Regreso a la normalidad: Risas, llantos y secuestros

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Jason

¿Los amigos existen?

Y no me refiero con los que sales de fiesta o copias en el examen, hablo de los que pelean por ti, de los que llegas a considerar la mejor parte de tu día, que lo saben todo de ti y a pesar de eso seguían contigo o que solo te acompañan en los momentos más aburridos para desgraciarse juntos.

Yo solía pensar que sí los había, que de hecho los tenía, pero equivocarse es uno de mis mayores talentos. No voy a mentirles, mis días en el instituto llegaron a ser los mejores que he vivido gracias a mis amigos, eran como ese único lugar de tu habitación que, por alguna razón, siempre está limpio, a diferencia del resto que parece un basurero. Mi vida es ese basurero, siempre lo fue, y cuando empezaba a agradarme lo suficiente como para intentar limpiarlo, pasa lo de Peter. Es absurdo lo bajo que puedes caer cuando piensas que estabas en el fondo, la vida misma es absurda, injusta.

¿Saben qué me gustaba más de ir a la secundaria? El almuerzo, comer siempre fue mi pasión, debo admitirlo, la que compartía con mi mejor amigo, pero ahora la mesa en la que estaba sentado estaba tan sola cono se sentía, ¿por qué debías arruinar también esto para mí? Ahora sentarme en la cafetería era como caminar en medio de aire tóxico quemándome la piel y los pulmones, no podía ni tragar saliva, es frustrante, pero soportable.

Finalmente decido salir de allí e ir al salón de arte, el único lugar en el que confío me saque de esta realidad abrumadora. Me gusta este salón porque se parece a mí, es un completo desastre, todo está desordenado de una manera divertida, casi planeada, además siempre está solo, sueles caerte con cualquier cosa, así que las personas normalmente no van allí porque evitan fracturas y esas estupideces. Ah, y es oscuro, bastante, lo que me relaja.

Los pasillos estaban solos, en silencio. Al girar en uno de ellos, veo que Amber se dirige al aula de arte, no ha notado que camino hacia ella, sus ojos van fijos en el suelo y sus manos trenzan su rubio cabello, solo lo suelta para abrir la puerta del salón. No me nota hasta que me detengo frente a ella, pero al verme, más bien a mis pies, da un pequeño salto.

-Me asustaste- baja su mano a su pecho y cierra los ojos por un segundo, calmando su pulso- eres bastante silencioso ¿sabías? -

-Y tu muy distraída- ahora que la veo con más detalle, parece exhausta y aterrada, hace un momento actuó de manera extraña, bien pudo pasar a través de un pasillo incendiándose y no lo habría notado. El silencio entre nosotros duró casi un minuto, finalmente decidí hablar.

-Así que vas al salón de artes- pensé en sonreírle, pero aún no tengo las fuerzas ni las ganas de hacerlo, así que solo mordí ambos labios y seguí con mí, ahora habitual, rostro de aburrimiento.

-Sí, supondría estaría solo- se encoge de hombros y se anima a sonreír.

Le hago señas a su mano que sigue en el pomo de la puerta, ella reacciona y la abre.

-Pues supongo que estaremos solos juntos- le digo mientras entramos al oscuro espacio, mis ganas de estar solo no superaban mi flojera de buscar otro espacio, además no hemos hablado mucho desde lo que pasó.

Ambos conocemos bien el lugar, caminamos naturalmente, sabíamos donde pisar y donde evitar hacerlo. Por las ventanas parcialmente cubiertas entraba pequeños rayos de luz que iluminaba lo suficiente como para no estrellarte contra algún objeto extraño, no he podido identificar la mayoría de las cosas que hay allí. Al fondo del salón hay un tipo de mini teatro, un escenario que ahora solo sirve para almacenar más objetos desconocidos. Nos dirigimos al escenario para sentarnos y, no lo sé, ¿conversar tal ves?

Yo me acomodé en la orilla del teatro y Amber se iba a acomodar en un sillón en frente, pero todo estaba oscuro y al sentarse alguien gritó, Amber se alejó de un salto, luego ella gritó y yo grité, así que todo se convirtió en un mar de gritos hasta que nos detuvimos por falta de aire. La persona que estaba en el sillón se levantó y se quitó una sábana que tenía encima, era Rachell. Su cabello azabache estaba revuelto, cubriendo parte de su rostro y sus ojos estaban abiertos de impresión y pánico, luego se dio cuenta que éramos personas y que esas personas debían tener una expresión muy graciosa, porque después de fruncir el ceño se empezó a reír.

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