8. BORJA

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¿Qué mejor manera de volver de vacaciones y escapar de la depresión post-vacacional que pegando un buen polvo con un maromo decente? A Borja no se le ocurría ninguna. Eso sí, que fuera caucásico, por favor, que se había hartado de ver negros por todas partes durante el viaje. Que sí, que muchos estaban muy buenos, muy musculosos y todo eso, pero joder... ¿qué hacía él follando con negros? Ni de coña, vamos. Así que nada, Borja había vuelto del viaje por Tanzania más cachondo que uno de esos putos monos colobo rojos que sus padres se habían empeñado en ir a ver durante el safari. Porque claro, había tenido que acompañarles, no podía haberse quedado en el resort tomando daiquiris junto a la piscina. No; su madre no le hubiera dejado en paz con esos continuos reprochitos tan irritantes que le encantaba proferir, pequeñas pildoritas que le hubieran amargado la existencia durante el resto del viaje. Si es que ya no nos quieres, para ti la familia no significa nada. Si es que nada te interesa, no tienes oficio ni beneficio... No, no estaba dispuesto a aguantar aquello, así que se vio obligado a ir. Ya había aceptado realizar aquel tour por África a regañadientes, pues su madre se había empeñado en que debía ir toda la puta familia junta, primos incluidos. Primos gilipollas, por supuesto, heteruzos con menos de dos dedos de frente, siempre hablando de fútbol, tetas y carreras de fórmula uno. ¿Qué iba a hacer él? Ya tendría ocasión de irse el año siguiente a Londres, por su cuenta, que es lo que había querido hacer aquel verano. Pero bueno, por lo menos el viaje lo habían pagado sus padres y a él no le había costado un duro. Ya era algo.

Aquel era su último día de vacaciones; al día siguiente, sábado, tendría que volver a trabajar en la tienda de ropa donde ejercía de dependiente. Menos mal que tenía turno de tarde, pues después del polvo que tenía programado para la hora de la merienda había quedado para salir un rato con sus amigos, a los que no veía desde que saliera de viaje, hacía cosa de tres semanas.

Trabajar, qué puto coñazo. Lo peor de todo era saber que su familia tenía dinero de sobra para mantenerle, que su padre podría haberlo enchufado en cualquier puesto de baja responsabilidad, horario reducido y mucho salario en la empresa aseguradora para la que trabajaba. ¿Qué le costaba hacer lo mismo con él que no hubieran hecho otros amigos de la familia con sus respectivos hijos? Pero no, su padre tenía que tener principios; tenía que hacer de tutor moralizante, enseñarle a su hijo una valiosa lección de vida. ¡Como si el mundo se moviera por principios, menuda gilipollez! Vas a tener que sacarte las castañas del fuego, le había dicho. Te hemos pagado módulos, cursos, te hemos motivado a que estudies una carrera, y no te ha dado la gana de hincar los codos. Ya está bien, Borja, ya está bien. Tienes que aprender que las cosas se ganan y que no caen del cielo. El cuento de nunca acabar. En fin, ya que la paga que hasta entonces le habían asignado mensualmente se había esfumado por completo, Borja había tenido que buscarse la vida con un trabajo que le permitiera satisfacer sus caprichos y deseos, que no eran pocos. Por suerte había encontrado trabajo en la boutique de una amiga de su madre, donde además de poder trabajar solo unas horas al día, tenía descuento para comprarse ropa nueva casi todas las semanas. Lo peor de todo: aguantar a los clientes, desde luego. Pero Borja estaba aprendiendo los gajes del oficio. Que la gente era, por lo general, rematadamente imbécil era algo que ya sabía antes de comenzar a trabajar, pero desde luego una cosa es saberlo y otra muy distinta tener que comprobarlo casi a diario. Lo bueno es que había hecho muy buenas migas con una compañera de trabajo suya. Se hacía llamar Gisela, aunque Borja había descubierto —revisando a hurtadillas en el ordenador del despacho las nóminas de los demás empleados— que en realidad se llamaba María Encarnación de las Heras. ¡Hay que ver los secretos que oculta la gente! En cualquier caso, era una chica muy simpática que le había enseñado el fino arte de cómo insultar a tus clientes a la cara sin que estos se dieran cuenta siquiera. Gracias a ella, las horas se pasaban volando. Una chica muy divertida.

Lo Que Surja: Dime, ¿qué buscas?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora