Delicias turcas

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Delicias turcas.

Los oscuros ojos de la bruja la miraban interrogadores y confusos cuando entro por aquella puerta. Pero Sarah también pudo notar un pequeño atisbo de terror en aquellos oscuros ojos.

-Así que esta es la chica ¿No?- Dijo la bruja bajándose de su trono para dirigirse a Sarah. Tenía de un lado a Edmund y este solo asintió.

-Sarah Saint-Clair su Majestad.- Sarah se armó de valor para hablar y dio gracias al cielo que su voz no temblara ningún momento.

-¡¿Saint-Clair?!-Grito haciendo que Sarah asintiera nerviosa. La bruja le dio una sonrisa venenosa para después posar aquella vara que traía en la mano en el mentón de la pequeña.- Veo que tienes valor Sarah. La única humana que lo muestra.

Sarah solo pudo hacer una mueca. En realidad a ella también le había sorprendido la manera que había hablado.

-Y dime Sarah...¿Es cierto que viene Aslan?- Le pregunto interrogándola.

-N-no lo sé...Su Majestad...S-solo escuche sobre una profecía- Le dijo con nerviosismo

-¡¿Cuál profecía niña?!- Grito a lo que Sarah tembló de pavor.

-S-sobre Cair Paravel...Decía sobre los huesos de Adán...- Sinceramente no se acordaba de nada. Era como si tuviera memoria de corto plazo

- Cuando el hijo de Adán en carne y hueso, en el trono de Cair Paravel esté sentado, los malos tiempos habrán acabado- Recito la bruja con asco y la miro. Una tos las interrumpió, era Edmund.

-Disculpe...Podría darme más Delicias Turcas...-Le pidió Edmund a la bruja a lo que esta solo mostro una sonrisa venenosa.

-Claro...-Susurro con su sorna y acto seguido hizo que su sirviente viniera con ella.-Por favor tráele Delicias turcas a el príncipe...

Edmund sonrió agradecido y orgulloso, el enano salió corriendo hacia un lugar... Volvió con dos bandejas de metal. Las dos contenían un vaso de metal y pan. Ninguna delicia turca se veía por aquí...ni por allá... Les arrojo las bandejas como animales para después sonreír venenosamente.

-Delicias turcas para el principito... ¡Ja!-soltó una risa carente de humor y después miro a Sarah.- Y para la princesita también...

Edmund se sentía humillado, estúpido y patético. Sarah tenía unas inmensas ganas de pegarle una merecida cachetada. ¿Enserio había pensado que la Bruja le daría delicias turcas?¿pensó que lo haría principe?Primero yo me convertiría en hielo puro. Pensó la pequeña Sarah. Aunque sus probabilidades de convertirse en hielo puro se resumían a un 80%, igual que sus probabilidades de muerte. Aquello le aterraba pero no podía sacarse las ideas de la cabeza.

Un enano vino con la Reina a informarle que el trineo ya estaba listo. La bruja se levantó y les ordeno con gesto furioso que la siguieran.

Nuevamente nevaba cuando llegaron al patio, pero ella, sin fijarse siquiera, indicó a los dos que se sentaran a su lado en el trineo. Antes de partir, llamó a Fenris Ulf, quien acudió dando saltos como un perro y se detuvo junto al trineo.

-¡Tú! Reúne a tus lobos más rápidos y anda de inmediato hasta la casa del Castor -dijo la Bruja-. Mata a quien encuentres allí. Si ellos se han ido, vayan a toda velocidad a la Mesa de Piedra, pero no deben ser vistos. Espérenme allí, escondidos. Mientras tanto yo debo ir muchas millas hacia el oeste antes de encontrar un paso para cruzar el río. Pueden alcanzar a estos humanos antes de que lleguen a la Mesa de Piedra. ¡Ya saben qué hacer con ellos si los encuentran!

Las Crónicas De Narnia: El León, la Bruja, El Ropero y la NiñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora