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Tom llegó a casa del trabajo muy cansado y agotado. Se despojó de sus zapatos, los metió en el armario y prosiguió su camino hacia el baño. Entró en el cuarto de baño y con rapidez se deshizo de toda su ropa: se quitó primero la chaqueta, luego la camisa de manga larga negra, los pantalones, los calcetines. Miró los bolsillos para evitar que haya algo dentro de ellos; volteó la ropa del revés para que la ropa no pierda color y se vea menos afectada, y la arrojó en la lavadora. Cerró la puerta, abrió el cajetín y vertió el detergente, así como el suavizante, eligió el programa rápido y pulsó el botón inicio. Se encendió la pequeña luz roja y la lavadora se puso en marcha.

Se metió en la ducha de cristal, abrió el grifo, con la esperanza de que el agua caliente vencerá el cansancio que su cuerpo sentía. Dejó escapar un largo suspiro de placer cuando el agua caliente empezó a caer sobre su cuerpo. Se echó el champú y se lavó el pelo. Luego se enjabonó todo el cuerpo: los hombros, el pecho, los brazos, ... Se quedó bajo el agua un largo rato durante el cual el agua caliente relajó sus músculos, alivió sus dolores musculares y el cansancio.

Apagando el agua, Tom salió de la ducha. Tomó una toalla y rápidamente secó su cuerpo. Luego empezó a secar su cabello. Y cuando terminó, cogió otra toalla seca y la envolvió alrededor de sus caderas; salió del baño, y se encaminó hacia la recámara.

Al entrar en el dormitorio se acercó a la cómoda, y del segundo cajón sacó la ropa interior que dejó sobre la cama. Dio unos pocos pasos, abrió las puertas del armario y eligió la ropa que iba a ponerse: unos vaqueros y una camiseta con cuello redondo y manga corta; estilo informal. Se quitó la toalla y se vistió. Salió de su cuarto y se dirigió a la cocina.

Entró en la espaciosa cocina completamente equipada. Había un profundo silencio. Abrió el refri y cogió una cerveza, la abrió y le dio un trago. Se sentó a la mesa de la cocina y bebió otro trago de cerveza; era justo lo que necesitaba después del día que había tenido.

Pom, pom, pom!

Pero entonces escuchó que alguien golpeó la puerta de manera suave y levemente. «¡Maldita sea!» exclamó molesto. «¿Quién diablos será?» se preguntó para sus adentros. No estaba de humor para recibir visitas inesperadas y menos en este momento, cuando lo único que quería era terminar su cerveza, tumbarse en la cama y dormir. Tom dejó la jarra de cerveza sobre la mesa, se levantó de la silla y se dirigió con pasos apresurados hacia la puerta de entrada. Miró por la mirilla. Beatrix estaba al otro lado. «¿Qué quería?» murmuró Tom.

—Beatrix ¿qué haces aquí?— le inquirió sorprendido, abriendo la puerta.

—Hola Tom, ¿puedo pasar?—preguntó Beatrix, con un tono que reflejaba ansiedad y esperanza al mismo tiempo—. Necesito hablar contigo de un asunto muy importante.

—Adelante, pasa —dijo Tom, se hizo a un lado para dejarla entrar en el apartamento, pero no parecía feliz con la visita.

Estaba nerviosa y no sabía qué decir. Todo lo que tenía planeado decirle se borró de su mente, las ideas se esfumaron como por arte de magia desde el momento en que lo había visto; no sabía cómo empezar la conversación.

—¡Pero joder, desembucha por esa boquita de una puñetera vez y, no me tengas en ascuas!—le espetó Tom subiendo el tono de su voz.

Beatrix mostraba un evidente estado de ansiedad y nerviosismo; tenía un nudo en la garganta; tragó saliva y dijo:

—Estoy embarazada, Tom.

Los ojos de Tom se abrieron como platos al escuchar las palabras de Beatrix. Dos palabras que jamás quiso escuchar. Su rostro reflejaba confusión y una inexplicable sorpresa. Su respiración se agitó poderosamente, pero de alguna manera logró mantener el control.

No estarás solaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora