Capítulo 26

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   Estaban locos de remate y encima les hacía gracia que se lo dijera a la cara nada más me explicaron de qué iba la iniciación, una locura, como apropiadamente lo especificó Matthew.

   Básicamente, para entrar al bando de pijos burlones —y muy buena gente, la verdad— debía meterme en problemas con la policía, registrarlo y huir; si me pillaban pues nada, tenía que apañármelas solita. Sí, era la insensatez más grande y estúpida que había escuchado en mi vida. No obstante, ésta se quedaba pequeñísima en comparación con la clase de imprudencia que debía cometer yo particularmente: romper un coche patrulla aparcado en la mismísima comisaría.

   Como si no tuviera problemas con los que lidiar ya por todas aquellas veces en las que la ciudad entera se enteró de cosas de las que tanto me avergoncé, ahora debía concluirlo todo con vandalismo.

   —Es que no puedo hacer esto, Matthew —Era la milésima vez que protestaba—. Mira, casi nunca estoy de acuerdo con el accionar de la policía, ¿vale? El poco desempeño y la corrupción me ponen los pelos de punta, me da muchísima rabia, pero una parte de mí les tiene respeto y verdadero agradecimiento, ya sabes por qué.

   Matthew se encogió de hombros restándole importancia. A mí tampoco me importó seguir protestando.

   —¡Pero es que se trata de meterme en una comisaría a destrozar un vehículo policial, Matthew!

   ¿Qué parte riesgosa no captaba? Era una locura, más aún en mi caso, prácticamente el colegio se hacía responsable de mí.

   Él rodó los ojos.

   —Laila tuvo que darle una bofetada a un oficial de policía en plena calle llena de personas, Joseph, tú lo harás en secreto, sin que nadie te atrape con las manos en la masa.

   Cielo santo, ¿de verdad Laila le había pegado a un oficial de policía?

   Íbamos en el flamante superdeportivo negro de Matthew, solo nosotros dos, discutiendo de camino a la maldita comisaría. Era de noche pero no sabía qué hora exactamente, habíamos estado en casa de Matthew hasta hace un rato, mis maletas aún continuaban metidas en el maletero de mi coche en su casa.

   —Mierda, Matt, no sé si pueda hacerlo.

   Temía que fuese un problema grave para el internado y para mi padre, yo sabía que en California el vandalismo no era una tontería, era serio y se castigaba de igual manera.

   De pronto, Matthew apagó el motor del coche y me miró con detenimiento, reduciendo la proximidad entre ambos hasta lograr intimidarme con esa mirada penetrante que me hizo disparar mil pulsaciones por minuto. Me pilló de sorpresa. Su brazo se apoyaba en el respaldar de mi asiento, era un espacio bastante reducido por lo cual quedamos a pocos centímetros de distancia. Me fijé en su boca moviéndose mientras me hablaba y se me hizo difícil centrarme en lo que debía.

   —Entonces es mejor que decidas ahora porque la comisaría está aquí enfrente —indicó él sin inmutarse. ¿Cómo podía estar tan calmado? A mí se me movió el alma y el cuerpo cuando pillé cómo bajó la mirada a mis labios—. Si lo haces, entras, si no, estás fuera.

   Cuántos deseos de besar... Espera, ¿qué?

   —Pero... Matthew, no... —balbuceé torpemente. Chasqué la lengua y me obligué a centrarme en lo que acababa de soltar—. ¿Quién decide esto? —quise saber.

   —Yo —respondió a su vez, tranquilo.

   Casi me dio algo cuando lo oí. Me enfadé inmediatamente. Yo creí que alguien más lo decidía, tal vez alguien con más poder, por así decirlo, nunca pensé en que Matthew determinaba qué clase de vandalismo tenía que llevar a cabo.

Calla Pequeña✔ [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora