Han pasado dos días desde que JC llamó y nadie ha venido a sacarme de aquí, sigo atrapada con Maxence en casa. Y si tan solo fuera convivir con él, podría sobrellevarlo, pero también es cumplir con mis funciones de esposa, y eso no lo soporto.
—Buenos días, cielo.
Entra en la cocina y me abraza por detrás mientras preparo el desayuno, dejando un beso en mi nuca que me produce escalofríos. Me hace recordar lo que ocurrió ayer por la noche, y no tengo más opción que aguantar el llanto.
—Buenos días.
—Ayer al fin nos reconciliamos... llevábamos mucho tiempo enfadados, ¿no te parece?
Siento sus manos bajar por toda mi cintura hasta las caderas, y después hasta el interior de mis muslos. Aprieto los labios, inmóvil y aterrorizada. Con lentitud me arrastra unos milímetros para que mi espalda choque con su pecho y su entrepierna con mi trasero. Una lágrima se escurre por mi mejilla y me la limpio con rapidez.
Se me ha cortado la respiración.
Por suerte, se contenta con manosearme unos segundos más, y luego se aleja. Una bocanada de aire se escapa de mis labios.
—Me voy a trabajar —dice cuando termina de desayunar—, no voy a estar para comer, lo siento, la oficina está hasta arriba.
—De acuerdo.
Cuando la puerta se cierra, no reprimo el llanto. Me siento en la mesa y agacho la cabeza, ocultándola entre mis brazos.
Después de media hora llaman a la puerta, así que me sereno y me miro en el espejo antes de abrir, intentando que no se me note que estoy destrozada. Las heridas físicas ya no se notan en mi cara, pero las emocionales las puede ver cualquiera que me mire a los ojos.
Abro la puerta y me quedo congelada cuando delante de mí está JC. Jean-Claude Moreau. En la puerta. Como prometió.
—¿Está Maxence? —Es lo primero que dice, serio y con los ojos inspeccionando lo que hay detrás de mí.
Niego con la cabeza y le dejo pasar.
—Has venido...
Frunce el ceño ante mi comentario y me mira.
—Tenía que venir.
—Si nunca hemos sido amigos...
—Ya lo sé. —Se detiene unos instantes, pero no tarda en continuar—. Colette, te conozco desde siempre y nunca te había oído hablar como el otro día, cuando te llamé. Cualquiera se habría preocupado.
Echa un rápido vistazo a mi cara y luego a la casa. Vagabundea por la cocina y por el salón, sin subir al piso de arriba. Yo me quedo estática, todavía no puedo creerme que haya venido, que vaya a ayudarme el que me hacía llorar antes de Maxence.
—Te pega, ¿verdad?
Ni siquiera lo ha dudado, no me ha preguntado nada, solo lo afirma. Con los brazos cruzados sobre su pecho, me observa exigiendo una respuesta.
Asiento con la cabeza, desviando la mirada. No tiene sentido mentirle si he sido yo la que le ha pedido ayuda.
—No te mereces eso, de verdad que no. —No respondo, pero él no tarda en hablar de nuevo, apartando sus ojos de mí—. ¿Dónde está tu habitación?
Lo guío, sin saber muy bien qué quiere hacer.
Estudia durante unos segundos la habitación donde duermo con mi marido y después se rasca un casi imperceptible rastro de barba.
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Luces de esperanza (LJI, #2)
Ficción histórica«Son nuestras decisiones las que definen nuestra libertad» Lejos del reformatorio todo se vuelve oscuro para Célestine. Se siente sola entre los bellos edificios parisinos, sin ninguno de los conocidos con los que ha crecido. Enmendar todos sus erro...