo sentir como mi nariz se contrae poco a poco. Qué horror. Vamos, no ahora.

— ¡Son demasiadas emociones!

   Me quejo en voz alta para aliviar mi garganta, y no espero a que Yael responda antes de dejar la habitación. Estoy tan molesto, tan triste, tan fastidiado.

— ¡Dash! Espera.

   Yael sigue mis pasos. Lo oigo venir detrás de mí. Me detengo, esperando poder verlo salir a través de la puerta. Tarda y tarda mucho más de lo esperado. No entiendo por qué eso me preocupa, porque me hace pensar.

   Pudo haberse caído.

   Pudo haberse detenido.

   Tal vez no le importa en realidad.

   Entonces ya no le importo a nadie.

   Cierro ambos puños, con fuerza, y es para mí casi imposible no gritarle que salga, que diga algo si lo tiene que decir y que ya puede olvidarse de que todo esto pasó. Hay una fuerte punzada en mi mano, lo que me hace soltar un leve gemido. Podría ser mi mano herida, o mi consciencia consumida ante mi brusca bipolaridad.

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