El desierto que conozco

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¿Qué ocurrió?

En este lugar antes conocido como "mundo", "tierra" o "planeta azul", no es más que un recuerdo que se cuenta, ahora no quedan demasiadas personas.

¿Quieres un número? Ah, eso no es posible porque a nadie le importa contarlas.

¿Mujeres?, el gobierno las conserva a todas, guardándolas y protegiéndolas para que la humanidad vuelva, no quedan más que unas cien.

Quizá sean menos, no lo dicen por el miedo que podrían ocasionar.

Trata de sobrevivir, te reto.

Los alimentos se consiguen de la manera que puedas, algunos volvieron a aquellas épocas antiguas

Nadie sabe bien como continuará esta pesadilla...

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Después de mucho tiempo

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Después de mucho tiempo

Desperté como siempre lo hacía, eso es lo único que puedo hacer ahora, continuar con la vida. Es lo único que todos podemos hacer ahora. Con el simple hecho de no salir de nuestros refugios por unas horas no seríamos capaces de volver a abrir los ojos de nuevo. Nuestra habitación está a oscuras, colocamos mantas en las ventanas para poder estarlo; todos los cristales ya habían sido quebrados antes de que llegáramos.

Miré alrededor del pequeño cuarto de cuatro paredes, notando que todos siguen durmiendo, en este momento somos unos quince; me senté sobre las mantas y, aún en oscuridad, acomodé mis cosas en la mochila que uso.

Siempre soy la primera en levantarme, a mis diecisiete años me he convertido en lo más cercano a lo que antes era conocido como "madre", y eso me gustaba. Sonreí dándome sólo un segundo para admirarlos descansar.

Me levanté para caminar hacia una de las ventanas, esquivando a varias personas que estaban en el suelo, aún no quería despertarlos, no de esa forma. Tomé la sábana negra con mis manos y di un tirón, de inmediato la luz entró ocupando todo el espacio, vino acompañada de un calor abrazador que hizo que la mayoría abrieran los ojos y se incorporaran, algunos veteranos se cubrieron con las mantas, pero el calor impidió que estuvieran mucho tiempo así.

Mi nombre es Pafed, y como ya he dicho soy lo más parecido a lo que antes era conocido como "madre" para estos niños; me senté en el borde de la ventana, ya que esta no se encontraba a gran altura del suelo, esperando pacientemente a que todos se levantaran para que prestaran atención a lo que iba a decirles.

–¡Buenos días! –dije una vez que todos estaban más o menos despiertos. Nadie me contestó–. Dije: ¡Buenos días! –repetí.

–¡Buenos días! –contestaron cansados. Los entendía, pero debía enseñarles a ser fuertes.

–Bien –también debía comportarme correctamente y enseñarles algunas cosas que no tuvieran que ver solamente en cómo luchar y defenderse. Todos los presentes tenían un rango de edad entre tres y doce años. Los mayores no se encontraban, ellos tenían más o menos mi edad y se encargaban de otros trabajos–. Los que acaban de pasar la noche aquí serán los primeros en cambiarse y me acompañarán, así que por favor dense prisa; los demás preparen todo para que esté listo cuando vuelva, y no quiero que me vengan con pleitos o gritos. ¡Hablo en serio!, vamos apresúrense.

Todos se levantaron acomodando las mantas del suelo, hasta que en el piso quedó un espacio vacío; me alejé de la ventana. Tomé la insignia que Gobierno me había regalado para que las personas supieran que era una mujer menor de edad, me la coloqué sobre lo más parecido a una capa que podía permitirme, por varios lados se encontraba bastante raída.

Me prendí la insignia en el lado izquierdo de la ropa, debía estar siempre visible para que nada fuera de lugar me ocurriera mientras anduviera por las calles.

Revisé por última vez las cosas dentro de mi mochila, algo de dinero, una insignia de repuesto, una botella vacía y una pequeña navaja envuelta (estaba prohibido portar cualquier tipo de arma en la ciudad); me la colgué al hombro.

Miré a los chicos que estaban detrás de mí, me observaban con temor.

–¿Están listos, pequeños?–. Ellos asintieron. Eran cinco, tendrían entre seis y diez años; el día anterior los habíamos recibido en nuestra pequeña habitación, los mayores los trajeron desde lo profundo del desierto. Esperaban mis órdenes–. Bien, entonces, salgamos a conseguir un poco de comida.

Los conduje hasta la puerta, aunque podíamos salir cómodamente por la ventana más grande, no quería ese desorden. Corrí el pequeño seguro, al abrir la puerta sentí el calor tan agobiante que desde hace diez años caracterizaba al mundo entero; al igual que la falta de mujeres.

La arena cubría absolutamente todo el suelo, pero esta no era la misma que adornaba los antiguos mares o las que encontrabas en los desiertos, sino que era parecida a pequeños diamantes, igual de puntiagudos, brillaban mucho más que la arena y eran blancos, tenían el mismo tamaño y cubren 3 metros cavaras donde cavaras, después se encontraba la arena de siempre.

El cielo azul y brillante hacía que la arena resplandeciera tan hermosa; las capuchas que traíamos no eran suficientes para evitar el calor, pero no retrocedimos.

Nos dirigimos hacia el centro de la ciudad, ahí debido a que yo era una fémina nos brindarían alimentos extras a lo recibido por ser un niño menor de trece. Luego de esta edad Gobierno decía que tenías la edad suficiente para valerte por ti mismo.

Veo hombres adultos por todos lados, algunos me miran mal, otros con ojos brillantes y dilatados. Otros se me acercan para tocarme las manos, las que tengo ocupadas para sostener a los niños más pequeños, no se sobrepasan, simplemente me muestran sus respetos por ser de diferente sexo.

Saben que no deben molestarme o hacerme daño, pues Gobierno tiene sus ojos en mí, esperando mi mayoría de edad para llevarme a ese ostentoso palacio donde ellos podrán darme los mejores "cuidados". Ninguna de las chicas que conocía luego de haber entrado ahí había regresado o siquiera salido de ahí.

Yo nací en la calle y en la calle me quedaría, hasta mi muerte, con mis niños; los chicos mayores y yo teníamos el plan de escapar cuando viéramos la fecha de mi cumpleaños acercarse... sólo nosotros podíamos cuidarnos. Eran mi responsabilidad.

Tomamos la oferta de comida que daban a diario (la repartían así para evitar que las personas vendieran o intercambiaran su propia comida por otras sustancias dañinas, no servía de mucho); también tomamos la que pertenecía a los niños que se quedaron en la casa, todos saben que eran mi ocupación. Ellos sabían que los veo como mis hermanos, o como mis hijos.

Regresamos cargados de pocas cosas, a pesar de que en total tenía la ración de alrededor de diez personas. No alcanzaría para que estuvieran satisfechos todo el día. Nunca alcazaba.

Íbamos llegando a casa, cuando a lo lejos pude verlos, iban con las cabezas en alto y ocultos con del sol gracias a sus ropas rotas, tendría que hacer algo pronto con esa ropa. Traían mochilas en la espalda y primitivas lanzas en las manos, absolutamente todos eran adolescentes, obligados a aparentar ser hombres en el desierto.

Solté un suspiro y sonreí, sin poder evitarlo mis ojos se humedecieron, justo hoy estaba muy sensible. No corrí hacia ellos de puro milagro, los conté desde la distancia, estaban todos.

Así que me apresuré para entrar a la casa a preparar el desayuno, ellos debían comer para luego descansar y tener fuerzas para partir durante la noche, para tener una mejor caza que la de hoy. Se los decía a diario, estaba orgullosa de ellos, pero siempre debían esforzarse al máximo.

Está era nuestra vida y no me apartaría de ella por un puesto en el palacio de Gobierno.

FIN

Colección de historias cortas [One-shots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora