Necesidad

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El día que la ví por primera vez, creí que me volvería loco, me sentía tan maravillado con su presencia, que sólo me bastó con eso: su presencia.

Verla se había vuelto un objetivo, más que nada una necesidad.

Me alegraba de haber intentado cambiar mi rutina, de ir a ese restaurante en específico, porque no tenía ganas de cocinar y me sentía lo bastante deprimido como para no querer estar encerrado en mi casa, además de que la comida de ese lugar era lo mejor que había probado en mi vida.

Iba lo bastante distraído como para notar la presencia de alguien más, iba tan sumergido en ese maldito libro que no me había percatado de su maravillosa presencia... Hasta que la ví.

Me había detenido en la fila para ordenar comida cuando alce la mirada por simple curiosidad, sin saber que esa curiosidad me llevaría al borde la locura.

Se veía tan hermosa con ese vestido floreado color lila, que definía cada curva de su cuerpo  a la perfección, su piel  de un tono crema parecida a la porcelana, parecía romperse con un sólo toque y prometía un tacto suave como el de la flor más frágil, ojos del color del cielo con un matiz verdoso que transmitían bondad, sinceridad, amor, una nariz pequeña respingada, labios carnosos que merecían un soneto a su honor, mejillas sonrosadas que le daban un aire inocente, casi infantil, su cabellera del color del trigo, con unos mechones dorados a causa de la filtración de la luz por la ventana, hacían que toda ella fuera: PERFECTA.

En ese momento ya no me importo nada, y a pesar de que sólo pensaba comprar mi comida y largarme al parque más cercano a disfrutar la naturaleza y mi libro, contra todo pronóstico me senté en una mesa lo bastante lejana para que no se viera sospechoso, pero lo bastante cerca, para que no la perdiera de vista.
Ella al parecer no se había percatado de mi presencia, estaba tan inmersa en su libro que en ningún momento había levantado la mirada y eso me lo facilitó todo, aunque a la vez me frustró porque yo solo quería que ella tuviera ojos para mi y nada más.

–Disculpe caballero ¿qué va a ordenar?– me pregunto un mesero, sacándome de mi ensoñación y haciendo que volviera bruscamente a la realidad, lo voltee a mirar con cara de que no entendía nada y me repitió la pregunta con tono mordaz y un tanto fastidiado, al parecer ya había estado intentando llamar mi atención.
–Ensalada César, y una soda dietética estaría bien– le respondí en tono hastiado, ignorándolo completamente y devolviendo mi atención a Ella.

Y nuevamente me perdí en su más imperfecta perfección.

Tenía un dilema interno entre acercarme y hablarle o sólo contemplarla hasta que ella se marchara, me debatía entre los pros y los contras de hablarle y de sólo quedarme a observarla y no perder ningún detalle de lo que hacia: como se acomodaba un mechón dorado rebelde que se había desacomodado de su cabello, en lo delgado de sus dedos, como cambiaban la página del libro con una elegancia que quitaba el aire, uno que otro suspiro que soltaba por las emociones que le causaba la lectura, la sensación casi orgásmica que sentí cuando la ví tomar de su copa de vino.
Cada pequeño detalle de lo que ella hacia, yo lo absorbía como si fuera el mismísimo elixir de la vida.

Cuando el mesero regreso quince minutos después con mi comida, yo me sentía flotar, me sentía tan extasiado como nunca lo había estado en mi vida, como esa droga que aunque sabes que es dañina aún así la sigues consumiendo porque te causa tal éxtasis, tal felicidad que no lo causa la cruda realidad, y ese es motivo por el que no la dejas.

Parecía un zombie comiendo,con movimientos simples y mecánicos, mientras la observaba porque si...

Ella se había vuelto esa droga para mi, nueva y exquisita, imposible de superar.

Pero todo se acabó cuándo ella se levantó y se fue del restaurante, pasando por mi lado y deja do una fragancia de flores primaverales, sutil pero inolvidable, llevándose con ella todo el éxtasis que hasta el momento había sentido y dejando a su paso una tristeza, que denotaba en un dolor casi físico.

En lugar de salir a buscarla y ver por dónde se había ido,me quede inmóvil, en la silla que parecía tenerme de retén, prohibiendome seguirla y con ello todo rastro de tu perfección.

Hice un gesto para pagar por lo que había consumido, y dirigirme a mi casa a sentirme de lo más patético y estúpido por no haberle hablado a mi razón de existir.

Cuando salí del restaurante voltee para todos lados, buscando un indicio que me pudiera llevar a ella pero todo fue vano, el trayecto en mi coche aparento ser más largo de lo que en realidad era, y para disminuir mi estrés, conecte el iPod al carro y lo puse en modo aleatorio, cuando iniciaron los primeros acordes de lacrimosa de Mozart, comprendí que esa melodía definía mi estado de ánimo.

Al día siguiente, después de salir del trabajo, que se me hizo  más tedioso de lo habitual y un poco más problemático, ya que no me la podía sacar de la cabeza, me dirigí directo al restaurante, con el fin de poder volver a verla, pero para mi desgracia no apareció.

Y ahí fue en donde en  parte cambio mi  rutina ya que después del trabajo, siempre  me dirigía al mismo lugar con el mismo propósito.

Verla.

Pasaron los días:

Martes

Miércoles

Jueves

Viernes

Sábado

Domingo

Lunes

Martes

Miércoles

Hasta que ella apareció otra vez...

A partir de ese día, comenzó a ir seguido al restaurante, siempre vistiendo diferentes vestidos, luciendo muy jovial, tan como yo la recordaba, tan Perfecta, lo que más me extrañó fue que nunca estuviera acompañada, al menos por una persona, porque siempre llevaba un libro en la mano, y eso me hacía adorarla más y más porque me daba cuenta de que al menos en eso teníamos algo en común: la pasión por la lectura. Y eso es algo muy raro en esta época, ya que las nuevas generaciones prefieren estar en las redes sociales – no generalizo – que leer un libro que los llene, que los haga amar la lectura y no la vean como una obligación o tarea a cumplir: aburrida y tediosa, sino que la vean como lo más maravillosa que es: amor en estado puro.

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Muchas, muchísimas gracias por leer mi historia.

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