La culpa se comparte

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Jason

Al entrar a la secundaria todo parecía normal, un día más en aquel edificio donde pasamos siete horas al día, preparándonos para formar parte de un mundo más complicado, pero el saber cuál es el equivalente de x o como se saluda en francés no nos enseña a enfrentar la oscuridad del mundo, no nos prepara para el dolor tras la pérdida o a protegernos de aquellas sombras que están al asecho; nos han dicho que la escuela es nuestro segundo hogar, pero lo que no saben es que nuestros primeros y más horribles miedos se forjan bajo el techo donde deberíamos estar seguros. De la escuela, lo único que he aprendido es que, si bajas la guardia, eres vulnerable, y entre estas paredes, no hay espacio para los indefensos.

Pero claro, la escuela no es solo oscuridad y soledad, también hay algo de luz, porque después de todo, nada puede ser del todo malo, ¿verdad? Allí, entre los amplios pasillos había encontrado amigos, personas con las que podía sobrellevar los problemas de la escuela y desahogarme, me acogieron cuando creía estar solo. Formamos un vínculo, de esos que crees inquebrantable, de esos que te hacen bajar la guardia porque crees que ya no necesitas un escudo. La confianza puede ser difícil de dar para algunos y fácil para otros, yo solía ser de los que la ofrecen con facilidad, un grave error, porque hay personas que se alimentan del sufrimiento de otros, pero tal y como el lobo malvado, usan un disfraz de oveja para que no veamos venir su jugada mortal.

La primera vez que entré a esta secundaria, también me sentí observado por algunos, por el hecho de ser nuevo, pero a diferencia de ahora, ya no había curiosidad o expectativa en sus miradas, ahora transmitían con intensidad pena, lastima y confusión. Todo seguía siendo igual, los mismos salones, los mismos pasillos, las mismas personas, pero la ausencia de una lo transformaba todo más sombrío, como aquella noche en el bosque. El hecho de que mi mejor amigo halla... ya no esté más, hacía que atravesar aquellas puertas fuera tan difícil como aguantar la respiración bajo el agua. Me agarro más fuerte de mi mochila y bajo la mirada, creyendo que así aquellas miradas dejaran de atravesarme como flechas, pero al parecer soy el centro de atracción. Al pasar junto al casillero de él paro por un segundo, mi pecho se contrae, se me olvida como respirar por un momento, mientras observaba aquellas flores y fotos que habían dejado al pie de su casillero. Aparto la mirada y sigo mi camino, tratando de imaginar que me estará esperando en la primera clase, guardándome un asiento, con una sonrisa amplia, con su alegría ilimitada, con... vida.

Rachell

- ¿Estás segura de querer ir? - dice una vez más mi mamá mientras me quito el cinturón de seguridad.

-Sí mamá, lo estoy- digo poniendo los ojos en blanco y abriendo la puerta del auto -algún día tenía que volver-

-Claro, tienes razón- me da una sonrisa que expresa más lástima que animo -nos vemos en la tarde cariño-

-Claro, adiós- me empiezo a alejar del auto, pero antes me llama una vez más.

- ¡Oye! Te quiero- yo volteo y le doy una sonrisa como respuesta. Luego me encamino a la secundaria.

Camino con rapidez, evitando a las personas con sus miradas y su lastima, ya he tenido suficiente de eso la última semana.

Hace unos días vi mi mundo derrumbarse ante mis ojos, algo en mi interior se quebró. Con la perdida vino el dolor insoportable y la culpa que no me dejó dormir en las noches, luego el miedo me inundó, miedo a cerrar los ojos y verlo de nuevo, sentir su sangre en mis manos, ver como el brillo en sus ojos se apagaba con lentitud, llevándose consigo su vida. Ahora solo siento ira, me enojé con el mundo, por ser tan cruel y frio, con mis amigos por no haberlo salvado, con él por haberse ido. Tras ese dolor y el enojo que me llenaba en ese momento, decidí que, si lo ignoro, en algún momento se irá.

AL ASECHODonde viven las historias. Descúbrelo ahora