20. PABLO

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Sintió el beso en el hombro, la textura húmeda de los labios que fueron subiendo a través de su cuello hasta el lóbulo de la oreja. Luego, rozándolo apenas, fue desplazándose lentamente hasta alcanzar su boca. Pablo mordió suavemente los labios de la chica, que estaba tumbada sobre él, mientras esta le acariciaba las mejillas y lo besaba con dulzura.

Con ambas manos, Pablo desabrochó el sujetador; ella seguía besándole y luego se incorporó, separándose de él. Lo miró durante unos segundos con una sonrisa sensual, mientras se deshacía pausadamente de los tirantes de la prenda y liberaba al fin sus pechos, que Pablo observó con creciente excitación. Él se incorporó también para besarlos, y de este modo su lengua inició el recorrido a través de la cálida piel de la chica en busca del tacto de sus pezones, mientras esta ahogaba un gemido de placer. Allí se recreó Pablo, y ella, sentada sobre él, se dejó llevar por el placer, disfrutando del roce, acariciándose el cuello y el cabello con los ojos cerrados. Mientras tanto, Pablo notó cómo otras manos presionaban de pronto su espalda, acariciándolo y abrazándolo desde detrás. Mientras él seguía con su labor, besando y jugueteando con los pechos de la chica, Pablo notó la respiración detrás de su nuca, seguida por el leve mordisco en el cuello y el tacto de la barba del chico que se hallaba justo detrás de él. Pablo se volvió entonces y lo miró a los ojos: aquel tío rubio de facciones perfectas, su rostro de aspecto nórdico, lo observaba con el deseo grabado a fuego en aquella mirada de azul pálido. Sus labios entreabiertos eran carnosos y, delimitados por aquella fina barba de color rubio, invitaban al beso. Pablo se dejó finalmente llevar por el impulso, hipnotizado por aquella mirada penetrante, fundiéndose por fin con aquella boca masculina mientras la chica se lanzaba también a besar su mejilla.

Pablo despertó entonces, sobresaltado. Durante aquel momento de desconcierto apenas supo dónde se encontraba, aunque fue tan solo cuestión de unos segundos, pues pronto se dio cuenta de que a su alrededor lo rodeaba la oscura soledad de su propia habitación. Tenía el pulso acelerado y sentía una profunda excitación sexual; no en vano, notaba claramente la erección de su miembro y la humedad que se había adueñado de su ropa interior. De pronto le vinieron a la cabeza las recientes imágenes que había compuesto su subconsciente y cayó en la cuenta de que acababa de tener un sueño erótico. Desde luego no había sido uno cualquiera; aunque los recuerdos eran confusos, la imagen fugaz de aquella chica, a la que no conocía de nada, y también el rostro de aquel chico rubio de ojos azules, cuyo contacto sexual, aunque onírico, tanto le había perturbado, se alternaron en su cabeza como una repetitiva sucesión de fotogramas.

Dios, ¿tanto le había afectado aquella maldita película porno que le había tomado prestada a Álex hacía unos días? Se recordó a sí mismo que, aquella noche, su bajo estado de ánimo y cierta curiosidad morbosa habían sido los factores que le habían llevado a reproducir aquel DVD en la intimidad de su habitación, y aunque en un primer momento había sentido cierta excitación por estar adentrándose en territorio desconocido, lo cierto es que en cuanto la película porno pasó de los títulos de crédito, Pablo apenas pudo excitarse al contemplar a aquellos chicos liarse entre ellos con aquel argumento de lo más absurdo y peregrino. Puede que se debiera a que durante el visionado de la cinta él estuviera bastante nervioso, preguntándose una y otra vez qué estaba haciendo exactamente con su vida. Se sentía extraño; nunca había hecho algo así, jamás había experimentado curiosidad acerca de otra sexualidad que no fuera la suya propia, la que él conocía tan bien. ¿Por qué hacerlo ahora? ¿Tanto le había afectado la súbita ruptura con Isa que de pronto se había vuelto maricón? No, se dijo, enfadándose consigo mismo, no quería pensar en aquellos términos tan homófobos. Sabía sin embargo que no era gay, eso lo tenía muy claro, aunque también es cierto que a medida que los actores de la película comenzaban a entrar en materia, Pablo fue dejándose llevar por la fantasía expuesta en aquella película de trama inexistente; el ritmo marcado por los gemidos de placer de aquellos chicos provocó que Pablo fuera rindiéndose poco a poco a la excitación, consiguiendo por fin alcanzar un clímax que tampoco resultó demasiado satisfactorio, pero sí suficiente para saciar cierta sed sexual que se había adueñado de él, ayudándolo a liberar las tensiones de aquella incómoda noche. Así, en cuanto terminó, la excitación sexual se desvaneció de un plumazo, por lo que Pablo apagó la tele y extrajo a toda prisa el DVD del reproductor, procediendo a devolvérselo a su propietario, siendo casi pillado por Edu, que acababa de llegar a casa.

Eso es lo que él recordaba y lo que se decía a sí mismo, pero lo cierto es que ya habían pasado varios días desde aquello y acababa de tener un sueño erótico en el que su subconsciente le había ubicado realizando un trío, y no con dos chicas, precisamente, sino con uno de esos chicos que volvían loco a Álex. Intentó no darle importancia, al fin y al cabo los sueños no responden a la lógica; ¿no había leído alguna vez que los sueños se forman durante el proceso de archivado de los recuerdos de la memoria reciente, uniendo retazos de conceptos inconexos? En ese caso no debía darle más vueltas: que hubiera soñado aquello no le convertía en gay, y tampoco en bisexual.

Sin embargo, todos los eventos de aquel día parecían encaminados a volverle completamente loco. Después de levantarse y darse una ducha, Pablo se vistió para ir al gimnasio y se preparó el desayuno. Mientras se sentaba a tomar un bol de cereales, su mirada se posó en una de las revistas de Álex, que se hallaba entreabierta en la mesa de la cocina. Dos chicos sin camiseta lucían sus abdominales mientras parecían mirarlo desde la hoja de papel con una sonrisa pícara. Algo incómodo, Pablo cerró la revista, solo para descubrir la portada de aquel número de Shangay, la cual mostraba el titular Deportistas en el armario, en la cual otro chico sin camiseta posaba sensualmente junto a un balón de baloncesto. Ante aquella evidente referencia a sí mismo, la incomodidad de Pablo no hizo sino aumentar, por lo que le dio la vuelta a la revista y se centró en acabar su desayuno sin más historias.

Una vez en el gimnasio, y a medida que fueron pasando las horas, Pablo fue olvidando el asunto gracias a esa curiosa amnesia que hace que el recuerdo de los sueños se vaya diluyendo poco a poco. Al menos así fue hasta que terminó su rutina de ejercicios y se dirigió al vestuario para darse una ducha. A esa temprana hora no había mucha gente en el gimnasio, por lo que en el vestuario solo se cruzó con un chico al que conocía de vista de otras ocasiones pero con el que nunca había cruzado una sola palabra. Pablo le dio los buenos días mientras extraía su bolsa de la taquilla, y este le correspondió con otro saludo mientras se desvestía.

Mientras Pablo se quitaba la camiseta notó por el rabillo del ojo que el chico parecía estar mirándole mientras él hacía aquel gesto. Con cierto disimulo, Pablo guardó la camiseta en el interior de la bolsa y dirigió una breve mirada hacia el chico. En efecto, este le había estado mirando, pero había esquivado su mirada justo en el momento en que Pablo se volvía hacia él. La tensión podía cortarse de pronto con un cuchillo. ¿Habían sido imaginaciones suyas? No estaba seguro, pero aquel simple gesto, la mirada furtiva de aquel chico, reactivó el recuerdo del sueño que había tenido durante la madrugada y que ya prácticamente había olvidado. De pronto Pablo sintió que se le secaba la garganta. Apartó de nuevo la vista, pero no dejó de prestar atención a partir de aquel momento a los movimientos del chico. Este parecía estar tomándose su tiempo en desvestirse y recoger la toalla y el gel de baño de su neceser, y de vez en cuando Pablo notaba que la cabeza del chico parecía apuntar en su dirección. Apenas se atrevió a mirar de nuevo hacia él para confirmar la sospecha de que aquel chico le estaba mirando. Pablo volvió a sentir una sensación extraña, cierta excitación ante la situación que estaba viviendo y que, lejos de resultar incómoda, resultaba bastante excitante. El chico había recogido por fin su toalla y se dirigió a las duchas, dejando a Pablo a solas en el vestuario. Este lo vio alejarse y de pronto se sorprendió a sí mismo admirando el cuerpo definido, la espalda y los gluteos perfectos de su compañero de vestuario.

Dios, ¿pero qué diablos le estaba pasando? ¿Estaba volviéndose loco o realmente el mundo le estaba mandando un mensaje? No, él no era gay. ¡Joder, pero si siempre le habían molado las tías, nunca había sentido duda alguna al respecto! Se obligó a pensar en otra cosa; debía afanarse en desvestirse para darse una ducha, lo más lejos posible de aquel chico. Luego se largaría lo más rápido que pudiera para llegar a tiempo a sus clases en la universidad, y una vez allí, sumido en la rutina, seguiría con su vida tal y como la conocía, de forma absolutamente controlada.

Sí, eso haría. De todas formas, Pablo hubo de esperar a que su leve erección bajara, antes de atreverse a entrar en las duchas.

Lo Que Surja: Dime, ¿qué buscas?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora