Lunes

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Esta bien, está bien. Cuélguenme. Maté al pájaro. Por todos los cielos, soy un gato. Mi trabajo, prácticamente, es andar sigiloso por el jardín tras los dulces pajaritos de antojo que apenas pueden volar de un seto a otro. 

Entonces, ¿Qué se supone que debo hacer cuando una de esas pelotitas emplumadas revoloteantes casi se arroja a mi boca? O sea, de hecho aterrizó en mis garras. 

Me pudo haber golpeado.

 Está bien, está bien. Le di un zarpazo. ¿Es ésa una razón para que Eli llorara tan copiosamente sobre mi pelaje, y me apretara tan fuerte que casi me asfixia? 

— ¡Ay, Tufy! —dijo ella, toda sollozos, ojos enrojecidos y montones de pañuelos mojados—. ¡Ay, Tufy!, ¿Cómo pudiste hacer eso?

 ¿Cómo pude hacer eso? Soy un gato.

 Cómo iba a saber que se haría tanto lío: la madre de Eli corriendo apurada por periódicos viejos, y el padre de Eli llenando una cubeta con agua jabonosa. Bueno, bueno. Tal vez no debí arrastrarlo adentro y dejarlo en la alfombra. Y es probable que las manchas no se quiten nunca.

 Así que: cuélguenme. 

El diario de un gato asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora