Estaba nerviosa, no podía creer que, en tan sólo dos horas, estaría trabajando en mi consultorio, con mis cosas, mis pacientes.
Traté de relajarme, decirme a mi misma:
-Catrina, todo estará bien, te irá genial. Sin nervios, sin nervios si nervios.-
Pensar que era mi sueño, desde los diez años, ser psicóloga. Hablando de eso, ya casi estaba por llegar a mi divino consultorio.
Estaba nerviosa, no sólo por miedo a equivocarme, o por las ansias que tenía de llegar y verme a mí atendiendo gente, ayudándolas con todo lo mío, con todas mis ganas. Sino por conocer gente nueva, cosas nuevas; y porque fue nuestro sueño.
Si, lo dije en plural; mi madre estaba emocianada y deseaba mucho que yo tuviera una carrera. Cuando le conté mi idea de ser psicóloga, a los diez años, se emociono tanto que contactó a todos sus amigos solo para decirles:
-¡Mi hija será psicóloga!
No entendía bien por qué se había emocionado tanto. Era una carrera normal, supuse que tenía que estudiar bastante e independizarme en cuanto a los estudios y eso...
Y ahí me encontraba, parada en frente de mi consultorio. MI CONSULTORIO.
Aggggh, que bien se sentía decirlo; MÍO MÍO MÍO.
Ya, tomé valor y decidí entrar.
Allí me encontraba, con 20 años, por entrar a mi consultorio. Bien, Bien.
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Terminé enamorada.
RomanceCatrina Watson había terminado de estudiar ese mismo año, pronto se encontraba trabajando en un consultorio, un consultorio bastante amplio y acogedor. En la puerta de su consultorio se hallaba escrito en una placa de bronce y en letras muy resaltan...