DONDE TODO COMENZÓ

CAPÍTULO 2.

Harry James Potter era un mago, y no uno cualquiera. Había descubierto su origen mágico gracias Rubeus Hagrid, el Guardián Llaves y Terrenos de Hogwarts, la Escuela Magia y Hechicería, tan solo un par de semanas atrás en su undécimo cumpleaños. Hagrid un hombre muy grande según los estándares de los humanos sin magia, parecía demasiado dulce y amable para ser una persona tan enorme.

Ahora que el pequeño razonaba su vida, todas esas cosas extrañas que sucedían alrededor comenzaban a tener sentido. Como la vez que el cabello de su maestra de historia se tornó púrpura, el momento en que terminó sobre el techo de la escuela debido a que su primo Dudley le había golpeado o recientemente la vez que accidentalmente le puso una serpiente a Dudley después de que tratara de robarle a Hermione en el zoológico.

El castigo que siguió al evento fue un mes encerrado solo en la alacena debajo de las escaleras. Aunque no se quejaba, pues estaba acostumbrado a dormir en el sombrío lugar, medio hambriento la mayor parte de su vida, maltratado por las ofensas más pequeñas. Harry comenzaba a creer que no valía como ser humano, hasta que conoció a su amiga Hermione. Por años Dudley recibió todos los regalos, buena alimentación, la mayor parte de los recursos financieros de la familia y desde luego toda la atención de Petunia y Vernon, los tíos de Harry. El pequeño ni siquiera recordaba la última buena comida o regalo alguno de parte de su familia. Temía al tío Vernon, a tía Petunia y desde luego a Dudley, quien constantemente lo molestaba.

Aunque siempre había sabido que era diferente a los demás, descubrir que era un mago fue una conmoción sin igual. Sus padres no habían muerto en un accidente automovilístico después de todo, ellos estaban muertos gracias al mago más malvado de todos los tiempos.

Hagrid llevó a Harry al Callejón Diagon, una vertiginosa calle mágica de compras de lo más extraño del mundo para en joven mago, escondida en pleno centro de Londres. Allí se enteró del oro que sus padres le habían dejado en una bóveda familiar de Gringotts. Juntos visitaron las tiendas en el Callejón Diagon para completar la lista de artículos escolares que pedía su carta para entrar a Hogwarts

Hagrid tan amable desde el inicio dejo que Harry escogiera solo su varita en Ollivanders. La tienda de Ollivander era un viejo edificio con el nombre remarcado sobre la puerta de entrada. Después de que Harry probara con muchas varitas, la varita que lo eligió era una hermosa madera de once pulgadas, hecha de acebo con un núcleo mágico de pluma de fénix. El señor Ollivander se maravilló con el hallazgo. El hombre jamás olvidaba las varitas que vendía, ni a quien lo hacía, había vendido la varita hermana años atrás y nada menos que a la misma persona que le dio a Harry la cicatriz en su frente.

―Curioso, muy curioso ―repitió Ollivander mirando su varita.

―Disculpe ¿Qué le parece curioso?

―La varita que tienes en tus manos es la hermana de la misma que te hizo esa cicatriz ―señalo su frente y Harry se levantó el cabello tocándose el borde de la herida cicatrizada ―el fénix solo tenía dos plumas, una pertenece a la varita que tiene en sus manos señor Potter y la otra...

― ¿Y quién era esa otra persona? ―Harry preguntó ―a la que pertenece la varita.

―No hablamos de su nombre ―respondió evadiendo al pequeño ―por otra parte, creo que está destinado a hacer grandes cosas.

Ollivander se conmociono por un segundo, sentía que ya había dicho suficiente.

―Después de todo, el que no debe ser nombrado, hizo grandes cosas, terribles, pero grandiosas.

La compra fue toda una aventura para el pequeño, quien no estaba satisfecho con la nueva información de su vida y la muerte de sus padres, pero si con su nueva varita. Salió caminando con mayor emoción que al principio y encontró a su nuevo amigo quien le entregó una jaula con una lechuza en ella. Una hermosa ave blanca como la nieve que Hagrid le compró a Harry por su cumpleaños. Rápidamente llamó Hedwig a su nueva mascota.