Capítulo 8. Célestine François.

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Volver al trabajo es una pesadilla, sobre todo los domingos. En ocasiones regulares, no trabajamos, pero en la Maison durante esta época de pretemporada todos hacen horas extra. Y si normalmente Yves y yo no hablamos, esa mañana es terrible y agónica porque no dejo de mirarlo de reojo, incapaz de ignorar lo que sé sobre él.

Le gustan los hombres, le gustan los hombres como a las mujeres, como a mí. Le gusta JC. No puedo fingir que no lo sé.

En este momento estoy sola, él ha salido sin dar explicaciones, tampoco se las he pedido, estoy muy incómoda. Me levanto para colocar los archivadores en sus estanterías correspondientes, reorganizo todo el mueble para hacer algo y no pensar más en eso, aunque no soy capaz de quitármelo de la cabeza.

La puerta se abre y Sylvia me mira con una sonrisa de las suyas, risueña y alegre.

—No sé qué clase de amigos tienes, pero tienes que presentarme a alguno. Hay un chico preguntando por ti en la entrada, y no es el rubio del otro día, pero también me encantaría tener sus datos de contacto.

Suelto una risa y salgo detrás de ella. Sé que no es demasiada sorpresa ver a JC allí, pues no conozco a más varones, pero la sangre se me detiene en el sistema circulatorio. Su presencia quita el aliento a cualquiera. Sigo pensando en lo que pasó el otro día.

—¿Otro novio tuyo?

Viendo cómo se le cae la baba al intentar quitarle la camisa a JC con los ojos, decido asentir.

—Sí, el rubio para los días pares y el moreno para los impares.

Esa respuesta la ruboriza y me mira sorprendida. Está claro que no es lo común que una chica haga humor con su dignidad y su moralidad. Sylvia me recuerda a Colette, en cierta medida.

Colette.

Un problema en el que ahora mismo no quiero pensar porque no sé cómo solucionarlo. Tenía cinco días de margen para ver cómo encontrarla, y mañana a primera hora cogeré un tren a Toulouse y no podré verla. Incluso le he pedido al fotógrafo retrasar la cita un par de días para darme margen, pues tendré que viajar en tren todo el lunes y parte del martes, pero ni así pude.

Me acerco a él, que aprieta los labios al verme, frunciendo el ceño. Sinceramente, que no hubiera preguntado por mí si no quería verme.

—¿Qué haces aquí?

—Tengo que hablar contigo. Me dijiste que Colette necesitaba ayuda.

No respondo, dándole la oportunidad de explicarse. Una parte de mí desea que haya hablado con ella de alguna manera, aguanto la esperanza para mis adentros.

—La llamé ayer y voy a ir a Toulouse. Estoy seguro de que pasa algo con Maxence.

Me pongo en lo peor, palidezco. Me llevo una mano a la frente y la otra a la cintura, inevitablemente culpándome de todo. Si no la hubiera dejado sola, tendría una amiga a la que haberle contado sus problemas conyugales. Yo podría haberla ayudado, pero la dejé tirada.

—Te lo decía para que no te preocuparas, ya iré yo...

—Yo mañana cojo un tren para ir allí, por trabajo. Si quieres, podemos ir juntos.

La proposición no le hace demasiada gracia. Sé que no es la mejor idea, pero necesito ver a Colette. De verdad que lo necesito, tengo que pedirle perdón aunque me cueste la vida.

—Mi jefe me paga el viaje, puedo intentar que...

—Tengo dinero, no es eso. —Hace una pausa, desviando la mirada y chasqueando la lengua, molesto. Acaba suspirando—. Bueno, no voy a poder soportar a Colette yo solo, será mejor que lo hagas tú.

Luces de esperanza (LJI, #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora