LO QUE LA NIEBLA ESCONDE

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Mis hijos lo son todo para mí. Mi pequeña y mi pequeño. Patricia y Peter. Mis vidas enteras. Desde que los tenía en mi vientre hasta que finalmente pude mecerlos entre mis brazos. Mi matrimonio era un juego de puñaladas traperas de dos antiguos amantes que ahora eran almas guerreras. Cuántos fuegos amigos pude haber recibido, cuántas falsas banderas haber quemado. Aquel que debía protegerme me había abandonado. Pero deposité mi confianza y mi amor en mis hijos. Al fin y al cabo, ellos eran el pegamento que unía a este juego psicótico socialmente aceptado.

 Al fin y al cabo, ellos eran el pegamento que unía a este juego psicótico socialmente aceptado

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La ciudad apestaba. Siempre. Pero teníamos un refugio a las afueras. Una pequeña casa de campo. Íbamos allí siempre que podíamos. Cuando mi salud mental empeoró todavía más tras jugar un día con el tablero ouija a escondidas en una sesión de espiritismo improvisada, mi marido decidió que era bueno para mí y para los niños irnos allí una temporada. Sino unas semanas, unos meses largos. Él tendría que ir y volver por el trabajo, pero lo que pudiese teletrabajar o de lo que pudiese escaquearse, me aseguró que estaríamos juntos. Me sorprendió ese giro en nuestra relación. Pasó de atacarme a defenderme cuando se enteró de mis visitas a psiquiatría, así como de mis intentos de suicidio, abortados en el último momento siempre por Patricia especialmente.

 Pasó de atacarme a defenderme cuando se enteró de mis visitas a psiquiatría, así como de mis intentos de suicidio, abortados en el último momento siempre por Patricia especialmente

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La casa de campo de dos pisos era tan lejana y tan maravillosa como la recordaba. Dicen que la cara es el espejo del alma, que un hogar es el reflejo de la cabeza de quién vive en él. Y ese hogar era mi reflejo. Supongo que era por mi ansia de alejarme de todo, de aislarme, de hacerme una con la naturaleza y olvidar las ataduras que tanto daño me hacían. Los tres caballos aún estaban en el establo contiguo, tan fuertes y robustos cómo los había visto hacía un año. Cuando nos vieron llegar, rechinaron cómo locos de la alegría por vernos, poniéndose a dos patas incluso. Mi marido tuvo que chascar la lengua y calmarlos. La verdad sea dicha, cada vez que chascaba la lengua conseguía su silencio absoluto y 'ya no había caballos'.

En la intimidad, mi marido estaba cercano pero distante al mismo tiempo. No parecía el mismo de siempre. No me tocaba apenas, no me hacía el amor desde el nacimiento de Peter. Sabía que estaba viendo a alguien. Pero siempre algo me impedía gritar, me impedía chillar y estallar contra él. Como en ese momento. Nuestra relación tenía una cuenta atrás, pero en esos instantes me ayudaba. Sólo por eso, mantuve mi compostura.

Black Lines (2020) - LAO #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora