Cuatro

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     Cuando intento profundizar en lo que quiera que sea la abertura en mi cuello, recibo una fuerte descarga. Lo que es bueno; en realidad, me da cierta energía para levantarme y seguir.

   Estoy bajando los escalones. Estoy corriendo al bajar los escalones. Y no sé con certeza si hay algo que me persigue o es sólo una corriente pasando sobre mis hombros y mi cuello.

   Salto. Tengo que salir de aquí. Salto. Cuanto antes. Tropiezo. Quiero ver a mamá. Lloro. Quiero estar con mi mamá.

   ¿Dónde está ella ahora? La necesito. Necesito que me diga que todo está bien. Que no he matado a nadie. Que no he podido visitar a nadie hoy.

   Necesito que me diga que Yael es real. Que existe. Que todo esto es una costosa broma para divertirse. Y así estoy seguro de que no será tan malo.

   Estoy seguro de que no importaría. Se me pasaría. Lo olvidaría y la próxima semana podriamos salir al cine, a comer. Podriamos ir a la escuela, jugar a las cartas, ver televisión. Podríamos ser niños normales.

   Siento el penúltimo escalón clavarse en mi espalda. Estoy agachado, debajo de mí está la peluda alfombra. Es todo tan cómodo. ¿Puedo caer?

   ¿Puedo dejarme desfallecer aquí y estar seguro de que mamá vendrá a despertarme?

   Y me dirá: "Debes saber como tomarte mejor una broma, le has hecho mucho daño a tu amigo Yael". Luego reíremos, nos abrazaremos y todo pasará.

   Si tan sólo yo tuviera esa clase de mamá. Si tan sólo tuviera una madre. Ya ni siquiera sé lo que ella es.

   Ni siquiera sé lo que yo soy al pensar todo esto. Creo que... creo que puedo ser reemplazado. Estoy listo para tener un robot y ser reemplazado. Pero sólo si eso también va a pasar por todo esto por apegarse tanto a ella.

   A ella. A ella no le debe importar mucho lo que pueda sucederme ahora.

   ¿Lloraría si muero? ¿Se alegraría si no?

   No sé si vale la pena intentar probarlo.

— ¿Entonces... te rindes?

   Me congelo. Mi posición es la de una mujer que ha perdido algo preciado y la han atrapado llorando, con las manos curvadas sobre su rostro, los ojos bien abiertos y los labios llenos de lamentos que no ha dejado salir.

   Que no dejará salir frente a eso.

¿Yael?

   No volteo, no planeo hacerlo. Estoy a su merced, le doy la espalda, no me hablaría si fuese a hacerme daño.

   Yo le hice daño a él.

   Debo disculparme.

   Así que volteo.

   Y todo es peor.

   Si antes era extraño, ahora es la viva imagen del horror. Yael ya no es un humano, ni siquiera es un robot. Es una chatarra que camina en busca de su último objetivo.

   Y ése soy yo.

— ¿Por qué te empeñas en llamarme así? Siempre me ha gustado más Tony. Como lo dice mi mamá. Como a ella le gustaba llamar a mi hermano.

   Caigo, caigo sobre mis piernas mientras me apoyo en mis codos. No puedo dejar de mirarlo. No hay un rostro, no hay piel, hay muchos cables y piezas de metal. Hay un cuerpo allí donde no he pisado. Es humano, es robot, es. No hay palabra para describirlo.

   Baja un escalón. Hay un extraño sonido. Es el de un encendido. Un apagado, un encendido. Yo empiezo a retroceder con mis manos pero la derecha vuelve a doler como en un primer instante y me hace caer. El dolor me marea. Dormir, anhelo dormir ahora. Quizá sea un sueño, quizá, pero son sensaciones muy fuertes como para serlo. Cabeceo, y sólo puedo empujarme con ayuda de mis pies.

— Cuando el otro Tony se fue a la guerra, hubo dolor, dolor y pena. Y cuando el otro Tony volvió de la guerra, alguien dijo que ya nunca vendría. Y nunca vino, en realidad. La gente mayor nunca miente, ¿sabes? La gente mayor dice la verdad.

   Busqué unos labios para concentrarme y no gritar. No quería gritar. Gritar me agotaba, gritar me costaba y me cortaba mucho más que quedarme allí esperando una mejor ocasión para actuar. Pero imposible que me hablara sin labios para mostrar.

   Pero eso es obligación de los humanos. No de los robots. Y Yael es un robot.

   Uno muy feo.

   En mi fugaz análisis, sólo encontré un ojo. Luego otro. Saltaban a la vista entre sus manos, como para decir que sí"miraba al hablar", lo que es una regla importante según La Moral.

— Yo me portaba muy mal. Empecé a creer que mis padres no me amaban. Que no me veían como su hijo, sino como a un niño más. "Tony, Tony, Tony" y nada más. El nombre de Yael se borró en ese entonces. ¿Sabes cómo pasó?

   Me golpeo con algo. Es de madera, es una mesa, una silla, un sofá. Rayos, eso no es relevante. El dolor me hace olvidar los pequeños detalles. Los pequeños detalles que me harían entender un poco más.

   Así que sacudo la cabeza con esfuerzo. Mi garganta sigue abierta, no puedo decir que no. Mi corazón, cada vez más cerrado, espera a detenerse o volver comenzar; tiene que hablar o callarse, estoy a punto de vomitar. A punto de desmayarme.

— Me conectaron.

   Cuando lo dice, se detiene.

   Mi corazón da su primer paro y vuelve a recobrar su pobre sintonía. Algo está abandonando mi cuerpo a través de mi garganta. ¿Es sangre? ¿O bien se trata de mi voluntad?

— Para ser un buen niño, debes estar conectado con la energía de la que todo niño bueno tiene necesidad. Así como un robot que necesita recargarse y es conectado mientras sus padres salen a comer. ¿Lo entiendes ahora, Dash? Como cuando un robot es obligado a arreglar el cuarto de sus padres junto a alguien a quien quiere. Porque te quiero, Dash, eres mi amigo. Solías serlo, y no lo olvidarás cuando pierdas tus malas memorias. Ellos dicen que así estaremos juntos por siempre, seremos los mejores. Seremos los hijos perfectos. Ya no habrán actitudes extrañas o divagaciones. Conéctate, Dash. ¿Estás conectado?

— Tú estás loco.

    Mis últimas fuerzas se van al primer intento, cuando tiro con todas mis fuerzas de la alfombra y lo veo caer, lentamente, hasta enrollarse como un gatito a mis pies. Un gatito sin rostro, un gatito sin brazos.

    Parte por parte, Yael se desarma. Se deshace frente a mí como una máquina inservible.

    Lo único que brilla hasta el final son sus ojos. Se escapan de sus manos como si ya no le necesitaran más. Tienen vida propia, se deslizan. Ambos están unidos, haciendo una perfecta bola de algodón, de béisbol, de la suerte.

   Ruedan hasta acercarse más a mí que su amo. Su amo, su apagado amo. Ya aquél no importa, sus asuntos están sellados.

   Y brillan. Dean salir a las pequeñas conexiones hasta que se funden con el aire y bailan. Forman una red perfecta, luego la rompen un brusco cambio de dirección. Una y otra vez, bailan y bailan hasta llegar hacia mí, hacia el pequeño hoyo en mi cuello.

    Ni siquiera sé cómo se sintió la vida antes de estar conectado. Ni siquiera sé cómo pude disfrutarlo.

   Ahora sólo sé que soy feliz. Que mamá me ama.

   Podemos ser una familia feliz.

REDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora