Lucía Galán una mujer madura. Es una prestigiosa Psicóloga. Mujer de ojos brujos con una cabellera roja envidiable. Una piel blanca y tierna cómo la porcelana. Ni hablar de su cuerpo esculpido por los dioses.
Joaquín Cuervo es uno de sus muchos pacientes. Un hombre sumamente guapo y elegante. Sus ojos obscuros y con una mirada muy profunda. Joaquín no tiene un problema grave cómo para andar visitando al Psicólogo, sin embargo él se considera enfermo.
Además le gusta ver a su Doctora Lucía tres veces a la semana por una hora y media de consulta. Para el ver a esa mujer tan seria de carácter que mantenía su profesionalismo le excitaba de alguna manera.
Joaquín sabía que eso era algo prohibido y que de ahí no iba a pasar nada. Todo se quedaría en su mente aunque eso se creía él.
Hoy era la última consulta de la semana y eso para Joaquín era algo torturante porque hasta la próxima semana no la volvería a ver. Tenía que esperarse tres días más para volver a ver a esa mujer que lo traía delirando.
Se dió un baño y sé preparó muy guapo cómo siempre hacía cada vez que iba a consulta. Llegó hasta la oficina médica y se quedó sentado esperando a que le llamara. Pasaron algunos diez minutos hasta que escuchó su nombre.
— Joaquín Cuervo— adelante.
La mujer se retiró un poco de la puerta para que su paciente entrara. Ambos se acomodaron en sus respectivos asientos. Lucía ese día vestía una camisa color rojo de botones los cuáles los primeros dos quedaron sin abrochar lo cuál para Joaquín le torturaba ya que la tenía de frente. Tenía una falda color negra y muy ajustada a su cuerpo lo cuál hacía que él fantaseara con esa figura de Lucía y por último unos tacones rojos bastante altos. Su maquillaje era sencillo, pero esos labios los tenía más rojos que el carmesí. Se veía jodidamente hermosa y en lo sexual muy apetecible.
Joaquín desde que entró a la oficina no le quitó los ojos de encima. Al tomar asiento comenzó a tener pensamientos muy prohibidos mientras ella le preguntaba que cómo estaba. Se imaginaba a su Doctora encima de aquel escritorio y el degustando de su zona más íntima mientras ella jadeaba y pedía más.
— Joaquín! Señor Joaquín! Usted no me está prestando atención. Está usted bien? O Prefiere que suspendamos la consulta— dijo Lucía uñen un tono de pocos amigos.
— No, No discúlpeme doctora. Es.. Es que mi mente estaba, estaba..— hace una pausa— Es que ando un poco distraído— dijo el sin saber cuál otra excusa dar.
— Y cuéntenme que es eso que lo tiene tan distraído— dijo Lucía con su libreta de apuntes haciendo varias notas.
—Es que.. No nada en realidad.— dijo muy inseguro.
—Joaquín uno no anda por la vida distraído por nada. Así que dígame?— le dijo ella mirándolo a los ojos.
—No doctora, prefiero guardármelo.— dijo mirando a otro lado.
— Usted sabe muy bien que para eso son estas terapias, justamente para que saque todo aquello que lo anda distrayendo. Porque no puede contarme?— le dijo Lucía mientras hacía mas notas.
—Es que usted se asustaría de eso que me tiene tan distraído.
Ella no sabía que desde que él entró por esa puerta andaba imaginándose como arrancarle esa ropa. Cómo tocaría esos pechos abultados con esa camisa. En realidad él se estaba volviendo loco. Llevaba seis meses de ir a consulta con ella y exactamente eso llevaba volviéndose loco. Desde el primer día que la vio todo su mundo cambió totalmente.