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Con miedo y curiosidad me acerqué hasta mi cama. Mis rodillas se inclinaron hasta tocar el piso y luego mis manos, mi pelo reposaba en el piso cuando mis ojos conecta con la oscuridad que hay abajo de mi cama. El ruido se hace presente nuevamente pero esta vez no tengo miedo.

Meto mi mano para alcanzar el aparato que emana una luz en toda la oscuridad. Cuando lo siento en mis mano, segura de poder agarrarlo, tiro de el y lo saco.

Es mi celular.

¿Qué demonios hacia ahí?

Busqué en mi memoria una razón del porqué estaba allí, pero ninguna me llevaba a la explicación. Desbloqueé el celular y me encontré con llamadas perdidas de Gael, seguro debe estar nerviosísimo porque no llegué al trabajo. Marqué a su número antes de que el volviera a hacerlo, y una voz severa no se hizo el rogar.

—Becca, al fin me devuelves mis llamadas.

¿Estará enojado?

—Gael, lo siento. Ocurrió un accidente por la mañana yo...— fuí interrumpida.

—¿Te encuentras bien? ¿Qué tienes?— su voz volvió a ser la misma de siempre, no se escucha severa, está preocupado.

Ajam, ¿y por eso te emocionas?

Callé la voz de mi conciencia, odiaba que no se equivocara. Intenté calmar la emoción que creció cuando escuché aquellas preguntas.

¿De verdad se preocupaba por mi?

—Si estoy bien, no fue nada grave.— respondí.

—¿Segura?

—Claro que sí.— sonreí, por más que no fuera a verme. — Pero dime, me quedé sin trabajo, ¿no es así?

Un suspiro fue lo que recibí como respuesta.

Luego silencio.

Ya está, tendrás que buscas otro empleo porque sino vas vivir bajo un puente.

—¿Qué dices?— su voz cargado de asombro me causó confusión. — Claro que no, mira, tenés que agradecer de tener un amigo tan leal como yo que convensi al jefe de darte otra oportunidad.

Sentí que todo el mundo volvió en sí, mis manos dejaron de temblar por el nerviosismo causado por la espera. No podía creer que no fuí hechada, ¿qué tuvo que decirle o hacer para lograr semejante oportunidad? Señor, le debo una.

—Gael de encerio, no puedo creer lo afortunada que soy de tenerte. Gracias, te debo una.

Sonreí, sonreí porque me sentía viva otra vez.

—No mi niña, no me debes nada. Sólo cuídate ¿si? Debo volver al trabajo.

Con dos simples palabras me trajo a la realidad; mi niña. Sólo me ve como una niña, no entiendo porqué, es que sólo es dos años mayor que yo. Pero es así, y lo será así.

—Lo haré, cuídate.

No respondió, pues no esperaba que lo hiciera.

Agarré mi bolso que estaba sobre mi cama y guardé mi celular dentro de ella. Volví hacia la puerta y esta vez no se hizo presente ningún ruido. Atravese el pasillo hasta encontrarme con Alis, ya no llevaba puesto el delantal. Me sonrió y le devolví el gesto.

Salimos de mi departamento, Alis fue la primera en salir, luego salí yo. Cerré la puerta con llave y la guardé en el bolso, miré hacia la escalera que me llevaba al piso de arriba. Donde se encuentra el departamento de la señora Fregeron, y pienso cómo es que no escuché gritos o ruidos cuando sali ésta mañana. Suelto un suspiro y giro mi vista en Alis que ya se encontraba bajando las escaleras. Llegamos hasta abajo, ninguna de las dos fue lanzada hacia ningún lado. Atravesamos la puerta de salida y el sol fue el primero en recibirnos.

El PactoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora