Lo que jamás espere de ti.

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Lo que jamás espere de ti.

“Tendré que soportar dos o tres orugas si quiero conocer a las mariposas”

Antoine de Saint-Exupéry

 El Principito.

Una carreta vieja y desgastada conducida por una mujer se posiciono frente a todos ellos. Era una mujer de gesto adusto y sinceramente a Sarah con tan solo verla ya le aterraba. Deseo por un doloroso momento que no fuera la Señora Macready pero para su suerte las esperanzas que tenia fueron arrojadas al vacío cuando el chico de ojos azules y cabello rubio pregunto.

-¿Usted es la Señora Macready?- Pregunto aquel joven con nerviosismo pero manteniéndose fuerte. Tal vez porque no quería parecer miedoso frente aquellos niños que Sarah dedujo que serían sus hermanos.

-Lamentablemente si…Bien supongo que ustedes son los Pevensie ¿Dónde está la niña?- Pregunto con gesto severo. Haciendo que Sarah diese un paso atrás. Quería ocultarse. No le gustaba la idea de mudarse con gente que no conocía. Todos se miraron confundidos. Trato de ocultarse abajo de una de las sillas.

-Disculpe Señora Macready ¿Pero a que niña se refiere? ¿A Lucy?- Pregunto aquel chico rubio tomando a su hermana de la mano y mostrándosela a la Señora Macready.

-No… ¿Acaso no vino otra niña que no fuese alguna de ustedes dos?- Señalo a las dos hermanas que se encontraban ahí.- Creo que se llamaba Sarah Saint-Clore.-De repente se cayó y apunto con su dedo índice donde Sarah se encontraba.- Vaya niña que bien te escondes ¡Ven para acá en este momento! ¡El profesor quiere verte urgentemente!

Con pasos temblorosos Sarah se dirigió hasta aquella mujer que ya se había bajado de la carreta y la apuntaba furiosa. Cuando llego hasta ella, la señora Macready la tomo de los hombros fundiéndole sus dedos con fuerza haciendo que Sarah chillara de dolor. Unas risitas se escucharon a sus espaldas. La atrajo hacia ella y se puso de su misma estatura encorvándose. La soltó de los hombros y la apunto de nuevo con su dedo índice.

-¡Niña, que sea la última vez que pasa esto! ¡No sabes lo que el profesor se ha preocupado por tu ausencia! ¡Sarah Saint-Clore!

-Es Sarah Saint-Clair…-Susurro con un hilo de voz pero lo suficientemente fuerte para que todos la escucharan…

-Bien Saint-Clair hazme el favor de subirte ahora mismo.- De repente apunto a los demás que estaban a sus espaldas.- ¡Ustedes también!

El viaje fue silencioso e incómodo. Solo se escuchaban algunas quejas o gruñidos de la Sra. Macready. Llegaron a una gran mansión victoriana y después del tour por la casa impartido por la Sra. Macready además de algunos regaños y amenazas todos se encontraban descansando en sus habitaciones. Sarah doblaba su ropa con parsimonia cuando su puerta fue abierta de repente haciendo que Sarah pegara un pequeño salto.

-Soy solo yo…Sarah, tranquila….-El niño que la había ayudado en el tren había entrado a su habitación- Pero que esperar…si eres una miedosa. ¡Miedosa! Y además tonta…La razón que estamos aquí es buena ¿Y tú piensas escapar? déjame reírme… Pero sobre todo fea.-La señalo con su dedo índice de pies a cabeza con gesto burlón. Ante aquellas palabras los ojos de Sarah le picaban amenazando con soltar las lágrimas que tenía contenidas de una buena vez.

-¿Q-Quien e-eres?...-Susurro con un hilo de voz haciendo que una lagrima se le escapara y se resbalara por su mejilla sonrosada. Rápidamente se la limpio con su puño. El niño sonrió con altanería.

-Soy Edmund Pevensie…Llorona…- Y de repente sintió como sus brazos la tomaban. Ella lo abrazo también pensando que él le pedía perdón. Pero sintió como fue soltada haciendo que cayera de bruces al frio suelo.

-Patética…-La señalo de pies a cabeza. Y se fue de ahí…

Sarah sintió como sus lágrimas caían lenta y dolorosamente para después no poderlas parar. Lo odiaba…pensó que sería diferente. Pero esa no era la única vez que Sarah conocía personas como él.

Porque en ese momento se prometió que haría sufrir a Edmund Pevensie de la mejor manera posible.

Ah, pero no era la única que se sentía así. Su agresor la miraba desde lo más lejos. Había visto algo en aquellos ojos azules. Una chispa de esperanza. Diciéndole que todo estaría bien. Haciéndole sentir cómodo. Pero no podía darse el lujo de tratarla bien. Desde ese momento “La odiaba”

Y se preguntaran porque entre comillas.

Ah, porque queridos amigos el pequeño Edmund había experimentado lo que era el amor a primera vista.

Las Crónicas De Narnia: El León, la Bruja, El Ropero y la NiñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora