1899

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❝Enamórate de un héroe,
y nunca serás su prioridad.
Su principal preocupación será salvar al mundo.
Enamórate de un villano,
y observa
cómo
destruye
el
mundo
por
ti❞

1899

Llovía el día en que enterraron a Kendra Dumbledore. Como nuevo cabecilla de la familia y el único mayor de edad de sus tres hijos, Albus permanecía de pie junto a la tumba que era rellenada deprisa. El ataúd yacía ahí abajo, perdiéndose a metros del suelo, y sin paraguas ni otro tipo de protección frente al agua, el cabello que le caía por el rostro apenas le permitía verlo.

Si uno de los arranques de Ariana mató a su propia madre, nadie podía saber el destino que les esperaba a Aberforth o a él en esa casa maldita.

Cuando la tumba estuvo rellenada por completo, una mano intentó ponerse en su hombro. Albus se sacudió para sacárselo de encima.

—Albus, por favor…

Elphias sólo adoptó una expresión triste cuando intentó cubrirlo con su paraguas y Albus se apartó más. La siguiente vez, le dio un manotazo y el artículo salió disparado hacia el suelo. Entonces él también se mojó.

—Siento mucho lo de tu madre, Albus —Elphias procuró ser el razonable entre los dos. Se agachó, recogió el paraguas, y se lo ofreció de nuevo. Al notar que Albus no tenía la más mínima intención de tomarlo, se cubrió a sí mismo para no quedar más empapado—. Ahora no se ve bien, pero- pero te prometo que…

Albus deslizó la varita fuera de su manga con un movimiento sutil que no habría atraído ni siquiera los ojos de un mago observador. Gesticuló con los labios y el barro a los pies de Elphias se solidificó.

Lo dejó allí, en medio de la lluvia, en el cementerio y frente a la tumba de su madre, para que soltase esas estúpidas promesas vacías a la lápida. A él no le servían de nada.

Caminó hasta su casa, varita en mano, con la sangre hirviéndole. Estaba silenciosa, sin una sola luz. Cualquier otro pensaría que incluso se encontraba vacía.

Albus cerró la puerta sin cuidado y subió a su habitación. No buscó a sus hermanos. No les avisó que su madre ya había sido enterrada. No se aplicó un tonto hechizo de secado.

Sólo cuando estuvo dentro de su cuarto, arrojó un hechizo de barrera al lugar, y respiró profundo.

Al exhalar, lanzó la varita contra el suelo con fuerza suficiente para astillar una madera común.

Fue sólo el comienzo.

Recogió las preciosas figuras de cristal de Hogwarts que su madre le regaló de niño y las tiró hacia la pared, una a una. El sonido del vidrio rompiéndose casi opacaba del todo su respiración errática, los fragmentos llenaron el suelo. Cuando se acabaron, gritó y fue hacia el mapa encima de su escritorio, en la pared. Lo rasgó al intentar arrancarlo, rompió en tiras los pedazos que ya tenía entre las manos, y los dispersó por el cuarto.

No era suficiente.

Nada sería suficiente nunca.

Separó la cortina de su dosel de las bases de la cama, la dividió en trozos, la pisoteó. Tiró abajo los libros que con tanto esmero solía organizar por temáticas en su estante. Las escasas fotografías familiares fueron a parar al suelo, junto con la lámpara mágica del cielo nocturno, sus esquemas de los planes de viaje, sus boletos de barco, más mapas.

Se metió a su vestidor y arrastró el baúl preparado que tenía desde que regresó a casa de Hogwarts. No, desde antes. La mayor parte de la ropa allí fue adquirida y acomodada en las vacaciones de diciembre, cuando comenzaron sus planes con Elphias.

La razón de todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora