Introducción

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El mundo está dividido en categorías paradigmáticas, excluyentes. Progresistas y conservadores, religiosos y ateos, ricos y pobres, hombres y mujeres. Todo es consecuencia de nuestra imperiosa necesidad de enfrentarnos unos a otros, chocar y crear conflictos. Buenas y malas, esa fue mi manera de ver a las personas, por cómo yo lo había experimentado en mi infancia. Ángeles o demonios, esas eran las personas que me rodeaban.

O así lo creía yo, hasta que una realidad más abrumadora empezó a asediarme cuando empecé a vivir entre la gente, lejos de mi jaula: la luz tiene muchos colores, y muchos de ellos se pueden combinar. No todo es blanco o negro.

Los buenos actos no brillan porque existan actos malvados, tendrían el mismo valor aunque todos fuésemos buenos. La buena voluntad se aprecia porque satisface a uno mismo y a los demás, y las crueldades no son roles que haya que desempeñar en la sociedad. Me empeñé en que Dios me había obligado a jugar un papel que yo misma me inventé, y le hice daño a las personas que me apreciaban. Y ahora las he perdido.

Qué equivocada he estado.

El universo no es binario, estamos marcados por una gama infinita de posibilidades, tantas como personas que viven en el planeta. Hay una selección de matices que, aunque no siempre se ven, existen y no podemos ignorarlos. Y esto solo pude aprenderlo a base de vivir, más allá de todo lo que me podrían haber enseñado en Puentes de Cristal.

Luces de esperanza (LJI, #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora