Viernes

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Digo que era viernes porque lo fueron a dejar muy tarde. El reloj marcaba más de medianoche cuando el padre de Eli finalmente se levantó de su cómoda silla frente a la tele y subió las escaleras. Cuando bajó de nuevo, vestía de negro. Negro de la cabeza a los pies.

—Pareces un asaltante —dijo la mamá de Eli.

—Me gustaría que alguien asaltara a nuestro gato —murmuró él.

Yo lo ignoré. Pensé que era lo mejor.

Juntos se dirigieron hacia la puerta trasera.

—No prendas la luz de afuera —le advirtió él—. Nunca se sabe quién puede estar observando.

Yo traté de escabullirme al mismo tiempo, pero la madre de Eli me detuvo con el pie.

—Te quedas adentro esta noche —me dijo—. Ya has causado bastantes problemas esta semana.

El reclamo era justo. Y de cualquier manera me enteré de todo más tarde por Bella, Tigre y Pusskins. Todos vinieron a contarme. (Son buenos compañeros.)

Todos vieron al papá de Eli cruzar sigiloso el jardín con su bolsa de plástico que contenía a Thumper (envuelto cuidadosamente en una toalla para mantenerse limpio). Todos lo vieron esforzándose para cruzar a través del hoyo bajo la cerca, y arrastrándose sobre su estómago por el jardín del vecino.

—No podía imaginar lo que él estaba haciendo —dijo Pusskins después.

—Arruinó el agujero de la cerca —se quejó Bella—. Ahora está tan grande que el rottweiler de los Thompson podría pasar por ahí.

—Ese papá de Eli debe tener una pésima visión nocturna —completó Tigre—. Se tardó una eternidad en encontrar la jaula en la oscuridad. —Y abrirla.

—Y meter al pobre viejo Thumper.

—Y ponerlo cuidadosamente en su cama de paja.

—Todo rizadito.

—Con la paja arreglada alrededor de él.

—Así que se veía como si estuviera dormido.

—Era tan realista —dijo Bella—. Me pudo haber engañado. Si alguien hubiera pasado en la oscuridad, de veras habría pensado que el pobre Thumper murió de vejez mientras dormía, feliz y pacíficamente, después de una larga y buena vida.

Todos comenzaron a aullar de risa.

— ¡Shhh! —dije—. Bajen la voz, muchachos. Los van a oír y se supone que no debo estar fuera esta noche. Estoy castigado.

Todos se me quedaron mirando.

—Déjate de cuentos.

— Castigado?

— ¿Por qué?

—Asesinato —dije—. Por cunicidio a sangre fría. Y nos volvimos a desatar de risa. Aullamos y maullamos. Lo último que oí, antes de irnos en grupo por el paseo Beechcroft, fue que se abría una ventana de las recámaras y el papá de Eli gritaba:

— ¿Cómo hiciste para salir, tú, bestia mañosa?

Entonces, ¿qué va a hacer'? ¿Poner clavos y atorar la salida para gatos?


El diario de un gato asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora