El inicio

9 0 0
                                    

Las tardes lluviosas eran mis favoritas, siempre podía leer mis libros favoritos con una gran taza de café caliente con el maravilloso sonido de la lluvia de fondo.

Antes adoraba cuando hacía mucho sol, esto es en pasado gracias a que ahora los recuerdos de mi infancia son solo polvo, polvo que el humo se puede llevar a cabo en cualquier momento.

- ¡Prudence, a comer! - La voz de mi madre me llamaba a la mesa como siempre lo hacía. - Ayúdame a colocar los platos por favor.

Todo estaba en orden, sin algún motivo para pelear, la comida olía delicioso, el ambiente era cálido, intimo, familiar. Un portazo nos distrajo de nuestras tareas, había llegado mi padre el cual parecía enfadado.

Otra vez había llegado el, con un horrible temperamento amargándonos el rato, dejándonos con miedo toda la noche, nunca sabíamos si al otro día todo mejoraría.

Una mañana soleada salí al patio de mi casa, tenía muchas ganas de tomar el sol y leer mi libro a la sombra de un árbol. De repente noté como oscurecía, -debe ser una nube- pensé.

De un momento a otro note como el libro que tenía en las manos volaba a la otra esquina y caía en el pasto bruscamente dañando la pasta. Al alzar la mirada me encontré con los ojos furiosos de mi padre, el cual no dudo de agarrar mi cabello con fuerza metiéndome a la casa sin decir una palabra. Una bofetada resonó en cada rincón de mi casa después de que el me volteara la cara al golpearme en el cachete. Caí de rodillas, sabía que en algún momento esto sucedería, no entiendo cómo pudo dejarme sola con ese maldito alcohólico, me dejaron sola con el imbécil que tantas veces me había mirado con unos ojos impuros.

Pasaban los segundos como si fueran horas, vi cómo se desabrochaba el cinturón en cámara lenta, ya era tarde, si gritaba nadie me escucharía, si corría el me alcanzaría y solo sería peor. Ya estaba, con mi corta edad de 11 años seria violada por mi propio padre, no, peor, un desconocido que se hacía pasar por él, un drogadicto alcohólico con la mirada perdida y tanto deseo de sexo que no le importaba dañar y violentar la integridad de una persona. El ya no era mi padre, era un monstro. Mi violador.

Cerré los ojos y contuve el aire, hice esto más de una vez, después de ese horrible 25 de abril ya no fui la misma, todo era gris, los días soleados me recordaban esas torturas que se repetían varias veces a la semana. Respira y calla, esos fueron mis pensamientos durante años, respira y calla.

Nunca pude hablar, las amenazas de ese monstro me cerraban la boca, cada vez que me miraba con esa gélida mirada y su turbia sonrisa, el fingía frente a nuestros conocidos, me agarraba de la cintura como si yo fuera su tesoro, pero en realidad solo estaba enterrando sus sucias garras en la carne de su presa. Miedo.

Miedo es la palabra que se repetía en mi mente, miedo es lo que sintió cada vez que el traspasaba esa puerta y se recostaba encima mío, cada vez que me tocaba y susurraba en mi oído, cada vez que me preguntaba si quería continuar, si deseaba que se metiera en mí. Cada vez que pronuncie esas palabras para complacerlo. Eso es miedo.

Decidí hablar tras 4 años de violaciones y torturas, de humillaciones y desgracias, grave error.

-¡Eres una maldita prostituta! - Me grito mi madre furiosa -Ya sabia que ustedes dos se traían algo pero... Lárgate, ¡Lárgate ahora!

Nadie me apoyo. A mis 15 años de edad quede total y completamente sola, me echaron de la casa apenas con las ropas que tenía ese día, no supe a donde ir, no sabía qué hacer, podría morir, podría acabar con todo esto. ¿Suicidio? Era una buena opción, quizás tirarme en la autopista o morir de hambre, ¿Qué más daba? Igual ya nada importaba, ya estaba vacío, estaba rota de todas formas.

Simplemente llore, llore hasta no sentir ganas de nada, hasta desquiciarme, poco a poco mi cara totalmente neutra se convirtió en una sonrisa, en una carcajada, en una maldita risa desquiciada, lo gracioso era que mire al cielo y si, efectivamente, era un día soleado.

Una sombra se quedó en frente mío, era el, ese desgraciado, ya no me daba miedo, me daba asco, repulsión, enojo, quería asesinarlo y así fue. En un abrir y cerrar de ojos me abalance sobre el haciéndole perder el equilibrio, rápidamente agarre una piedra y la azote en su cabeza, una, dos, tres, diez, quince, no lo sé, simplemente estaba tan desfigurado que no podía reconocer . Al terminar tuve una pequeña sonrisa de satisfacción, y con la ropa llena de sangre caminé hacia un lugar muy específico, mi casa.

Las lagrimas del demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora